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El 13 de septiembre volvió a recrudecerse el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán cuando tropas azeríes atacaron posiciones armenias y ocuparon, temporalmente, parte de su territorio. El enfrentamiento y las disputas entre ambos países viene de lejos. Consecuencia de una larga historia de autoritarismo, colonialismo, ... nacionalismo e injerencia política de las grandes potencias, poco tiene que ver ni con una supuesta animosidad entre culturas cristianas y musulmanas, ni con odios ancestrales enquistados en el imaginario colectivo.
El cáncer nacionalista está destruyendo la cuantiosa riqueza de la herencia cultural que comparten los diversos pueblos de la región. Las relaciones comenzaron a deteriorarse inexorablemente durante los dos pasados siglos y ello se hizo más evidente en el caso de la población armenia cristiana y de la población turca caucásica musulmana, que durante el siglo XX adoptó el nombre de azerbaiyana (vinculando Azerbaiyán, en este caso, a la provincia del noroeste de Irán y no a la república de Azerbaiyán contemporánea).
El Cáucaso comenzó a desintegrarse cuando la Rusia imperial zarista hizo lo propio. Las revueltas revolucionarias de 1905 enfrentaron a armenios con turcos azerbaiyanos y causaron decenas de muertes; la Primera Guerra Mundial enmascaró la campaña genocida de deportación, violación y masacre de armenios a partir de 1915 (más de un millón y medio de muertes); la guerra y las revoluciones de 1917 destruyeron la autocracia zarista y su espacio fue ocupado por turcos, alemanes y británicos.
El frustrado experimento de unidad federal de 1918 entre las repúblicas de Armenia, Azerbaiyán y Georgia dio paso a la guerra armenio-azerbaiyana del bienio 1918-1920; la sovietización de ambas repúblicas no trajo la reconciliación, sobre todo cuando Stalin decidió anexionar las tierras altas de Nagorno Karabaj/ Artsaj a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, a pesar de que la mayoría de la población se oponía; el referéndum de 22 de febrero de 1988 realizado por las autoridades de Nagorno Karabaj/ Artsaj produjo cientos de muertos; el ciclo de violencia aumentó hasta transformarse en una guerra total, tras la disolución de la URSS en 1991, con más de 30.000 muertos y el éxodo de armenios de Azerbaiyán y de azerbaiyanos de Armenia, y desde entonces la solución del conflicto está cada vez más lejana, ya que los enfrentamientos a lo largo de la muy militarizada línea de control que se estableció en 1994 son constantes, como comprobamos en septiembre y como ocurrió en la 'guerra de los cuatro días' de abril de 2016 o cuando Azerbaiyán invadió en 2020 la región de Tovuz.
El temor a que las tensiones sumerjan al Cáucaso en una guerra total no es nuevo para quienes hayan seguido el conflicto. Aunque todas las partes compartan la responsabilidad de su no resolución, es importante destacar el papel de 'agentes externos' que buscan ampliar la esfera de poder de sus correspondientes países. Hablamos de una Rusia que quiere mantener su influencia sobre el Cáucaso y, sobre todo, de la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, metida en todas las salsas de los conflictos que asolan los países de Oriente Próximo.
Para entender la particularidad de la última escalada de violencia es imprescindible volver la vista a Bakú y Ankara. Las tropas azerbaiyanas iniciaron la ofensiva en septiembre, animadas por el apoyo activo del Gobierno del presidente turco (mercenarios sirios y equipamiento militar). El presidente azerbaiyano, Ilham Alíyev, utiliza el rencor nacionalista sobre la situación desfavorable en Nagorno Karabaj/ Artsaj para distraer a la población del descontento creciente que produce el régimen autoritario que preside, la desigualdad y el despilfarro de la riqueza petrolera del país. Erdogan utiliza también la retórica panturca y antiarmenia para ocultar la gran crisis económica de su país y, fundamentalmente, para avivar las pretensiones de Ankara de convertirse en una gran potencia, tal y como cree que manifiestan sus intervenciones en Libia y Siria y su agresividad en el Mediterráneo oriental. Turquía es el factor desestabilizador clave de la región caucásica.
Claro que también la Armenia de Nikol Pashinián tiene lo suyo. La crisis política que sufre el país desde la derrota de 2020 ha minado las instituciones, incluso las más sólidas. La respuesta de Pashinián fue errática y desacertada, proponiendo primero unas elecciones rápidas que luego suspendió y después otras medidas que le han enfrentado con los altos mandos del ejército y que tampoco han mejorado la vida de los ciudadanos.
Los enormes desafíos a los que se enfrenta Armenia pueden llevársela por delante. Sobre todo porque tiene a su enemigo ancestral al acecho para destruirla en cuanto tenga ocasión. Directamente o a través de intermediarios como los azeríes. Aunque parezca una incongruencia en los tiempos que vivimos, solo el paraguas ruso puede evitar que esto ocurra. De suceder, no sería hoy ni mañana, pero el tiempo juega en su contra. Oscuro futuro para el país cuna del cristianismo.
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