Seguramente la pregunta de Otegi quiere ser retórica: «¿Nuestra felicidad por ver salir a un preso de la cárcel es su dolor?». Por definición, las preguntas retóricas no requieren respuestas, ya que buscan provocar reflexión o anular de sopetón al contrario. No está dotado el ... dirigente abertzale para el género y comete la imprudencia de contestarse. «Si este es el esquema tenemos un problema». Tiene razón. Tenemos un problema porque ese es el esquema, aunque en un sentido contrario al que sugiere: el dolor de ellos («su dolor») no es porque un preso salga de la cárcel, pues es lo que corresponde tras cumplir condena, sino por otras dos razones: la constatación de que una parte de la población vasca enaltece a quien practicó el terrorismo y que se acepte la escenificación de tal «felicidad», que alienta valores antidemocráticos.
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La palabra tiene capacidad de permitir la comunicación democrática, pero -lo recordaba Vaclav Havel- «al lado de una palabra que estimula a las personas con su libertad y veracidad hay otra que hipnotiza y fanatiza, una palabra frenética, falsa, falaz, peligrosa, mortal».
Algunas palabras falaces tienen consecuencias lacerantes.
Los recibimientos a terroristas que salen de la cárcel -'ongietorris', en la neolengua- son un «reconocimiento o abrazo del pueblo vasco» y, al margen de la apropiación sectaria del 'pueblo vasco', tal explicación confirma el apoyo de una secta de la sociedad vasca. Descubre así la principal falla de nuestra democracia, la existencia de sectores que mantienen la fascinación por la violencia.
Las palabras no son neutrales. La reciente oleada de pintadas en las sedes del PNV y contra la Ertzaintza evidencia que «el abrazo solidario» con los presos tiene su correspondencia en esa agresividad que adopta la forma de insultos despectivos.
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¿Es el eterno retorno a las cavernas de los tiempos del cólera o la constatación de que nunca hemos salido de la ciénaga? La izquierda abertzale no condena estas expresiones de odio. Como mucho, Otegi asegura que nunca le ha parecido bien «que se hagan cosas en las sedes de los partidos». Al margen del inquietante significado de este polisémico «hacer cosas», la expresión tampoco es el colmo del repudio. No debe de haberlo, pues Bildu se indigna porque se denuncian las pintadas -¿el insultado/amenazado tiene la obligación de callar?-, ya que traerá consecuencias judiciales para «jóvenes de este país». Juventud, divino tesoro. Por lo que se ve, no conviene que a tan tierna edad averigüen que los actos tienen consecuencias. O la idea es que exista barra libre para la amenaza.
Jóvenes vascos, abrazos del pueblo vasco, nuestra felicidad: el lenguaje de la izquierda abertzale se dulcifica, nada que ver con la tosquedad de los tiempos alegres y combativos. Lo que no cambia es su sentido sectario ni la banalización del lenguaje, que se trivializa sin que pierda su sentido siniestro.
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A veces se minusvalora la importancia del lenguaje, que se barbariza como si fuera un juego y que puede crear un mundo atroz. Son innumerables las persecuciones, discriminaciones y explosiones de odio social que han sido posibles por el hecho de enunciarse lenguajes discriminatorios o supremacistas.
El terrorismo existió porque hubo quienes decidieron practicarlo, pero pudo mantenerse porque prosperó un lenguaje que volvió aceptable la violencia. Entre nosotros fue instalándose un idioma cargado de desprecios, justificaciones y proclamas bélicas - «txibatos», «txakurras», «zipaios», «no vascos», «algo habrá hecho», «jo ta ke»…- que eran algo más que expresiones retóricas. Crearon el caldo de cultivo que menoscaba la importancia de la agresión, que la encuadraba en un imaginario social perverso.
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Persiste el lenguaje amenazante y justificador de los crímenes. Las recientes palabras de 'Josu Ternera' reflejan ese mundo hostil, capaz de acoger el terror. Dice que la «espiral de la violencia» hizo que todos «fuésemos insensibles recíprocamente ante el sufrimiento vivido por la parte contraria». Equipara al asesino con su víctima y banaliza los sufrimientos. ¿De verdad puede sostenerse que la víctima tenía que ser sensible al 'sufrimiento' del agresor? Hay comparaciones repulsivas.
Ese lenguaje brutal sigue siendo capaz de insensibilizar y de justificar agresiones. Pese a su empeño en blanquearse, cuando un «joven vasco» agrede a un concejal del PP, los concejales de Bildu se niegan a condenarlo. Las palabras sectarias distorsionan las percepciones. Estos tiquismiquis del lenguaje tienen su escala, sólo rechazan. De paso, rechazan la inauguración del Memorial de Víctimas, que homenajea a todas las víctimas del terrorismo. Aseguran que resulta opuesto «a la construcción democrática de Euskal Herria». ¿Qué querrá decir «construcción democrática» en este lenguaje tortuoso?
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