Conocen 'El discurso de la servidumbre voluntaria' que Étienne de La Boétie escribió hace cinco siglos? Es más popular el título que el autor. Se leyó y reinterpretó a lo largo de los siglos para alentar las rebeldías, incluyendo la actitud de agentes del Estado ... que se revolvían contra sus mandatarios y se convertían en traidores o saboteadores. Aquel ensayo genuinamente antiabsolutista hizo nacer un potentísimo principio antiautoritario. Sin embargo, cuando tomamos conciencia de que el poder se distribuye de distintas maneras, y no solamente de arriba abajo, se complica el debate sobre las servidumbres o las desobediencias en las relaciones de poder.
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En cualquier caso, el Estado sigue estando en un lugar central del sistema de poder. Parece un Gran Hermano, pero es un gran estómago. Lo digiere todo, mejor o peor, a pesar de los problemas digestivos. Por eso es rechazable el discurso del funcionario servicial, que no servil (hasta ahí bien), siempre aséptico, fiel y cumplidor neutral de las obligaciones legales (hasta aquí mal). Así se obvian desidias y corruptelas o grandes desastres con participación estatal, como la guerra y la violencia institucional. El sueño de la razón (de Estado) produce monstruos.
Si el concepto de poder es complejo, cuando lo circunscribimos al ámbito del Estado se enmaraña. Aunque queramos valorizarlo como instrumento de distribución de recursos públicos, no resiste ni las simplificaciones ni los juegos florales. Charles Tilly, uno de los más grandes especialistas de la reciente sociología histórica (por eso lo cito y lo recomiendo), explicó que, al analizar las relaciones de poder, asumimos sin querer postulados perniciosos heredados de las ciencias sociales del siglo XIX. Hemos interiorizado que todas las formas legítimas del Estado ayudan al control social y la integración, olvidando que a veces la coerción ejercida por el Estado y sus funcionarios no se distingue del crimen y llega a quebrar el orden social. Hay muchos ejemplos históricos y del presente, en dictaduras y en democracias.
Pero si nos ceñimos a la historia de la democracia española nos vendrá a la cabeza una muestra de coerción estatal ilegítima: la de los fontaneros del Estado encargados de acciones ilegales, cruentas o incruentas y siempre secretas, por extralegales, o sucias, por corrompidas. Guerras sucias, represiones sucias, pesquisas sucias… Se han maquinado siempre como atajos antiterroristas o contra opositores políticos y movimientos de protesta. Fue el caso de los GAL. Y es el caso de la 'Policía patriótica'.
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Se han activado normalmente para servir al partido político del Gobierno. De ahí que también se hable de los fontaneros de La Moncloa. Esos agentes del Estado eran fontaneros reclutados. Participaban entremezclando dosis de convicción ideológica con intereses personales. Sabían que su obediencia era ilícita, pero la acataban sin salirse del marco de sus obligaciones profesionales, enturbiándolas y utilizándolas como coartadas. Cuando eran denunciados ante los tribunales invocaban el principio de obediencia debida. Se sentían amparados por el secretismo de Estado.
También hemos conocido casos de obediencia indebida. Ojo con esta aparente paradoja. La fontanería del Estado, siempre operando en las cloacas y las zonas oscuras, puede aprovecharse de su opacidad para cobrar autonomía y dirigirse contra personas e instituciones del propio Estado que considera enemigas. No hablo de novelas y series de televisión; tampoco de los traidores de antaño o los funcionarios corrompidos de hogaño; menos todavía del golpismo militar, el caso más extremo de obediencia no debida. Hablo de fontaneros del Estado con acceso fácil a recursos de doble uso, como el espionaje o la filtración.
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Algunas noticias recientes nos recuerdan esta posibilidad. En estos momentos en España no habrá una trama organizada desde las alcantarillas del Estado y hacia el ecosistema de la oposición política, mediática (y judicial). Pero el ambiente de riña partidista potencia actitudes y discursos politizados impropios de funcionarios que se comportan como fontaneros voluntarios, voluntarios y espontáneos, actuando 'motu proprio' sobre las dinámicas de confrontación del Gobierno y la oposición.
Cuando confluyen tantos frentes de presión interinstitucional contra un Gobierno tan débil es demasiado fácil echar mano del tópico de las teorías de la conspiración. No nos confundamos. Hay juego sucio. Hay muestras de parcialidad y partidismo en agentes del Estado. Y hay un clima político embrutecido que nos envuelve a todos, incluyendo a funcionarios, técnicos o guardias civiles que anteponen lo personal e ideológico para hacer de fontaneros voluntarios contra un Gobierno que quisieran ver derribado. Esos agentes que escriben en papel de Estado informes con intenciones políticas son hoy por hoy otro mal síntoma de la crisis de las democracias. Un problema mucho más hondo que cualquier hipótesis sobre tramas fantásticas.
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