El poder de la duda
¿Cuál es la alternativa a la reforma de España? ¿Dejar que se convierta en una cárcel emocional, demográfica y económica para millones de habitantes?
ximo puig
Jueves, 17 de diciembre 2020, 00:41
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ximo puig
Jueves, 17 de diciembre 2020, 00:41
Si Montesquieu abrió la senda del viaje filosófico con sus 'Cartas persas' para criticar la propia sociedad desde el distanciamiento, como recuerda Antonio Elorza en su artículo '¿Quién gobierna?' (EL CORREO, 7-12-20), otro prohombre francés nacido siglo y medio antes, Michel de Montaigne, ... nos enseñó el poder de la duda.
«La actitud dubitativa, no como parálisis de la acción, sino como ejercicio de reflexión, de ponderar pros y contras», según explica la filósofa Victoria Camps en su libro 'Elogio de la duda'. Wilde dijo: «Creer es muy monótono. La duda es apasionante». Y Nietzsche añadió: «Toda convicción es una cárcel». Las convicciones blindadas orillan la duda, exaltan el dogma: un placebo contra la inseguridad movediza a la que aboca el 'sapere aude', atreverse a saber.
Viene esto a cuenta de una afirmación que Elorza me dedica en su artículo: «Improvisaciones disparatadas como la de Ximo Puig, buscando la alianza con el independentismo catalán para 'reformar (sic) España'». Lo del disparate lo dejamos al libre juicio de cada cual, faltaría más. Aquello que me interesa, sobre todo, es precisar dos cuestiones: esa «alianza (sic) con el independentismo» que me atribuye el profesor Elorza, y su irónico escepticismo ante toda reforma territorial española.
Intuyo que el comentario deriva de mi reciente visita a Catalunya. En una conferencia en el Cercle d'Economia de Barcelona -titulada «La Vía Valenciana para una España de Españas», en claro homenaje al espíritu del profesor Ernerst Lluch, asesinado por ETA hace veinte años- planteé tres grandes cuestiones.
La primera es la Vía Valenciana como modelo orientado al acuerdo, a la serenidad y a una triple alianza entre generaciones, entre el Estado del bienestar y los sectores productivos -con la gestión en el centro-, y entre territorios.
La segunda es la necesidad -tras años de desconexión política- de profundizar en una suerte de 'Commonwealth mediterránea', esto es, de «prosperidad común» mediterránea, donde los territorios de la Comunitat Valenciana y Cataluña (y también de Baleares, Murcia y Andalucía) podamos intensificar nuestras relaciones de intereses y generar mayor prosperidad para la ciudadanía de esta eurorregión de facto, pues la España mediterránea del corredor representa el 51% de las exportaciones estatales.
La tercera cuestión está centrada en una reforma territorial profunda que camine hacia la «España de Españas», con cinco retos perentorios para encarar una recuperación postpandemia más justa. Los retos son: Superar la España macrocefálica del centralismo ineficiente, lograr la España equitativa de la financiación justa y la armonía fiscal, avanzar hacia la España cogobernada sin independentismos ni nacionalismos excluyentes, atender la España invisibilizada de tantas tierras olvidadas y oxigenar la España despoblada del invierno demográfico.
Pues bien. Respecto al independentismo catalán, lamenté -y es literal- los «años de deriva unilateral y de camino a ninguna parte», y subrayé que «los maximalismos abocan a maxifracasos, y estos generan maxifracturas.
Es elemental: «No se puede dar la espalda a la mitad de la población de una comunidad, sea cual sea esta mitad». Esto dije, al tiempo que reivindiqué la necesidad del diálogo y de los puentes frente a las trincheras mentales cuyos frutos, por cierto, seguimos esperando en vano.
Respecto a la desconfianza acerca de mi defensa de una reforma territorial de España, planteo una triple pregunta en forma de duda ¿Qué país tenemos? ¿Qué país queremos? ¿Qué país es viable? Reflexionar, sin temor a la duda, puede ser la antesala de la acción transformadora, siendo conscientes de que nadie es dueño de la razón y de que creemos más en las razones que en la Razón.
La última frase del artículo del profesor Elorza dice así: «La pasividad forzada fomenta la indiferencia y el conformismo; en una coyuntura dramática como la actual, puede ser el supuesto de una crisis del sistema». El espíritu de esa frase, que él dedica a otros asuntos ajenos a esta tribuna, responde al autor. ¿Cuál es la alternativa a la reforma de España? ¿La pasividad? ¿No hacer nada y dejar que España implosione o se convierta en una cárcel emocional, demográfica y económica para muchos millones de habitantes?
Ser esclavo de las convicciones y de los apriorismos -ojo: lo contrario no implica caer en el relativismo o el oportunismo- puede abocar al comportamiento dogmático y al fanatismo. Y eso, como por desgracia vemos a diario, sí que sería un auténtico disparate.
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