Basta con que unos cuantos teóricos introdujeran en el análisis político el tema de las emociones para que podamos ver todo teñido de ese rasgo de nuestro comportamiento, tanto a nivel personal como político. Actuamos desde la emoción, como ya decían los clásicos; mucho más ... que desde la razón, lo que pasa es que luego necesitamos recurrir a esta cuando se trata de justificar lo que hemos hecho. Elaborando un relato, por ejemplo. Es el caso de nuestros políticos, muy en especial de los que ahora están en el poder y en sus alrededores, donde se hace más evidente esa preponderancia de la emoción. Con ella se puede explicar cabalmente lo que está pasando y lo que está por venir con la aprobación inminente de unos Presupuestos Generales del Estado que, según se dice, apuntalarán a Pedro Sánchez en La Moncloa hasta 2023 por lo menos.

Publicidad

Para empezar, la emoción política es lo único que puede explicar la actuación de nuestros nacionalismos tanto vasco como catalán, en los que lo principal para servir a esa causa es el deseo, el sentimiento de formar parte de una comunidad enfrentada a España. No hay bases objetivas que valgan, ni lengua -se puede no hablar siquiera la lengua que se dice defender-, ni origen -se puede ser de Albacete y defender la independencia de Cataluña, o de Salamanca y defender la de Euskadi-, ni historia -se puede haber llegado ayer mismo a esas regiones y aun así ser tan independentista como el que más-.

Lo mismo pasa con Unidas Podemos, que se reivindica muchas veces como patriota español, pero no sabemos cómo se concreta eso, ya que al mismo tiempo está a favor del referéndum de autodeterminación en Cataluña o celebra en Euskadi el Aberri Eguna. Y más emocional aún es que ese partido siga articulando fórmulas con las que resarcir a las víctimas del franquismo y de la Guerra Civil -que ocurrió hace más de ochenta años-, mientras cubre de olvido el terrorismo de ETA -que dejó de actuar hace apenas diez años-, abriendo de par en par las puertas de la gobernanza del Estado al que fue su brazo político.

La emoción política como motivación suprema permite entender todo esto. No obstante, todos los partidos no funcionan igual. Los hay que quieren moverse por la razón y el análisis, más que por la emoción y el deseo, y que pisan por donde lo hace el buey. El PNV, por ejemplo, es uno de ellos. O lo era desde el inicio de la Transición. Porque lo que pasa ahora con esta formación es que hubo un momento histórico en el que tomó un rumbo distinto que, estamos por pensar, acabará condicionando toda su estrategia, además de su imagen y trayectoria. Nos referimos, claro es, al episodio en el que, con su apoyo explícito y necesario, se aprobaron los últimos Presupuestos, los del ministro Cristóbal Montoro, todavía vigentes, allá por mayo de 2018 y, apenas una semana después, ejecutó una ciaboga completa al apoyar a Pedro Sánchez en su moción de censura contra Mariano Rajoy (recordemos que por una frase en una sentencia de la Audiencia Nacional sobre la corrupción del PP que luego el Tribunal Supremo ha considerado fuera del caso que se juzgaba).

Publicidad

Digamos que, desde entonces, el PNV, un partido tan calculador, tan 'amarrategui', se dispuso a galopar a lomos de un tigre, que es lo que es toda la coalición que Pablo Iglesias ha venido tejiendo desde un tiempo a esta parte, formada por los partidos más extremos de la izquierda y del nacionalismo, entre los que están ERC y EH Bildu.

El movimiento de Unidas Podemos convirtiendo a EH Bildu en actor político estatal, que dirían ellos, es el producto más acabado de la emoción que domina la política española actualmente. Disfrazado de audaz, conlleva una enorme carga de profundidad. ¿Que con esto el partido morado va a perder en Euskadi presencia y votos a raudales? Ya veremos. Lo que está claro es que EH Bildu, convertido en apoyo de los Presupuestos Generales del Estado -a cambio de su blanqueamiento moral y aún no sabemos de qué más-, nos sitúa en un escenario insólito, que supone, nada más y nada menos, la pérdida para el PNV del monopolio negociador en Madrid, que ha sido desde el inicio de la Transición la base de su posición privilegiada y central en el ámbito vasco.

Publicidad

A partir de aquí cabe pensar que, lo mismo que está ocurriendo en Cataluña, donde ERC le ha dado la vuelta a la tortilla de los equilibrios internos dentro del nacionalismo, puede ocurrir en Euskadi, sin necesidad de iniciar siquiera una dinámica de confrontación soberanista. Bastaría con que Pedro Sánchez hablara con sus queridos compañeros del PSE y les sugiriera un cambio de rumbo. Y tratándose de Pedro Sánchez -paradigma acabado de la emoción política-, ya sabemos que todo, absolutamente todo, es posible.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad