Por el fallecimiento, que no muerte, de nuestro insigne artista y pensador don Antonio Gala, el Estado declara tres días de luto nacional e invita a los medios de difusión a que durante este tiempo divulguen su obra, y a los centros educativos a que ... se hable del poeta y se recreen los textos de quien se enamoró de las estrellas y se ha marchado a descansar con ellas. La patria debe ser agradecida con sus grandes creadores».
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¿Se imaginan lo que habría sido si el presidente de Gobierno hubiera lanzado este mensaje ofreciendo un momento de paz olímpica con hermanamiento entre todos para venerar a uno de los grandes? No se escandalicen, que esto se hacía en tiempos antiguos cuando el dinero no lo era todo, cuando en la Grecia clásica se paraban las contiendas bélicas para celebrar juntos los Juegos Olímpicos. Los atletas ganadores eran considerados héroes y recibían en premio una corona de laurel y el ser inmortalizados en los epinicios del poeta Píndaro.
Alguien de miras cortas dirá que Gala ya estaba pasado de moda. Lo que faltaba, que hubiera estado toda su vida en el candelero literario. Antonio Gala fue el príncipe de las letras en tiempos de la Transición, de 'la movida', del cambio. Sus obras de teatro eran celebradas, sus poesías y novelas generaban colas interminables en las ferias del libro, sus artículos fueron cruciales en momentos decisivos.
Desde hace algunos años estaba oculta su figura por distintas razones. En 2011 le detectaron un cáncer linfático y, aunque lo superó, desde entonces se fue acallando su pluma hasta llevar una vida casi monacal, dedicándose a la fundación que lleva su nombre.
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La velocidad de la vida que llevamos hace que lo esencial se haga efímero y cuestiones insustanciales ocupen páginas durante días. Gala ya no es de ninguna tendencia o partido. Hay que apartar lo que tuviera de menos, como todos, para tomarlo entero; ahora es patrimonio de la cultura nacional; es decir, de todos. Lo más importante de este autor es que fue un ser libre en su pensar y actuar, que se atrevió a ser muy duro con ciertos políticos, que no fue zalamero del poder y sí muy riguroso en su pensamiento.
No es uno más. Hacia los 30 años ya tenía las licenciaturas en Derecho, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas y Económicas. Y todo ello le sirvió para su única vocación, la escritura. Aunque nacido en Ciudad Real, tuvo la suerte de vivir en Andalucía y sentirse andaluz, lo que para un artista no es algo baladí, es llevar andado parte del camino, que es tierra donde han brotado los poetas más sublimes. Y no, no es exageración.
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Los romanos hicieron una segunda Roma y los árabes crearon su seguro paraíso terrenal. No se nos ha descrito con la riqueza y claridad que se merece lo que ha supuesto el aporte de Al-Ándalus en nuestra historia. Fue la región recreada por los árabes donde llegaron a las mayores cotas en las distintas artes y ciencias, donde se produjo un ambiente cultural único en Europa. Tierra donde convivieron, con sus discrepancias, distintas religiones llegando al grado máximo de refinamiento en poesía, arquitectura, música, medicina, matemáticas, ciencias, arte y esa sabiduría actual tan andaluza de saber gozar lo epicúreo de la vida.
Mientras en el norte se seguía con una mentalidad goda, en la Córdoba del siglo X brillaban decenas de bibliotecas y se manejaba la más alta filosofía conectando con Aristóteles por medio de Averroes, Ibn Gabirol, Avempace, Ibn Tufayl o Maimónides (judío) y venían a estudiar los sabios de Europa. Tiene algo, un humus que lo hace el clima, el colorido, su exuberancia, esos atardeceres, la belleza de sus rincones, el embrujo árabe. Todo ello creó un microclima que favoreció el crecimiento esplendoroso de las artes.
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Esto lo llevaba dentro Federico García Lorca, que nunca habría sido el gran poeta que fue si hubiera nacido en otra parte que no fuera su Granada, y más concretamente en la Vega, donde las raíces romanas y árabes son tan fuertes. Siempre decía Federico que su mundo artístico dimanaba de sus vivencias de cuna en un ambiente donde se olía el perfume de los olivos, cantaba el agua en las acequias, se llenaban de flores las albercas y sus ojos admiraban zócalos y minaretes nazaríes. Y sobre todo, los cantos y leyendas populares de raíz autóctona, el alma árabe en sus rasgueos, ayes y lamentos.
Mucho de todo esto se puede decir de Gala; un gran escritor, sí, pero un escritor de alma andaluza, sobre todo en el manejo único de la metáfora. «El intelectual ha de ser un dedo índice que señala y un ojo clínico que opina», nos dice. Y recordándolo, uno sueña en cuándo llegará el día en que nos gobiernen los mejores, las mentes más preclaras, y no la chusma de mediocres que nos están avinagrando la convivencia que padecemos y no nos merecemos. «¿A la política se dedican quienes no sirven para otra cosa?» (Antonio Gala). Buena interrogante, de un sabio.
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