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Ya no se trata de orientar a la sociedad desde una posición de influencia». La frase es de la pastoral que los obispos del País ... Vasco y Navarra acaban de publicar por la Cuaresma, costumbre que se había perdido en los últimos años, y titulada 'El contraste paciente. Repensando la relación Iglesia-mundo'. La frase refleja muy bien el momento que atraviesa la institución, pues el documento apenas ha tenido eco en los medios generalistas y ha pasado un tanto desapercibido entre la opinión pública. Y, sin embargo, son 80 páginas, casi un ensayo, con un contenido programático de mucho calado.
La pastoral toma el título del pensamiento de Alan Kreiber, historiador menonita estadounidense, autor del libro 'La paciencia' (Ediciones Sígueme), que se centró en investigar las causas que podrían explicar el rapidísimo ascenso del cristianismo a religión estatal del Imperio romano. También bebe de las fuentes de Rodney Stark (Dakota del Norte), educado como luterano y sociólogo de las religiones, que publicó con notable éxito 'La expansión del cristianismo' (Trotta). Los contenidos de ambos trabajos están muy relacionados y pueden ofrecer claves para contextualizar las ideas centrales del escrito del episcopado vasco navarro.
Kreiber habla de la paciencia como la virtud «más excelsa» y sugiere no tener prisa para controlar los acontecimientos. También se refiere al 'habitus', el comportamiento visible, la conducta. Si McLuhan acuñó la frase de que «el medio es el mensaje», en este caso habría que decir que el mensaje está en la forma de actuar de los cristianos. El mensajero es el mensaje. Stark, por su parte, cree que el cristianismo creció por su capacidad de crear comunidades y sus redes de apoyo solidarias y altruistas. Paciencia y testimonio.
Los obispos son muy realistas sobre la situación de la Iglesia, todavía con una fuerza y presencia institucional grandes, pero camino de convertirse en una organización minoritaria, lo que la obligará a funcionar sin los privilegios del pasado. Ya no es una Iglesia de poder. Además, el ambiente general no es favorable a lo que es y significa la fe religiosa, todo lo contrario: es hostil y aséptico. La secularización y el desplome de los sacramentos empujan en esa dirección. Habrá que cerrar templos porque resulta insostenible mantener la estructura de las parroquias.
Con ese diagnóstico los prelados apuestan por la paciencia, como el cristianismo primitivo, porque «ya no es posible mantener los esquemas pastorales heredados de una época en la que el cristianismo conformaba mayoritariamente la cultura y la vida social». Conscientes de la distancia entre el pensamiento europeo dominante y la cosmovisión cristiana, rechazan cualquier anhelo de restaurar tiempos pasados, una empresa destinada al fracaso.
«Estamos ante un verdadero tsunami cultural que ha convertido en extraños y escasamente atractivos muchos elementos esenciales de la antropología y cosmovisión cristianas», reconocen. Y añaden: «No podemos refugiarnos en la ilusión de que la Iglesia va a retomar su posición anterior con una posición globalmente orientadora». La constatación es cruda y dura. La tentación puede ser la confrontación entre bandos, entre los amigos y los enemigos de Dios, pero el documento rechaza entrar en la batalla cultural y empuñar la cancelación desde una supuesta superioridad moral sobre los adversarios.
Su propuesta pasa por cambiar el chip. «Nuestra misión es ofrecer al mundo un testimonio valioso, no desde la confrontación, sino desde la coherencia de vida y así contribuir a una sociedad más integrada». Una Iglesia de «yugo suave», según el término acuñado por el Papa Francisco, que no impone cargas y acoge a todos. Vivir en la humildad desde la aceptación de que las cosas han cambiado, y mucho. Presentar un testimonio más atractivo y con capacidad de contagio, sin pretender satisfacer las agendas de todo el mundo. De la mano de una profunda renovación de la Iglesia, pero sin perder la identidad, un concepto en el que se insiste mucho en el texto.
Y en este proceso sacan al escaparate el valor de la sinodalidad, que no cuestiona al sacerdote, sino que lo resitúa más allá del clericalismo. Los laicos, en palabras de monseñor Segura, obispo de Bilbao, no son los colaboradores de los curas, sino los protagonistas. Pese a que ser cristiano hoy es complicado, en medio de un secularismo hostil y con una Iglesia que genera más recelos que confianza, entre otras cosas, por la crisis de los abusos a menores.
«Necesitamos recuperar la coherencia», asumen los obispos en este documento, que merece una lectura sosegada. El objetivo es construir, desde abajo, comunidades que contribuyan al bien común social, porque la fraternidad está muy debilitada. Construir una sociedad más justa y fraterna con los abandonados y oprimidos. Centrarse en el evangelio de los pobres y solitarios y olvidarse de las guerras culturales. Sin la angustia y la preocupación por recuperar el protagonismo y el terreno perdidos. ¿Volver al cristianismo de los orígenes?
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