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La constatación de que Francia se encuentra en un momento de especial gravedad ha empujado a los ciudadanos a una participación masiva en las legislativas, un 67,5% en la primera vuelta y un 66,6% en la segunda, las cifras más altas en 50 ... años. Los electores han sido receptivos y han atendido los llamamientos de los líderes de la izquierda y el centro ideológico, que esta vez sí se han puesto las pilas cuando han visto las orejas al lobo, y se han movilizado para impedir un gobierno de extrema derecha, que habría sido el primero desde la ocupación nazi. Ha sido necesaria una terapia electroconvulsiva para estimular la asistencia a las urnas, lo que ha impedido el triunfo del partido de Le Pen, aunque cada vez se acerca más al poder.
El mayor registro se logró en 1969, cuando Francia atravesaba un momento delicado tras la dimisión de Charles de Gaulle, el general que dirigió la Resistencia contra la Alemania de Hitler y apuntaló el patriotismo de los franceses, un año después del convulso Mayo del 68 (la revuelta estudiantil y obrera). Eran presidenciales. Se enfrentaban el gaullista Georges Pompidou (Unión Demócrata por la República) y el democristiano Alain Poher (Centro Democrático). Ganó el primero, tras una primera vuelta con una participación del 77,59%, que bajó a un 68,85% en la segunda. La abstención, sin embargo, se ha ido convirtiendo en el primer partido político por la progresiva desmovilización de los electores.
No es un fenómeno que afecta solo a Francia. En España empezamos con muchas ganas en las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, el 15 de junio de 1977, que registraron una participación del 78,83%. Había que construir una democracia y ensamblar a un país dividido y apaleado. Con los años, ese espíritu ha ido languideciendo. En los comicios de las generales del 23 de julio de 2023, la participación bajó a un 66,59%, pero llamaron la atención los votos nulos (824.023) y en blanco (581.253), que siempre han pasado un poco desapercibidos. Ocurre algo similar en Euskadi. En las recientes autonómicas la abstención fue de un 40%, una cifra similar a la de 1980, en un proceso con altibajos: la tasa más reducida fue en 2002, con un 21,03%.
¿Fatiga democrática? ¿Desánimo? ¿Hastío? Hay analistas que se quedan con el hecho de que la bolsa de abstención tiene que ver con el nivel de educación de los electores y con la gente menos integrada, que no es poca. Es un análisis simple. Anne Muxel, investigadora del Instituto de Estudios Políticos de París, cree que es una forma de trasmitir un mensaje de descontento, incluso de quienes están interesados por la política y se identifican con las familias ideológicas en liza, pero que quieren decir que no están de acuerdo con cómo lo están haciendo.
En una entrevista en 'La Croix', la politóloga, especializada en las raíces (memorias) biográficas del comportamiento político, sostiene que la abstención «se ha despojado de su connotación negativa» y «ha ganado legitimidad». Se está convirtiendo en un «modo de expresión democrático». Sin duda, es un síntoma de una crisis en el vínculo entre los ciudadanos y su representación política, que refleja una insatisfacción con el sistema. La especialista alerta de que las crisis alimentan el radicalismo y la desconfianza en las élites, con sentimientos de cansancio, pero también de ira. Hay unos que se abstienen, pero hay otros que se abonan a decisiones más radicales.
Los problemas existen y requieren respuestas, algunas de manera rápida. Parece claro que los políticos han perdido proximidad y muchos ciudados se sienten desprotegidos ante una creciente desigualdad, que ahora tiene rostros distintos. Es lo que asegura Francois Dubet, sociólogo especializado en educación y justicia social, que estudia el vínculo entre desigualdad y populismo. «La idea del contrato social se ha desintegrado porque se ha vuelto ilegible», sostiene. La izquierda francesa gana en las zonas urbanas, donde los ciudadanos disfrutan del Estado del bienestar, pero en cuanto te alejas, la percepción de desigualdad aumenta y los extremos ponen sus huevos. Es lo que pasa cuando no tienes cerca un ambulatorio o las frecuencias de los autobuses te mantienen alejada del privilegiado centro.
Los políticos tienen ahí una patata caliente y tendrán que sudar para ganar la confianza perdida. En cualquier caso, soy de los que apuestan por la participación. Reconozco que la abstención es un derecho democrático, pero siempre he tenido claro que hay que votar en cada una de las convocatorias electorales, porque la dictadura franquista lo había impedido durante años, y porque la primera vez que tuvimos la oportunidad desde la II República, ETA llamó a la abstención para boicotear los comicios.
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