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La historia política se puede representar en un teatro de guiñol, con títeres de diferente pelaje y movidos por diversas pasiones. Para establecer el maldito III Reich se necesitó de muchos personajes turbios y desvaídos, premiados y apremiados, alrededor del 'Lobo'; alias con que se ... conocía a Hitler entre los suyos, antes de ser el último canciller de la República de Weimar, cargo desde el que liquidó la democracia. Hablemos de su lugarteniente Rudolf Hess, cinco años menor que el mal pastor (que no hermano lobo), a quien se entregó deslumbrado nada más conocerlo, con 26 años.
Venía de una familia acomodada, nació en Alejandría y no conoció Alemania hasta los 12 años; en el colegio le llamaban 'el egipcio'. En 1914, con 20 años, fue voluntario a la guerra, donde fue herido varias veces y llegó a teniente. Aunque pensó en ser ingeniero, inició estudios de Historia y Economía y trabó amistad con Karl Haushofer, notable profesor en Geopolítica.
Hablaba inglés, francés y algo de árabe. Era deportista, vegetariano y no fumaba ni bebía. Se aficionó al esoterismo, a la astrología y a las medicinas paralelas. Era voluntarioso y nervioso, leal y disciplinado, un exaltado nacionalista que carecía de ambición de figurar y que nunca hizo el menor alarde de sus condecoraciones, lo que le aseguró poca simpatía en el equipo dirigente nazi. Göring lo ridiculizaba ante Hitler como 'pepinillo'. En cambio, Goebbels lo catalogó como «el hombre más discreto, calmo, amigable, reservado con inteligencia».
A finales de 1923, participó en un intento de golpe de Estado: el Putsch de Múnich. Se escapó y, tras conocer la suave sentencia de un juez afín, se entregó. Medio año después, a finales de 1924, ya estaba en la calle. «Extraña República de Weimar que parece considerar que se puede atentar contra su existencia y disfrutar luego de una detención casi bucólica a sus expensas», ha escrito Pierre Servent, exportavoz del Ministerio de Defensa francés y autor de la biografía 'Rudolf Hess'. A partir de entonces, los nazis alzaron el vuelo hasta establecer un régimen racista y criminal, bajo la consigna 'Un Reich, un Pueblo, un Führer'. En aquel delirio aberrante, el propio Hess sentenció: «El Führer es Alemania; cuando él juzga, la nación juzga».
En 1934, año y medio después de tomar el poder, fue corresponsable del masivo crimen de Estado de la 'noche de los cuchillos largos', que descabezó a las SA. ¿Cómo se incuba una total falta de escrúpulos morales?
Comenzada la II Guerra Mundial, Hess era muy popular en Alemania, pero poco influyente. El 10 de mayo de 1941, justo un año después de la invasión de Francia, quién soñó con ser ministro de Asuntos Exteriores y quería que el mundo se diera cuenta de que Alemania era invencible emprendió una extraña aventura. Solo y desarmado, pilotó un avión y recorrió 1.370 kilómetros hasta la mansión del duque de Hamilton (amigo de la familia Haushofer), en la costa oeste escocesa, en busca de un compromiso Londres-Berlín. Llevaba en la memoria grabados todos los detalles de velocidad del viento y de distancias. Al saltar en paracaídas, se hirió y fue detenido. Se presentó como el capitán Alfred Horn.
La conmoción fue enorme y se prestó a toda clase de especulaciones e intoxicaciones informativas, tanto para los británicos como para los soviéticos y los nazis. Mes y medio después comenzó la invasión de Rusia, la Operación Barbarroja.
Hess ya nunca volvió a quedar libre y se suicidaría (en su cuarta tentativa) en Spandau, el 17 de agosto de 1987, con 93 años.
El proceso de Núremberg, iniciado el 20-N de 1945, duró 217 días, juzgó a 19 acusados, siete de los cuales fueron condenados a penas de prisión; él, a cadena perpetua. Con dotes de actor, Rudolf Hess fingió pérdidas de memoria, pero declaró el honor de vivir en la época del hombre más genial producido por su pueblo y que, «incluso si pudiera, no desearía borrar ese tiempo de mi existencia. Soy feliz por haber cumplido con mi deber respecto a mi pueblo, mi deber como alemán, como nacionalsocialista, como fiel al Führer».
En la cárcel leyó mucho y, a partir de 1960, sobre la conquista espacial. Acabó quedándose solo en Spandau como único preso; sería el más caro de la Historia. En 1953 le escribió a su hijo: «Sea cual sea tu opinión o tu fe, respeta siempre las creencias de los demás y no les trates nunca con desprecio o ironía». ¿Era capaz de arrepentirse y de pedir perdón? No consta que lo hiciera.
En una ocasión, Churchill mencionó «su fanático acto de loca beneficencia». Hess pidió que en su lápida se grabara, en alusión a su vuelo: «Me atreví».
A día de hoy, los archivos de los servicios secretos británicos guardan y bloquean información sobre este asunto.
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