La poeta Louise Glück (Nueva York, 1943, Premio Nobel de Literatura 2020) escribe en uno de sus poemas: «Miramos el mundo una vez, en la infancia. El resto es memoria». Creo firmemente que esto es cierto y, por lo tanto, que no hay inversión más ... rentable y justa para una sociedad que la que hacemos, colectivamente, para asegurar la dignidad y los derechos de la infancia.
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Es probable que quien ahora mismo lea esto asienta y comparta esta afirmación, pero, lamentablemente, sabemos que esta es una de esas cuestiones que logran muy alto consenso en general pero muy poca atención en la vida diaria. Los niños y niñas, sus aspiraciones y derechos, difícilmente consiguen un espacio en las agendas políticas y económicas, o en los temas de interés que los medios de comunicación nos facilitan.
Las elecciones generales del domingo no son una excepción. Tampoco ahora estamos escuchando qué opinan los pequeños habitantes de nuestras ciudades y pueblos sobre el mundo que estamos creando, sobre cómo afrontamos las desigualdades, cómo organizamos los sistemas de protección social, la educación o la gestión de la crisis ambiental que vamos a dejarles como herencia. Por eso, desde Save the Children hemos recogido en nuestra campaña #YoVotoporlaInfancia las ocho propuestas básicas que pueden mejorar su vida si se llevan a cabo en la próxima legislatura, gobierne quien gobierne. Porque no podemos ignorar a ocho millones de personas, aunque no voten.
Alrededor del 30% de la población mundial son niños y niñas, adolescentes y jóvenes que tienen menos de 18 años. La distribución de la infancia en el mundo es muy desigual: mientras en algunos países nos preocupan las bajas tasas de natalidad que no garantizan la renovación generacional, en otros la mayoría de su población infantil no tiene garantizada la supervivencia. Una de cada dos personas pobres en el mundo tiene menos de 18 años. Según Naciones Unidas, en los últimos años, el 42% de los más de 82 millones de personas que han tenido que desplazarse por la fuerza de sus lugares de origen son niños y niñas. En 2020 había un total de 280 millones de personas en el mundo con la condición de migrantes, y entre ellas, 40 millones eran chicos y chicas de menos de 20 años. No es difícil imaginar que su mirada poco tendrá que ver con la imagen edulcorada de la infancia en la que nuestras sociedades avanzadas encuentran tanta complacencia.
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Según la definición de la ONU, la pobreza infantil es el conjunto de carencias que impide a los y las menores de edad disfrutar de sus derechos, alcanzar su pleno potencial y participar como miembros plenos de la sociedad. La respuesta no es sencilla, ciertamente, pero la pregunta sí: ¿Podemos aceptar que nuestro futuro se cimiente sobre esas carencias? Como muy bien señala José Antonio Alonso en su último trabajo sobre pobreza infantil, «los valores, capacidades, actitudes y rutinas que cultivemos hoy entre los menores definirán, en buena medida, el modelo de sociedad que nos espera. La infancia es el futuro que habita entre nosotros». Tenemos la capacidad de crear hoy la sociedad que nos aguarda: el escenario de pobreza infantil actual no es un destino inevitable.
El 19 de mayo de 1919, Eglantyne Jebb fundó Save the Children en un acto multitudinario celebrado en Londres. En pocos meses, consiguió recaudar una enorme suma de dinero para alimentar a niñas y niños austríacos y alemanes, principales víctimas de los efectos de la Gran Guerra. Un año más tarde se creaba la organización internacional, y en 1923 vio la luz el documento 'La Infancia del Mundo' (The World's Children), con cinco puntos clave que, por primera vez en la Historia, reconocía a niños y niñas del mundo como sujetos de derecho, de cuya asistencia y bienestar los Estados deben ser responsables. La Asamblea de Naciones Unidas hizo suya esta ambición a través de la Declaración de los Derechos del Niño y de la Niña, el 20 de noviembre de 1959.
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La ambición es un potente revulsivo, porque solo quien sueña puede transformar y quien no sueña se conforma con gestionar. El propósito de Eglantyne Jebb parecía inalcanzable: asegurar una vida digna a todos los niños y niñas que sufren. Todavía hoy este objetivo está muy lejos, pero los logros que aquella visión hizo posibles son innegables: hoy disponemos de todo un despliegue normativo de protección de la infancia, de leyes y recursos. Si bien son aún insuficientes; sus derechos son reconocidos, aunque no siempre respetados, y en términos globales, los índices de pobreza, malnutrición, abandono escolar o violencia contra la infancia han mejorado.
Queda mucho camino por recorrer, pero esa misma ambición de hace cien años es el horizonte que ha dado resultados y nos sigue indicando por dónde debemos avanzar.
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