Estaba dormitando en el sofá cuando vi en el televisor algo que me hizo despertar de repente. Me froté los ojos para demostrarme que no estaba en un sueño o en un país lejano. Es que estaba viendo al presidente de la Junta de Andalucía, ... Juan Manuel Moreno Bonilla, y a la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, paseando por un bucólico paisaje almontino y rociero. Habían discutido, dialogado, acordado y firmado. Y ahora lo iban a celebrar paseando con una sonrisa conciliadora avistando aves en las mermadas aguas del Parque Nacional de Doñana, Patrimonio de la Humanidad. No, no podía ser algo así en este país, aquí lo patanegra patriótico es la bronca, el insulto, la mentira degradante, el grito vejatorio y tabernario.
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Y así me lo ha venido a demostrar de inmediato la realidad diaria. A continuación apareció la presidenta Ayuso, de Madrid, diciendo las mayores barbaridades que se puedan escuchar. Es una mujer que tiene que estar todo el día en el candelero de una forma u otra, y siempre insultando con razones populistas exentas de cualquier raciocinio serio. Primero se quejó de que no la invitan a inaugurar trenes por Asturias, allá a 400 kilómetros, y luego de que Sánchez «el perverso» quiere rendir Madrid por agua, que los quiere desindustrializar y exterminar. Este panorama montaraz ya me sonaba más.
Luego salió Rafael Hernando, veterano con largo historial en el dominio de los insultos descarados de la peor calaña, disparatando sin sentido, mezclando churras con merinas y poniendo cara convincente. Como no había suficiente sangre en el ruedo, ¡vaya día, todo seguido!, allá que viene el 'voxero' Javier Ortega Smith llamando cobardicas a los del PP y diciéndoles que no tienen lo que tiene que tener un hombre en la entrepierna para lanzarse a armarla gorda. Luego le contestó el alcalde Almeida.
La lista se hace interminable, siguen el camino indicado. Sí, que hace unos días salió a la palestra el rutilante Aznar, que amnistió a cerca de 6.000, lanzando a la rebelión nacional a sus mesnadas: «Todos los que puedan hablar, hablen, y todos los que puedan actuar, actúen». Parece que se encuentra poseído de una autoridad venida por inspiración divina, o por ciencia infusa, que todo puede ser, tal como se refleja en ese rostro de sonrisa tan angelical que a veces aparece nimbado con un aura.
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El pueblo español creo que es, en general, gente decente, de buenas maneras, con la que se puede hablar, aunque sea a gritos. Pero estos políticos que juegan a insultar, a mentir día tras día sin que nadie les pida cuentas, no contribuyen a traer serenidad. No nos merecemos a estos políticos de faca verbal. Habría que prohibir el insulto en el Parlamento, castigar la mentira y los bulos intencionado y no seguir el ejemplo del argentino de la motosierra, el mocetón salteador de capitolios, los Putin, los Netanyahu, los brujos de Nicaragua, los dictadores de las ex repúblicas soviéticas, la derechización de muchos gobiernos europeos y varias cabezas ilustres de Vox.
El mundo se está inclinando hacia la extrema derecha con una mentalidad egoísta, insolidaria, ombligocéntrica, manejada por un capitalismo extremo negacionista y depredador. A ver si se convencen de que el insulto es el argumento de quien no tiene argumentos, tal como señala Rousseau, y de que la mayoría de las veces se avergonzarían al escucharse de nuevo.
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He seguido en mi embeleso al contemplar el bucólico paseo de los dos políticos. Y me ha ayudado a continuar en mis sueños el acariciarme un viento que venía cantando por las marismas desde Portugal, donde nos dan un ejemplo tras otro del buen entender, de saber convivir, de saber ceder y pactar. Y, sobre todo, de rectitud y decencia en el ejercicio de la política, algo muy distinto a lo que practicamos sobre nuestro toro ibérico: ordenadores machacados, Policía política, «Luis, sé fuerte», escándalos de corrupción y peleas por el poder en los tribunales de Justicia. Los lusitanos nos ganan por goleada.
Me he sentido tan complacido, que he imaginado que habían llegado nuevos tiempos, que ella, Teresa Ribera, era la presidenta del Gobierno de España, y él, Juanma Moreno, el jefe de la oposición. ¡Hablaban, cedían, pactaban, se entendían! Y no se insultaban. Y no sé por qué me ha venido como una oleada de modernidad, de futuro, con gente que pueda hablar, discutir y acordar mirando por un común hermanamiento. Ustedes perdonen, pero es que no quiero dejar de soñar.
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