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Alberto Garzón ha hecho un flaco favor a la política. Con apenas 40 años y después de haberse dedicado a lo público desde la juventud, buscarse la vida en el mundo privado no solo es digno, sino que debería ser obligado. En lugar de renunciar ... al cargo que le ha ofrecido una empresa privada, cuya incompatibilidad con las responsabilidades públicas ejercidas por él no existe por ninguna parte, debería haber aprovechado la oportunidad para salir a la palestra a defender su decisión y la dignidad del oficio político.
La noticia, no obstante, me facilita la ocasión para abogar por las puertas giratorias. No me refiero a aquellas en virtud de las que, por ejemplo, un ministro de Fomento privatiza la gestión aeroportuaria y, una vez que abandona el cargo, se convierte en el presidente de una sociedad que gestiona los aeropuertos privatizados. No. Este tipo de prácticas, por minoritarias que sean, y aunque a veces sean legales, son indecentes, deslegitiman la actividad pública, desprestigian la política y se lo ponen en bandeja a los oportunistas y populistas que siempre tienen medidas 'fáciles y rápidas' para limpiar nuestra democracia. De hecho, la limpiarían tanto que no quedaría ni rastro de ella.
Yo me refiero a unas puertas giratorias que aún no existen, a las que deberíamos dar forma. Unas bien engrasadas, que fomenten que el talento entre y salga de los mundos privado y público de manera más natural y frecuente. Estas puertas que menciono son minúsculas y, además, están muy oxidadas. Depende de muchos factores, pero para una directiva o un gerente de una buena empresa aceptar un cargo público tiene, al menos, un cuádruple coste: reputacional, económico, de seguridad y de salida.
Al revés, desde lo público hacia lo privado, el tránsito es más habitual. Aunque las personas que recorren este camino, más que por la vía del reclutamiento proactivo de las empresas, lo suelen hacer tras haber terminado achicharradas en el mundo político. Y es que, ciertamente, la política es una trituradora de personas. Cada vez más.
Ahora bien, si queremos que también las mejores personas, las más disruptivas o las más brillantes entren en política deberíamos cambiar algunas de las normas que la rigen. Sintetizando, habría que reformar los procedimientos de elección y evaluación, habría que modificar las políticas retributivas y, especialmente, facilitar la salida profesional, con una regulación diferente de las incompatibilidades y una mayor transparencia en el ejercicio público.
Hace falta un cambio porque la realidad que tenemos hoy no lo facilita en absoluto. Las condiciones que hemos ido creando en los últimos cuarenta años, poco a poco, a golpe de escándalos, de falta de transparencia, de reacciones y regulaciones políticas acomplejadas y de pasotismo ciudadano, han ido generando un sistema muy endogámico. Y provocado que la principal fuente de capital humano para el ejercicio político proceda de la Administración o del interior de los partidos.
Dos datos. Un tercio de los diputados tiene plaza en la función pública. Hasta las últimas elecciones, la mitad de los alcaldes y alcaldesas de las capitales españolas, o tenían plaza en la Administración o habían hecho carrera exclusivamente en el interior de sus partidos.
Lógicamente, ser funcionario no le invalida a uno para el buen ejercicio público. Como el hecho de llevar veinte años en política no hace que una no sea una magnífica política. Pero ¿es esto lo que queremos? ¿Son estas las condiciones que necesitamos para abordar los desafíos ante los que nos enfrentamos?
Con esta realidad, y la mentalidad aparejada a la misma, es difícil que se planteen políticas disruptivas en materia socioeconómica, es muy complicado que nadie se plantee una reforma estructural en la Administración y es casi imposible que nadie vaya a plantear una regulación a fondo del funcionamiento de los partidos, piedra angular de nuestra democracia y en los que brilla por su ausencia la regulación organizativa.
Esta es la realidad. Y si queremos cambiarla es necesario que los mundos privado y público se miren de frente, se escuchen y aprendan el uno del otro. Porque la política está falta de buenas personas directivas que apliquen algunas de las prácticas más exitosas en materia de eficiencia y rendimiento, de liderazgo, de ventas o de atención a las personas que se dan en el mundo privado. Y porque la empresa, especialmente la pequeña y mediana, aún no es consciente del valor que las personas procedentes de lo público podrían aportarle en proyección de futuro, conocimiento del funcionamiento de nuestras instituciones, interpretación de la realidad o reputación.
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