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Acabamos de conmemorar el 85 aniversario del bombardeo de Gernika, víctima junto a otras localidades vascas y españolas de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana, que combatían en favor del bando sublevado contra el Gobierno legítimo de la Segunda República española. Huelga ... decir que el caso de Gernika obtuvo pronto eco internacional y trascendió al resto de episodios bélicos de la Guerra Civil hasta alcanzar un simbolismo que ha llegado hasta nuestros días. Gernika está en nuestros corazones, pues representa la denuncia de la barbarie que entraña toda guerra, también la cultura pacifista internacional, y, más a nivel local, la reivindicación del autogobierno y las libertades vascas.
Como es conocido, el Gobierno de España ha aprobado con ocasión de este 85 aniversario una declaración institucional por la que condena explícita y formalmente aquellos actos injustos de guerra y reconoce el dolor de todas aquellas víctimas inocentes. Sin embargo, venimos escuchando insistentemente la reclamación por parte del nacionalismo vasco de que el Gobierno democrático de España debe pedir perdón por aquella afrenta.
Como secretario general de los socialistas vascos, y heredero por tanto de la tradición política que alumbró la II República, pero también como eibarrés y vasco, siento una profunda indignación política al comprobar semejante dislate, que en el mejor de los casos deberemos atribuir a una clamorosa falta de rigor histórico y, en el peor de ellos, a un interés partidista por deformar la historia con propósitos poco honestos.
Repasemos los hechos. El Gobierno constitucional de España, el Estado de Derecho derivado de la Constitución de 1978 que ha posibilitado nuestro autogobierno estatutario, es heredero de aquel régimen republicano, no de la dictadura. Es más, desde el punto de vista historiográfico cabría recordar que en el momento del bombardeo -abril de 1937- el único Estado legítimo era el de la República, porque los sublevados aún no habían terminado de constituir el 'Estado' autoritario que llegaría con la victoria y se perpetuaría durante 40 años. Por si fuera poco, en el Gobierno que fue víctima del alzamiento franquista participaban socialistas largocaballeristas y prietistas, comunistas, republicanos y hasta un ministro de ERC y otro del PNV, con Manuel de Irujo como ministro sin cartera. ¿Hemos de entender que también estas formaciones políticas están interpeladas por la exigencia de perdón?
Acostumbran a esgrimir quienes insisten en la teoría del perdón que el Estado alemán lo hizo ya hace algunos años. A este respecto convendría diferenciar la responsabilidad de Alemania, que pasó a constituirse por vías democráticas en un Estado fascista que brindó el consabido apoyo militar a Franco (que no a España), de la responsabilidad del Estado español, que en un primer momento logró frustrar el golpe de Estado, pero no evitó una guerra de la que finalmente salió vencido, dando lugar -entonces sí- a un cambio de régimen.
El Estado democrático en el que nos desenvolvemos es precisamente por el que lucharon milicianos y gudaris en la Guerra Civil, y ponerle en situación de pedir perdón asumiendo la culpa de los bombardeos (supongo que no lo pedirán solo por Gernika y se refieren a todos ellos, incluyendo Eibar, Otxandio, Durango, Belchite, la Fabricona de Golpejar y un largo etcétera) mancillaría todo el sacrificio que hicieron por las libertades, y contribuiría a una reinterpretación de la Historia con la que a buen seguro se sentirían traicionados.
Cuando hablamos de memoria democrática -en un momento crucial, pues tanto el Congreso como el Parlamento vasco debaten estos meses sendos proyectos de ley al respecto-, apelamos a los conceptos de verdad, justicia y reparación como garantía de no repetición. Pues bien, la reclamación de perdón al Estado democrático no contribuye ni a la verdad ni a la justicia, por lo que difícilmente puede resultar genuinamente reparadora. Son muchos los ejemplos en los que hemos podido comprobar el interés que determinados nacionalistas han tenido históricamente por reproducir una imagen del Estado español como heredero de la dictadura y enemigo exterior de Euskadi. No pretenden otra cosa sino obviar algunas verdades incómodas de encajar en determinados relatos victimistas: que en Euskadi hubo municipios de mayoría tradicionalista y carlista que se levantaron junto a Franco, y que sin la transición democrática que se produjo en 1978 no habría podido aprobarse el Estatuto que lleva el nombre de la villa vasca bombardeada.
En resumen, reivindicamos con orgullo el coraje de aquella generación que combatió por la legalidad democrática frente al fascismo y dio su vida por ello. Nos sentimos orgullosos de ellos, de su testimonio y de su sacrificio, y no ha lugar a pedir perdón asumiendo una culpa injusta y una tergiversación de la Historia inadmisible cuando fuimos también nosotros los que sufrimos, como tantos vascos y españoles, la intransigencia de sectores reaccionarios, el horror de la guerra y los zarpazos dolorosos de la represión franquista.
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