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En 2019 se constituyó el Grupo de Puebla, que bajo un nuevo impulso progresista reúne a casi 60 expresidentes y exministros latinoamericanos, más algún político relevante. También están el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero y la ministra Irene Montero. Tras las victorias del mexicano López ... Obrador, del argentino Alberto Fernández y la más reciente del boliviano Luis Arce, la preocupación del 'progresismo' latinoamericano es recuperar los espacios de poder perdidos desde 2013 tras la muerte de Hugo Chávez y el fin del superciclo de las materias primas, que aportó ingentes recursos a las arcas gubernamentales.
Hay una tendencia generalizada a presentar la historia reciente de América Latina como una serie de golpes de péndulo. En la primera década del siglo XXI se produjo el giro a la izquierda que, impulsado por vientos bolivarianos, barrió al neoliberalismo. Desde 2014-15 este reemergió con un nuevo giro a estribor, aunque menos profundo. Por eso, según el Grupo de Puebla, ahora «abundan las amenazas contra la democracia, el Estado de Derecho y la separación de poderes, y en particular, las guerras jurídicas o 'lawfare' que afectan derechos elementales de líderes y 'lideresas' del progresismo».
Una nueva etapa, jalonada por importantes victorias (México, Argentina y Bolivia), a las que, según algunos, habría que añadir el plebiscito constitucional chileno, permitiría salir de este bucle. De ahí que los objetivos de la izquierda continental pasen por recuperar la democracia amenazada por las últimas gestiones reaccionarias. También por impulsar un modelo social de desarrollo con una política económica solidaria, revisar las privatizaciones de los servicios públicos, reforzar el papel protagónico del Estado e introducir la renta básica temporal.
Para eso deben ganar las elecciones de 2021 en Ecuador, Perú, Honduras y Chile, más las parlamentarias de medio mandato de México y Argentina. Con seis victorias de seis el balance sería inmejorable. Como estos comicios se desarrollarán bajo los efectos de la pandemia, es posible que el voto de castigo a los gobiernos responsables de lidiar con el covid-19 facilite el triunfo progresista en las presidenciales. Otra cosa serán las legislativas mexicanas y argentinas, donde el descontento antioficialista podría perjudicar a Morena y al kirchnerismo. Algo similar podría ocurrir con las regionales y locales bolivianas de este domingo.
Hay otros comicios, los de Nicaragua (7 de noviembre), de los que el Grupo de Puebla no habla o muy poco. En unas elecciones justas, las opciones del matrimonio Ortega-Murillo de retener el poder, y más después de su lamentable gestión del coronavirus, serían escasas. Pero con el acoso sistemático a la oposición del régimen neosomocista no sería descartable el triunfo del orteguismo.
Si bien el Grupo de Puebla se plantea una «defensa cerrada de la democracia» en esta coyuntura de creciente autoritarismo, ni Nicaragua ni Venezuela están en sus análisis. La única alusión a ellos en el Manifiesto Progresista del 10 de febrero tiene que ver con las condenables injerencias o agresiones de potencias externas y no con su escasa condición democrática. Para que el Grupo de Puebla pudiera constituirse como una institución sin pasado fue necesario quitar de en medio al ALBA y a Unasur, piezas claves del proyecto bolivariano. Sin embargo, a su alrededor se han reunido buena parte de los mandatarios que en su día fueron aliados de Chávez (Correa y Morales) o compartían sus puntos de vista (Lula, Rousseff, Mujica y Lugo) y algunos de sus ministros más prominentes.
Pero en Ecuador el 'progresismo' topó con un serio problema. El bolivarianismo, fiel al proyecto de Correa, encontró dos serios rivales en la izquierda: el movimiento indigenista Pachakutik e Izquierda Democrática, con Xavier Hervas. Estas dos opciones, pese a sus enormes diferencias, sumaron el 35,07% de los votos frente al 32,72% del correísmo, que sigue siendo presentado por muchos, tanto dentro como fuera de América Latina, como la verdadera y única izquierda.
La vieja izquierda bolivariana fue incapaz de renovar su liderazgo. Cuando lo hizo fue más por imposición de la justicia (Bolivia, Ecuador) que por el convencimiento de sus caudillos de que había que dar paso a dirigentes más jóvenes. Algunos regresan, directamente (Cristina Kirchner como vicepresidenta) o por persona interpuesta (Morales con Luis Arce o Correa, que quiere hacerlo con Arauz). Pero si la izquierda está de vuelta es más por errores ajenos (la falta de criterio de la derecha y del centroderecha regional es terrible) y por la nostalgia del pasado, que por méritos propios.
El tiempo que seguirá a la salida de la pandemia será incierto y todo será posible. Las grandes movilizaciones sociales de fines de 2019 no solo fueron contra el neoliberalismo, sino también contra algunos gobiernos 'progresistas'. De ahí la necesidad de que unos y otros reseteen sus propuestas en función de unas sociedades ávidas de respuestas más acordes con los nuevos tiempos.
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