Los tribunales revolucionarios iraníes funcionan a pleno rendimiento emitiendo sentencias de muerte (cinco en los últimos días) y condenando a un número indeterminado de ciudadanos a duras penas sin garantía legal alguna, sin abogados y sentenciados gracias a confesiones conseguidas tras torturas. A los cinco ... condenados a muerte se suman otros catorce que pueden correr la misma suerte.
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Tres meses de protestas, 15.000 personas arrestadas, más de 300 muertos y un protagonismo represivo cada vez mayor de los paramilitares Basijs no han frenado a una multitud que, bajo los eslóganes «mujer, vida, libertad» y «¡lucharemos! ¡moriremos! ¡recuperaremos Irán!», se enfrenta abierta y violentamente al aparato represor de la teocracia iraní.
Aunque las sentencias no son aún firmes, ya que los condenados pueden apelar ante tribunales superiores, es muy probable que se desarrollen más procesos y condenas a muerte cuyo objetivo sean muchas de las mujeres que están protestando en las calles y más concretamente aquellas defensoras de los derechos humanos encarceladas por denunciar la discriminación sistémica en el país persa.
En cualquier caso y a pesar de la represión, las movilizaciones continúan y no parece que vayan a cesar. Cabe recordar que en la historia reciente de la república islámica las protestas contra el Gobierno han sido un hecho cada vez más frecuente, ya desde las irregularidades en la reelección de Mahmud Ahmadineyad, en junio de 2009. En todas las ocasiones se sofocaron con gran violencia, especialmente en 2019, pero el descontento y el resentimiento contra el régimen clerical ha sido una constante cuyo último capítulo estamos viviendo ahora.
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Claro que, a diferencia de anteriores protestas, hoy se reclama nada menos que la abolición de la propia república islámica. Participan menos personas que en 2009 y 2019, carecen de líder y no están coordinadas, están repartidas por todo el país, destaca el papel femenino y el de los nacidos a partir de mediados de los 90 del pasado siglo, pero han demostrado una gran determinación y resistencia. Miles de mujeres y hombres corrientes protestan en las calles de las ciudades porque están frustrados por la humillación y la opresión de un Gobierno que vincula su identidad a la dominación y la fuerza y que empobrece cada día más a la sociedad, con el pretexto de las sanciones, reduciendo regularmente los servicios sociales.
La república islámica acepta y presume de su carácter multiétnico, pero mira con recelo a unas minorías a las que vincula con la injerencia de los numerosos enemigos del país persa. Por eso sus dirigentes insisten en denunciar que las protestas se han provocado y dirigido por potencias extranjeras. Aunque este argumento sea una excusa para justificar la dura represión, es obvio que tiene un punto de realidad.
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EE UU, Israel y Turquía, a través de su títere Azerbaiyán, se han posicionado claramente desde hace tiempo frente a Irán. De ahí que éste decidiera atacar con misiles a las milicias antiiraníes del Kurdistán iraquí, a la par que movilizaba tropas a lo largo de la frontera con Azerbaiyán, dos zonas en las que Teherán sabe que la presencia israelí es una realidad. El régimen clerical, a través de la Guardia Revolucionaria, advertía de esta forma, además de con la ya conocida venta de drones y otros sistemas de armas a Rusia, de su fuerza y determinación a utilizarla. Asimismo, y con una perspectiva geoestratégica más amplia, muestra su deseo de integrar una coalición antiestadounidense con China y Rusia y de olvidarse definitivamente de Occidente.
La cuestión azerbaiyana no es baladí ya que Ilham Alíyev reforzó, tras la breve guerra con Armenia de 2020, su alianza con Israel (iniciada en 1992), país que le vende armamento y logística desde 2012. Desde entonces el iluminado Alíyev incluye en los mapas del 'Gran Azerbaiyán' varias provincias del noroeste de Irán donde viven unos 22 millones de personas de origen azerí que, en su sueño, se sumarían a los casi diez millones del Azerbaiyán actual. El apoyo de Turquía e Israel le hace concebir unas esperanzas que nunca tendrán reflejo en la realidad geopolítica de esta parte del planeta, pero que generan más inestabilidad en el Cáucaso sur y que, en caso de un enfrentamiento directo con Irán en el que tendría todas las de perder, obligaría a sus socios a intervenir, generando un sindiós de difícil solución.
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Por otra parte, la república islámica es un sistema policéntrico en el que el poder se distribuye entre varias circunscripciones y estratos y se nutre de la afiliación ideológica y del padrinazgo. Directa o indirectamente, una parte considerable de la población depende del régimen para su empleo, estatus, subsistencia e incluso seguridad. Ello implica que la movilización política se ve frenada porque supone perder los beneficios que el régimen reparte. De ahí que la posibilidad de que lo que acaece en Irán pueda dar lugar a un cambio político sea bastante remota, e incluso pueda generar una involución después de que las estructuras del poder se depuren al enfrentarse entre sí.
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