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PNV y PSE-EE comenzaron el lunes un diálogo para conformar un Gobierno vasco «sólido», que permita aportar «estabilidad, bienestar y progreso» y encarar «los muchos retos que afrontaremos en los próximos años». Así lo han comunicado.
Las coaliciones de gobierno, a nivel autonómico o ... estatal, no se han experimentado de manera natural en España hasta después de la Gran Recesión. La implosión del sistema bipartidista tras el 15-M, el desmembramiento posterior de los partidos que capitalizaron políticamente aquel movimiento y la posterior emergencia de Vox han impuesto la necesidad de que los partidos tengan que entenderse y cogobernar, como poco entre los pertenecientes al mismo bloque ideológico.
Euskadi era la gran excepción. Aquí hemos vivido gobiernos de coalición multicolor desde los años 80 en todos los niveles institucionales. En este sentido, hemos ido por delante. Fuimos los primeros en innovar. Hoy, las coaliciones a las que estamos tan acostumbrados en Euskadi ya son unas más, en la medida en que comparten un elemento principal con las 'nuevas' coaliciones del resto de España: no son gobiernos cohesionados e interconectados, sino ejecutivo de partidos, con áreas regidas por la lógica del grupo al que le haya 'tocado' en la negociación gestionar ese departamento.
La Euskadi de hoy (y la del mañana) necesita una coalición de país para cambiar el rumbo. Más allá de la autocomplacencia en que está instalada buena parte de la sociedad y de las élites que la gobiernan desde hace 44 años, Euskadi se está quedando estancada en muchos ámbitos. Y esto no ocurre por factores exógenos, que los hay y de gran magnitud. Ocurre porque no aprovechamos todos los recursos y el capital humano de los que disponemos. Porque nos conformamos con que otros estén peor. Por nuestra endogamia. Por nuestra autocomplacencia. Es un buen momento para cambiar esta dinámica. Y hay al menos tres grandes retos para los que necesitamos mucho más que un acuerdo entre partidos.
Con un 21% del PIB y cerca de un 30% del empleo soportados en la industria, la gran dependencia energética y productiva que tenemos respecto de países gobernados por sátrapas nos hace débiles. La reindustrialización sostenible que necesitamos tiene que disponer de unas bases sólidamente compartidas y socialmente respaldadas.
Para la reconstrucción innovadora y abierta de los servicios públicos, particularmente Sanidad y Educación, no basta con que una mayoría parlamentaria acuerde reformas timoratas. Necesitamos grandes reformas y, además, lograr una implicación firme por parte de los agentes sociales. Finalmente, no avanzaremos en la tarea de acortar la brecha de desigualdad y en la erradicación de la pobreza modificando puntualmente algunas leyes o decretos. No. Se antoja imprescindible conectar con amplias capas de la sociedad que hoy son ajenas a la definición y construcción de la sociedad del futuro. Una muy buena parte de las más de 700.000 personas (sobre un censo de 1,7 millones) que no fueron a votar están preocupadas únicamente porque no les salen los números para llegar a fin de mes.
Estos tres retos requieren de mayorías reforzadas socialmente, más allá de las que se den en el Parlamento. Siendo perfectamente consciente de la realidad y de las dinámicas partidistas, sería interesante que se formara un Gobierno a partir de dos principios generales.
El primero es de Perogrullo: que el Ejecutivo esté orientado a cumplir la función para la que fue creado. Los partidos representan solo a una porción (más o menos pequeña) de la población y funcionan con una lógica marcada por la necesidad (lógica) de perdurar. Para ello, en muchas ocasiones ponen los intereses partidistas por encima de los intereses ciudadanos. Sin embargo, cuando gobiernan deben hacerlo para el conjunto, puesto que la principal tarea de todo buen gobernante es garantizar la cohesión de la sociedad que tiene a su cargo.
Y el segundo principio: no podemos permitirnos un Gobierno con compartimentos estancos. La lógica actual (en toda España) es que las parcelas institucionales que dirige uno de los partidos gobernantes no se comunican con las del otro partido del mismo Ejecutivo. Y viceversa. Cada cual gobierna su(s) área(s). En un mundo instantáneamente global y en el que la división funcional de la sociedad ha desaparecido es imprescindible que toda la acción de gobierno esté interconectada en tiempo real. Así, que las estructuras de los diferentes departamentos estuvieran compuestas por personas de diferentes partidos, incorporando también a profesionales no adscritos, podría resultar más que conveniente.
Ambos principios nos situarían nuevamente en la vanguardia política estatal. Además, transmitirían a la sociedad que quienes gobiernan se toman en serio el mandato popular de cambio.
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