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Me van a permitir que encabece este artículo con el nombre de un político conocido por todos, de larguísima trayectoria, por lo que no necesita presentación, como se suele decir y en este caso con razón. Iñaki Anasagasti ha salido a relucir hace poco en ... una lista de ciudadanos vascos que han dirigido, con fecha de 15 de julio, una carta al alcalde de San Sebastián, Eneko Goia, del PNV, para que, en nombre de la sedicente memoria democrática, la placa en recuerdo de los donostiarras represaliados por el franquismo, que fue colocada delante del Palacio Goikoa durante la Alcaldía de Juan Carlos Izagirre, el 31 de mayo de 2014, recoja también a los represaliados por los republicanos durante el periodo que va del 18 de julio al 13 de septiembre -cuando entraron las tropas sublevadas-, cuyo número se eleva, según los estudios más contrastados, a 252 personas. Ello iría en conformidad con la propia Ley de Memoria Democrática actualmente vigente, que dice que la rehabilitación de las víctimas de aquel conflicto debe hacerse sin reparar en ideologías ni en partidos.
De no hacerlo, se estaría incumpliendo una ley que ha venido para querer compensar una injusticia (el franquismo solo se ocupó de sus propias víctimas), pero que está generando otra: la democracia actual solo parece ocuparse de las víctimas olvidadas por el franquismo. Con lo que, casi cien años después de aquellos luctuosos hechos y a cincuenta años del fallecimiento del dictador, seguimos sin construir una sociedad inclusiva para todos. No se trata de olvidar a nadie, sino de recordar a todos. Porque todos tenemos abuelos que tuvieron su propia ideología, diferente muchas veces a la de sus nietos. Y contra la República actuaron también las izquierdas en el 34, lo mismo que las derechas luego en el 36.
En Bilbao también se instalaron en el cementerio de Derio hace unos meses unas placas para recordar a quienes lucharon por las libertades y la democracia, donde solo se recuerda a unos, a las víctimas del franquismo una vez más, y se olvida a otros, y con el agravante de que algunos de esos 'luchadores' eran perfectos delincuentes y asesinos. Pero en el caso de Bizkaia ya estamos en otro contexto de la Guerra Civil, muy distinto al de Gipuzkoa.
En la carta de Donostia lo interesante ha sido la inclusión de Iñaki Anasagasti en una lista de peticionarios mayoritariamente, por no decir por completo, no nacionalista. Y ese es un gesto a valorar que va en la buena dirección porque integra dos campos por momentos muy distantes en nuestra sociedad, pero que en el fondo no lo están tanto. El caso es que quien fue muchos años portavoz del PNV en Madrid se ha sentido perfectamente cómodo en esa lista. Bien sea porque ahí hay gente ya consagrada y que, probablemente por eso, está por encima de ideologías y partidos; bien porque haya sintonizado con el mero sentido común que ha guiado a la mayoría de los firmantes.
Aquel «veraneo de muerte» con el que, jugando macabramente con la expresión feliz, titula Guillermo Gortázar su libro sobre aquellos terribles episodios y que está en la base de la carta al alcalde, ocurrió cuando Franco aún no se había hecho cargo de la sublevación y no existía tampoco Estatuto vasco. Ambos hechos coincidieron en una misma fecha, el 1 de octubre. Quiere decirse que Anasagasti, con su adhesión, no está optando aquí por ningún supuesto bando franquista, que entonces ni existía siquiera con esa denominación. Eso, por un lado. Pero es que tampoco se había puesto en marcha entonces todavía la autonomía vasca. El PNV fue barrido por los acontecimientos en Álava y Navarra. En Gipuzkoa actuó muy tímidamente (recordemos la labor mediadora de un Andrés de Irujo, por ejemplo). Fue en Bizkaia donde aprovechó la coyuntura para exigir el Estatuto al Gobierno del Frente Popular. Y es que todo vino marcado por el frente de guerra.
Y lo que planteo aquí es que en la Euskadi actual no podemos sustentar la autonomía (y el llamado nuevo estatus está ya apuntando por ahí) como algo que definieron en exclusiva entre PSOE y PNV o, ampliando el radio, entre izquierdas y nacionalistas, ignorando y excluyendo a la derecha, que había venido vertebrando con su cultura política toda la historia vasca precedente. Hay un profundo atisbo sectario en pretender convertir, desde instancias académicas incluso, a Indalecio Prieto y a José Antonio Aguirre en los exclusivos 'padres fundadores' de la autonomía vasca actual. En cambio, el gesto de Anasagasti, uniendo su firma a gente de la derecha vasca, junto con otra que ha significado mucho en el ámbito socialista, pidiendo equidad respecto de nuestra memoria histórica, es como un primer gran paso hacia una Euskadi más integrada, sin monopolios políticos ni exclusiones partidistas.
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