Uno de los mayores peligros a los que nos enfrentamos en los últimos tiempos viene de la mano de un creciente declinar de las formas, de las maneras como nos relacionamos. Hemos asistido a un verdadero deterioro a la hora de relacionarnos unos con otros, ... de forma que se cae habitualmente en el insulto y el comentario que llega a bordear lo soez. Además, se utiliza el lenguaje sin ninguna consideración al verdadero valor de las palabras, de manera que estas se retuercen para que acaben diciendo lo que interesa en cada momento. La superficialidad, que parece impregnarlo todo, no ayuda demasiado en la tarea de llenar de contenido las palabras y el lenguaje. Si el verdadero valor de las palabras está en lo que dicen y en lo que se hace a su amparo, la brecha es verdaderamente brutal. Decimos unas cosas y hacemos otras. Y no pasa nada.
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El problema que se deriva del declinar de las formas es que no deja de ser un reflejo de la pérdida de respeto a las personas. Y sin respeto, la convivencia se resiente. Qué decir de la colaboración y la cooperación, que se vuelven imposibles. Y esto tiene consecuencias desastrosas para el progreso, porque solo progresamos cuando cooperamos.
Así que la mayor parte de las veces nos encontramos asistiendo a verdaderos espectáculos trágico-cómicos, bordeando el esperpento, que no llevan a ningún sitio, salvo a la descalificación permanente del otro, a quien se convierte en un adversario contra el que todo vale. Pero en este entorno en el que nos toca vivir también se produce otro tipo de comportamiento, caracterizado por un aparente respeto de las formas, que tan solo refleja poses estudiadas que se consideran adecuadas para quedar bien, sin abordar los problemas de fondo.
El ejercicio de enmascarar la inacción ante los problemas bajo una capa de apariencia respetuosa e incluso ecuánime, que proyecte una pose digna y coherente, no deja de ser un ejercicio de 'posismo', que se rodea de escenarios de cartón-piedra. Una verdadera tramoya que intenta esconder la realidad bajo máscaras de apariencia consistente, de manera que todo parezca bajo control. La apariencia por encima de todo, la pose como máxima expresión. Algo que cada vez resulta más habitual.
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La grave situación provocada en Ucrania está aportando abundantes muestras de 'posismo' para justificar las medidas que se toman, o no se toman, como reacción a la misma. Nos rasgamos las vestiduras, se denuncian crímenes de guerra, se aprueban sanciones económicas… pero día a día el gas ruso sigue alimentando la economía del agresor. Soy consciente de las dificultades de las relaciones diplomáticas en un entorno bélico y, también, de lo difícil que es conciliar lo que se dice con las consecuencias de las decisiones que se deberían tomar para llenar de verdadero contenido las palabras. Pero creo que hay un exceso de 'posismo' también en este caso.
Entre el declinar de las formas y el ejercicio permanente de 'posismo', que adolece de un 'bienquedismo' exagerado, hay un verdadero hilo conductor: el de la falta de seriedad, coherencia y naturalidad para hacer frente a los problemas que nos acechan. Escurrir el bulto apoyándose en el insulto y la descalificación, o en una pose artificial que parece que todo lo explica sin comprometerse, es un ejercicio al que nos estamos acostumbrando a asistir en esta obra de teatro en la que se ha convertido el día a día a todos los niveles. No solo en las relaciones internacionales, en las discusiones políticas entre partidos o en las relaciones empresariales, sino también en las relaciones personales en nuestro entorno más inmediato. Porque esta falta de naturalidad y autenticidad para enfrentar las dificultades de este mundo complejo nos está llevando a verdaderos callejones sin salida. Un mundo en el que la anormalidad se impone a la normalidad, y la singularidad y la diversidad emergen y explotan generando incertidumbre.
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La confluencia de desafíos de todo tipo, a nivel del planeta y al nivel más cercano a cada uno de nosotros, solo podrá superarse si abandonamos poses sin sentido y afrontamos la realidad desde el respeto y el compromiso. Siempre sobre la base de asumir con naturalidad nuestras imperfecciones, estar dispuestos a renunciar por compartir nuestro futuro con los demás y tener la generosidad de reconocer que el otro también puede tener razón. Y, por encima de todo, llenar de verdadero valor nuestras palabras, de manera que nos comprometan a la acción. Por encima de poses, por encima de barreras defensivas basadas en la descalificación. Porque el nivel de retos con los que nos enfrentamos es de tal calibre que no tenemos demasiado tiempo, ni para poses ni para insultos.
Así que quizá ha llegado el momento de decir que ya vale de 'posismo', de que parezca que se hace sin hacer, de que se sostenga un entramado de cartón piedra que cada vez es más difícil de mantener.
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