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Mientras un ambiente belicista sacude a la sociedad y el Congreso españoles, en la izquierda hay quien entona un 'No a la guerra' vacío que solo expresa nostalgia e incapacidad de articular una propuesta política a la altura de las circunstancias. Rusia ha invadido Ucrania ... rompiendo con toda legalidad internacional y ha puesto en peligro la estabilidad del continente. Esto no implica obviar que Ucrania haya violado sistemáticamente los acuerdos de Minks o que Estados Unidos necesite escenarios de conflicto para mantener su influencia sobre Europa a través de la OTAN, pero es inútil posicionarse únicamente apelando a consignas morales.
Ione Belarra llamó el otro día «partidos de la guerra» a todos aquellos favorables al envío de armas a Ucrania. Tanto la derecha como sus socios de Gobierno, e incluso miembros de su espacio político, son partidos de la guerra en este ejercicio adanista. Al mismo tiempo, Irene Montero hizo una llamada a la «diplomacia de precisión». Mientras los académicos se empeñan en la revisión bibliográfica para descubrir qué es esta nueva modalidad diplomática, parece que en Podemos olvidan que la vía del diálogo con Rusia se ha intentado y se sigue intentando.
Relatos como los escuchados estas semanas tanto desde la formación morada como desde sectores residuales de Izquierda Unida son difíciles de entender. Entre estos últimos, y en lo que parece una ensoñación soviética, hay quien ha decidido -recordemos que ante una invasión rusa- convocar manifestaciones contra la OTAN. Entre las caras visibles de Podemos, quienes al menos sí saben que el muro de Berlín cayó, se ha recurrido al argumento preadolescente de comparar el estruendo de este conflicto con el silencio sobre Palestina, Yemen o Siria. Pues un vaso es un vaso y un plato es un plato, que diría Rajoy.
Eso sí, es difícil de entender que los mismos que ahora se oponen al envío de armas a Ucrania defendieran la producción de corbetas en Cádiz para enviarlas a Arabia Saudí o la semana pasada se pusieran de perfil ante los abusos policiales en la valla de Melilla.
En el acuerdo firmado entre el PSOE y Unidas Podemos figura que la línea política exterior del Gobierno corresponde al sector socialista. Ante la mayor crisis humanitaria, social y de seguridad sucedida en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la parte podemita del Ejecutivo no ha sabido estar a la altura ni respetar el pacto de coalición que en otros momentos tanto reivindica. Ante el callejón en el que se han metido ambas dirigentes moradas, parece que la dimisión es la única salida coherente. El envío de armamento a Ucrania no es una decisión más de la que se pueda discrepar y mantenerse en el Gobierno, aún más en los términos en los que han expresado el descontento.
A diferencia de las posiciones de Belarra y Montero, los comunes y Alberto Garzón han cerrado filas con Yolanda Díaz, que apoya la postura de Pedro Sánchez. El perfil propio que quiere exhibir la vicepresidenta segunda marca distancias con un Podemos que ya está amortizado como proyecto político. Sin embargo, Díaz necesita a la formación morada y su estructura para presentar una plataforma. El partido de Belarra, en cambio, precisa de un liderazgo carismático como el de la ministra de Trabajo para evitar una nueva debacle electoral. De hecho, es la única figura capaz de aunar las distintas sensibilidades a la izquierda del PSOE y plantear un proyecto transversal que pueda incluso movilizar a votantes socialistas.
La falta de apoyo de la formación morada a Díaz en la aprobación de la reforma laboral o en el envío de armas a Ucrania está lastrando sus perspectivas electorales. Es el mismo Alberto Garzón quien la semana pasada en un artículo alertaba de la posibilidad de que Díaz se encuentre «sufriendo un momento de asfixia por parte de las fuerzas políticas que forman el espacio».
De hecho, al frentismo de Belarra y Montero se le suma el nuevo 'ministerio de la verdad', en forma de podcast de Pablo Iglesias, convertido en el nuevo gran oráculo del argumentario morado. Pese a sus continuas afirmaciones sobre su retirada de la política y el dar paso a los nuevos liderazgos, la realidad es que Iglesias tiene más poder con su omnipresencia mediática que desde la vicepresidencia de Derechos Sociales. El exsecretario general de Podemos aspira a convertirse en el Federico Jiménez Losantos de la izquierda.
Con Podemos enrocado en nuevas disputas internas que solo conducen a la abstención, la llegada de Alberto Núñez Feijóo a La Moncloa es segura. Si Sánchez decide no apostar al tentador adelanto electoral, que al igual que la carrera de Macron al Elíseo podría enfocar como un trámite presidencialista, debe poner en marcha un plan de competencia colaborativa que active al electorado de Díaz.
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