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Mis compañeros de ciencias afirman que el pH es el coeficiente que indica el grado de acidez o basicidad de una solución acuosa. Aseveran que el 7 es sinónimo de un pH neutro. Insisten en que cuanto más elevado sea el coeficiente, la solución será ... más básica. Matizan que, por el contrario, cuanto menor sea el coeficiente resultara más ácida. Y remarcan que, para poder asegurar el buen funcionamiento del organismo, es muy importante que los tejidos y las mucosas tengan un pH adecuado.
Mis profundas raíces en humanidades no me permiten ir más allá. Es la herencia de un modelo disciplinar que empujaba a las personas menos diestras por el oscuro pasadizo de letras y noemas, mientras abría grandes avenidas para las dedicadas a números y algoritmos. Menos mal que el tiempo nos va devolviendo el sentido común, al evidenciar que la aproximación transdisciplinar es la mejor de las respuestas a la complejidad de los retos actuales. ¿O no?
Pero no era mi intención reivindicar el papel de las humanidades o del enfoque transdisciplinar. Las causas perdidas serán objeto de próximos artículos. Quisiera referirme a los retos ya conocidos. En primer lugar, el reto ecológico, resultado de una larga historia de sobreexplotación de espacios y recursos, de consumo desaforado de energía, de contaminación y reducción de la biodiversidad… que nos enfrenta ahora a la necesidad de recuperar el equilibrio, un estilo de vida sostenible y responsable, como manera sensata de convivir con el resto de los seres vivos en una biosfera finita.
En segundo lugar, el reto sociodemográfico, surgido de profundas desigualdades y tendencias divergentes en torno al envejecimiento, la emancipación de la juventud, los hostilizados movimientos migratorios, la visibilidad de los excluidos y marginados, la lucha por la equidad de las mujeres, el reconocimiento de la diversidad funcional… aspectos todos que nos impelen a la búsqueda de la igualdad y la cohesión social.
En tercer lugar, el reto económico, asociado a la gasificación de la propiedad, la concentración de la riqueza, la deslocalización de producción y consumo, la digitalización intensiva, la precarización y volatilidad del empleo, la pugna por el magnetismo de ciudades y territorios…; rasgos de tiempos convulsos en los que resulta difícil la búsqueda de la prosperidad desde modelos cooperativos y economías del bien común, de la proximidad y del cuidado.
En cuarto lugar, el reto cultural, embarcado en los conflictos de identidades, la conservación del patrimonio y la memoria, la diversidad lingüística en contextos de diglosia, la diversidad cultural y el mestizaje en tiempos de xenofobia, el diálogo interreligioso en espacios de fundamentalismos y violencia… agenda explosiva para el ámbito pobre de la creatividad, los valores y la innovación.
Pero, sobre todo, quisiera referirme a un factor clave que todos los retos comparten: las personas. Seres humanos que participan en la depredación o en la conservación del hábitat en el que residen. Ciudadanas y ciudadanos que posibilitan la exclusión y las desigualdades, o se posicionan diariamente del lado de la igualdad y la cohesión. Seres humanos que confirman a través de su inversión, gasto y consumo los parámetros de competitividad extrema o se sitúan en torno a esas otras economías y finanzas cooperativas y del bien común. Ciudadanas y ciudadanos que apuntalan el racismo y la xenofobia o alimentan la riqueza de la diversidad creativa en torno a valores democráticos.
El factor clave en las transformaciones pendientes son las personas. Su pH estabiliza la solución liquida en la que nos movemos, como: individuos con necesidades, seres humanos sociables, personas en desarrollo, ciudadanos con derechos y deberes, usuarios del espacio, tiempo y actividad, consumidores de bienes, productos, servicios y experiencias. Desde cualquiera de las funciones mencionadas, el pH tiene capacidad de incidir en los retos enunciados.
Por todo ello, necesitamos incorporar, junto a las conocidas transiciones, una específica centrada en las personas. Una transición que implique el abordaje del aprendizaje y empoderamiento a lo largo de la vida de la ciudadanía en conocimientos, competencias y valores democráticos imprescindibles para abordar con éxito los retos del desarrollo sostenible. La configuración de hábitos en el uso, análisis y comprensión de la información disponible en contextos de transparencia desde las instituciones, empresas y entidades sociales. La generación de espacios de comunicación y diálogo de las personas con sus instituciones, tejido empresarial y asociativo para incrementar la confianza mutua. La puesta en marcha de procesos cocreativos que, en el tiempo, vayan asentando la corresponsabilidad en los resultados obtenidos y suscitando ecosistemas de innovación transformadora desde los que hacer frente al reto ecológico, económico, social y cultural.
La transición pendiente es la de las personas. La transformación pendiente es la de su modo de pensar, sentir, aprender y hacer. Para poder asegurar el buen funcionamiento de nuestra sociedad es necesario que las personas se conviertan en el pH adecuado.
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