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Debo confesar que durante mucho tiempo me he resistido a hablar del talento porque no me apetecía contribuir a la banalización de una cuestión que, por lo demás, resulta capital para el desarrollo de una sociedad. El uso indiscriminado de la palabra nos está llevando, ... una vez más, a contribuir a su deterioro y a que pierda todo su posible potencial movilizador. Ha ocurrido también con otras palabras, como la innovación o el emprendimiento. De tanto usarlas sin sentido, llega un momento en el que todo el mundo las utiliza como un latiguillo que se convierte en un lugar común, carente de verdadero significado. Y de tanto manosearlas, estas palabras, que deberían encerrar un verdadero relato con fundamento y capacidad de movilización, se convierten en lo contrario: muletillas para no hacer. Porque cuando las palabras se convierten en dichos y se alejan de los hechos pierden su verdadero valor.
Pues bien, la apelación constante al talento por parte de todos los agentes sociales, especialmente desde las instituciones públicas y las empresas, debería acompañarse de un esfuerzo por llenar de contenido esa palabra, de manera que tengamos claro a qué se refiere cada uno cuando la está utilizando. Esto es importante porque necesitamos compartir su significado si queremos activar mecanismos al servicio de un propósito común. No vaya a ser que parezca que todos hablamos de lo mismo cuando en realidad pensamos en cosas totalmente diferentes. Y me temo que ese peligro es algo real. Por eso conviene que nos aclaremos y hagamos el esfuerzo de construir un buen relato del talento.
La definición básica de talento es la de «capacidad para el desempeño o ejercicio de una ocupación o actividad» (RAE). Se trata, pues, de una aptitud que tiene la persona, por lo que la dimensión individual es capital. No podremos entender el discurso del talento sin hablar de personas. Esto es una cuestión fundamental, por lo que en el relato del talento la perspectiva del individuo es clave. Por eso, cuando se habla del talento desde las instituciones o desde las empresas, se haría bien en no olvidar que, por encima de todo, estamos hablando de personas con talento. Personas y no formulaciones abstractas. Personas con sus capacidades -de ahí sus talentos-, pero también con sus aspiraciones, sus motivaciones, sus sentimientos y sus emociones.
A lo largo de la historia han aparecido personas de indudable talento: Leonardo da Vinci, Séneca, Aristóteles… son ejemplos de talento. También grandes artistas como Miguel Ángel, Velázquez, Picasso, Dalí, Chillida… Científicos como Einstein, Nash... Escritores como Cervantes, Machado, Víctor Hugo… Cantantes de ópera, cocineros, deportistas, empresarios, políticos… Incluso dictadores. Así que tampoco es una cuestión menor que, cuando hablemos de talento, también pensemos en qué tipo de talento estamos considerando y, sobre todo, al servicio de qué ponemos ese talento.
En este sentido, hay que apuntar que la innovación y la competitividad al servicio del progreso enfatizan el papel capital de las personas, tanto desde el punto de vista de sus aptitudes como de sus actitudes. O sea, de personas con talento.
En realidad, llevamos muchos años hablando del talento y asumiendo que el reto fundamental de toda organización pasa por detectar, desarrollar, atraer y retener el talento. En un escenario tremendamente competitivo, en el que se dice que la 'guerra por el talento' determinará vencedores y vencidos, se ha impuesto una visión centrada en los procesos para identificar e incorporar a nuevos integrantes a la fuerza laboral y en cómo desarrollar y retener recursos humanos ya existentes. Una visión 'productivista' que es muy parcial y que se lleva mal con el talento, ya que el talento no es un recurso material; es algo vivo, que necesita fluir y desarrollarse. No es un 'stock', algo que se almacena, se tiene y se administra. Al revés; es flujo, diversidad y movimiento. Por eso, no deberíamos pensar en el talento como algo material, sino como personas protagonistas de su propia historia.
Pues bien, para las personas con talento es fundamental poder encontrar un espacio, que no es solo físico, sino también relacional, en el que crecer como personas y como profesionales. Por eso, el desafío de la sociedad es crear las condiciones para que ese espacio exista. Un lugar en el que las cosas pasan porque las personas desarrollan sus talentos; un lugar atractivo para que las personas se incorporen, sientan que se desarrollan y crecen.
No debería preocuparnos demasiado que haya un cierto 'ir y venir' si eso hace crecer el talento. Porque obsesionarnos con atrapar el talento, en una especie de nueva esclavitud, sería un error. Debemos acompañarlo para que fluya porque así se desarrollará y, al hacerlo, aportará un mayor valor a la colectividad. Y, sobre todo, no olvidemos: el talento son personas.
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