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Si Pedro Sánchez decide agotar su mandato, en torno al próximo 10 de diciembre habrá elecciones generales en España. La legislatura del primer Gobierno de coalición, la pandemia y la guerra en Ucrania encara su recta final con un Ejecutivo demasiado autocomplaciente. El PP, que ... hace meses parecía destinado a recuperar La Moncloa de la mano de Vox, se deshincha en los sondeos. La derecha sufre una sobreexitación similar a la de Argentina en el arranque del Mundial: las prisas y la pasión más visceral le impiden terminar las jugadas de forma correcta. La diferencia es que mientras unos jugaban con Messi, Alberto Núñez Feijóo no rinde en primera división. Si la coalición pierde los siguientes comicios será por demérito propio: tiene tiempo suficiente para reorganizar el equipo y pasar a la ofensiva. Ya lo avisaba Mariano Rajoy en uno de sus análisis futbolísticos: «El mejor lugar para situar la pelota es en el campo del otro porque así no te podrán hacer gol nunca».
A Pedro Sánchez se le recordará como el presidente que rompió la máxima de exclusión histórica de la izquierda del PSOE del Gobierno y por incluir a soberanistas de izquierdas en la dirección del Estado. El primero de los hitos llegó después de un comité federal fatídico en Ferraz, una moción de censura y cuatro repeticiones electorales: el ciclo comprendido entre 2015 y 2020 se caracteriza por las resistencias a una entrada de Podemos en el Ejecutivo. Por otro lado, para la inclusión de Bildu y ERC como socios, Pablo Iglesias reventó todas las vías de entendimiento con el centro-derecha y Ciudadanos se autoinmoló. Comprender que la legislatura se ha construido desde estos pilares es la clave para entender las concesiones al independentismo o el bloqueo judicial.
Ambos bloques de la coalición pedirán como deseo al nuevo año una movilización de su electorado, mientras este ansía que la vociferada ampliación de derechos repercuta en su día a día. Más allá de prorrogar las medidas para hacer frente a las consecuencias de la invasión de Ucrania, el Gobierno necesita subir el SMI, impulsar la ley de vivienda o derogar la 'ley mordaza' para dar sentido al final de la legislatura. De lo contrario, sin ninguna de las grandes promesas en la hoja de ruta, las desavenencias internas marcarían el ritmo y desmovilizarían a los votantes progresistas.
Las elecciones ya no se ganan desde el centro, los marcos ideológicos cobran especial importancia en un ecosistema multipartidista con dos bloques marcados. Es de una torpeza increíble que las semanas posteriores a la manifestación en Madrid en defensa de la sanidad pública, el ruido sobre la ley trans - una iniciativa necesaria, pero que afecta a menos del 1% de la población - haya prevalecido ante un discurso firme a favor de unos servicios públicos de calidad.
El electorado del PSOE se está activando conforme el carrusel electoral se avista. Sin embargo, el desgaste derivado de la reforma del delito del malversación puede conllevar una erosión impredecible. Las críticas de Page, Leguina o Guerra evidencian las resistencias de un Partido Socialista -y una España- donde todavía perdura el sueño de un bipartidismo que aspire a gobernar con nacionalismos folclóricos. Simbolizan la pasada generación de dirigentes socialistas que construyó su imagen gracias a su militancia antifranquista y al franquismo sociológico de una España en construcción. El nuevo PSOE de Sánchez debe esclarecer cuál es su modelo de país, aunque supone un riesgo inmenso, de ahí que nieguen la evidencia de legislar 'ad hominem' para el independentismo catalán. Una mala gestión de las negociaciones con ERC podría enviar a miles de electores a la abstención. Si la oposición supiera ir más allá de calificar como golpe de Estado reformas legislativas -aberrantes pero procedimentales- tendría La Moncloa ganada.
Una coalición de las distintas sensibilidades de la izquierda transformadora es otro de los factores clave para que el Ejecutivo se revalide. Entre Sumar, Unidas Podemos y Más País no hay diferencias ideológicas. Desde la fundación de Podemos las discrepancias son estratégicas. En 2015 Iglesias reclamaba a IU que se quedara con su bandera roja, que él quería ganar, después fue Iñigo Errejón quien se alejó de una izquierda enfadada y ahora Díaz decide subirse al tren de la transversalidad en vez de reivindicar un nuevo laborismo del que puede presumir. La vicepresidenta debe plantear un proyecto que vaya más allá del placentero cortoplacismo: con los partidos políticos como motor, aunque gire alrededor del personalismo, y con arraigo territorial, pese a no concurrir a las elecciones locales.
El carrusel electoral comienza en mayo y, a estas alturas, uno no sabe si el Gobierno decidirá jugar el partido o demostrar su habilidad para la autodestrucción. Tienen menos de un año.
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