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Cada mañana, cada tarde, cada noche, un ejército de sanitarios se dirigen a su trinchera para librar una nueva batalla. Una batalla tras otra contra una pandemia que amenaza con llevarse todo por delante. Con la moral por los suelos se preguntan qué ha ocurrido ... para pasar de héroes a villanos. Dónde están aquellos aplausos y homenajes de las ocho de la tarde cuando todo esto comenzó. Por qué, ahora, son más objeto de crítica y de presión que de apoyo, respeto y consideración. Por qué los hemos dejado, entre todos, a los pies de los caballos.
Resulta difícil entender que tengamos desamparados, sin el apoyo necesario, sin medios y recursos materiales y humanos, sin procedimientos y formas de gestión adecuados, a aquellos que se están dejando la vida en las trincheras frente a la pandemia. Tenemos el sistema sanitario al borde del colapso y tenemos la asistencia primaria defendiéndose con uñas y dientes en la primera línea de fuego, en una lucha sin cuartel, viendo cómo las circunstancias les superan y sin esperanza de que la situación dé la vuelta.
Un sistema que ya se encontraba al límite se tuvo que enfrentar desde el principio a una pandemia sin precedentes, lo que lo ha llevado a una situación insostenible. Aguanta por el esfuerzo de unas personas que se sienten solas frente al peligro y que, muchas veces, se convierten en el 'chivo expiatorio' en el que proyectar pecados y frustraciones por parte de todos.
Mientras esta batalla se da, con un resultado cada vez más incierto, con unos profesionales al borde del desmayo, con una desesperanza que se impone cada día y que amenaza con destruir el espíritu vocacional que los sostiene, el resto de la sociedad, en general, parece vivir en otro universo. Un universo paralelo que responde a formas distintas de ver las cosas, a lenguajes que, aunque usan las mismas palabras, sugieren cosas distintas y promueven comportamientos diferentes. El universo que convive con las secuelas del coronavirus, con el dolor y la muerte, y el universo de aquellos que, haciendo oídos sordos, siguen viviendo como si aquí no pasase nada, quitando importancia al tema, engañándose con discursos y palabras vacías.
Necesitamos conciliar los universos en un universo común, que responda al mismo propósito, que asuma el mismo marco de referencia y diagnóstico de la situación, y que hable el mismo lenguaje. Y esto es un esfuerzo colectivo que no se puede dejar al albur de la responsabilidad individual. Pasa por dotarnos de normas de conducta colectivas y hacerlas cumplir. Pasa por ser exigentes con el bien común y poner los medios para garantizarlo. Porque si todo se deja a la pura responsabilidad individual se convierte en un 'sálvese quien pueda'.
Sabemos que estamos en un tiempo de incertidumbres en donde nos faltan referencias y se hace difícil encontrar liderazgos inspiradores que generen confianza, pero también sabemos que, en estos casos, los valores y el aprendizaje constituyen dos referencias básicas a las que agarrarnos.
Una mirada desapasionada nos diría que no vamos bien, porque hemos dejado de lado el valor de renunciar. Hemos abandonado los comportamientos que nos exigen renuncias, porque nos resultan incómodos. No queremos renunciar a nuestra vida social para garantizar nuestra salud y la de los demás, no queremos renunciar a los votos que se pierden al tomar medidas impopulares, no queremos renunciar a la superficialidad ni a la inmediatez, ni al logro con el mínimo esfuerzo; tampoco queremos renunciar a nuestras aspiraciones individuales frente al bien común. En fin, que lo de renunciar no va con nosotros. Sin embargo, hablando de valores, el respeto a los demás, la solidaridad, la generosidad y la empatía son siempre un ejercicio de renuncia de lo propio en aras al bien de lo común. Si el nivel de estupidez ha llegado a tal punto que no somos capaces de renunciar a nada por nosotros mismos… ¿cómo vamos a renunciar por los demás? Así, en un desenfrenado frenesí, por no renunciar a nada acabaremos por renunciar a todo.
Las situaciones de crisis nos enfrentan a nosotros mismos, como personas y como colectivos, y se dice que sacan lo mejor y lo peor de nosotros. Pablo Neruda decía que «algún día, en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas». Si, como sociedad, fuese hoy ese día tengo para mí que se trataría de una de nuestras peores horas. Así que pensemos en recuperar el tiempo perdido apoyándonos en valores y en el compromiso con el aprendizaje. Una buena receta para salir de este atolladero y sacar a nuestros sanitarios de los pies de los caballos consistiría en comprometernos de verdad, a todos los niveles, a aprender a renunciar. Renunciar a algo para no tener que renunciar a todo.
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