La memoria del terrorismo no solo consiste en recordar; también en hacer justicia. Dicha memoria, como dijo el filósofo Reyes Mate, debe ser ante todo de las víctimas. No obstante, si nos fijamos en la historia de los GAL, vemos que se puede hablar de ... una tendencia al olvido al menos en tres sentidos.
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En primer lugar, según una encuesta de 2021 del Gobierno de Navarra, apenas el 11% del alumnado navarro de la ESO afirma conocer qué fue esta banda terrorista, que entre 1983 y 1987 mató a 27 personas dentro de una estrategia de 'guerra sucia' contra ETA financiada con dinero público. La cúpula del Ministerio del Interior, con José Barrionuevo y Rafael Vera a la cabeza, fue condenada, al igual que un grupo de políticos socialistas, de policías y de guardias civiles (también de mercenarios) que hicieron exactamente lo contrario que se esperaba de ellos: conculcar gravemente las leyes más elementales.
La historia está repleta de tragedias; es lógico que chavales que entonces ni habían nacido no sepan casi nada de esta. Si apenas recuerdan el nombre de alguna víctima de ETA, pasa lo mismo, o más, con las de los GAL. Han transcurrido 35 años desde el asesinato de la última, Juan Carlos García Goena. Ni siquiera la generación que hoy tiene en torno a los 40, y que por tanto está en la plenitud de su actividad social y profesional, tiene una vivencia directa de aquello. García Goena era un antimilitarista refugiado en el sur de Francia. No tenía nada que ver con ETA, al igual que la mitad de las víctimas de los GAL, pero eso a los esbirros del terrorismo parapolicial no les detuvo en su criminal intento por atacar a ETA con sus mismos métodos. Un intento que solo provocó más dolor y, en el nacionalismo vasco radical, más pretextos para legitimar a sus propios pistoleros.
En segundo lugar, la izquierda abertzale siempre ha hecho bandera de la denuncia de los GAL, el único grupo al que llamaba terrorista, pero no lo hacía para construir una democracia mejor. Animaba a seguir la cadena del mal, acción-reacción, al contrario que las necesarias iniciativas del movimiento pacifista para romper esa espiral infernal. Un ejemplo. El 15 de junio de 1984 los GAL atentaron en Biarritz contra el miembro de ETA Tomás Pérez Revilla, que terminó falleciendo mes y medio después a consecuencia de las heridas. El principal acto de homenaje se celebró en San Juan de Luz, en un Theatre de la Nature lleno, en el que abundaron los gritos de «Gora ETA» y otros asegurando que «la guerra continúa». Así fue con todos los etarras asesinados por los GAL. Omitir que lanzaban esos mensajes brutales es otra forma de olvido. Dicho sector político aún es incapaz de condenar a ETA o de mostrar una autocrítica por sus responsabilidades al amparar e impulsar su violencia.
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En tercer lugar, unas recientes declaraciones de José Barrionuevo han puesto de relieve que no solo hay un olvido natural, el que afecta a las nuevas generaciones. También persiste una justificación retrospectiva militante, por mor de una razón de Estado mal entendida, que no por residual resulta menos grave, ya que sale de individuos que estuvieron situados en la cúspide del sistema. Únanse a ello los casos sin resolver, una realidad que afecta a casi la mitad (13) de los asesinatos de los GAL, ya prescritos, así como los indultos que beneficiaron al propio Barrionuevo o a Vera, y con ello tendremos un resumen de las carencias del Estado de Derecho en el tratamiento de esta lacra, que fue la mayor sombra de la naciente democracia española. Frente a ella, una serie de personas valientes, entre las cuales había periodistas o jueces, tuvo claro ya desde el principio que había que investigar y desentrañar las tramas de los GAL.
Los principios de memoria, verdad, dignidad y justicia deben cobijar a las víctimas de todos los terrorismos. El acto del Día de la Memoria ayer en Portugalete, en el que tomó la palabra Véronique Caplanne, hija de Robert Caplanne, confundido con un etarra y tiroteado por los GAL en Biarritz en 1985, es un paso en esa dirección. El discurso de Véronique tiene un enorme valor cívico. Supone una clara deslegitimación de todo terrorismo; por supuesto, de aquel que la dejó huérfana de padre cuando era adolescente, así como de ETA o del yihadismo. También su voz tendría que escucharse en las aulas para contribuir a que los jóvenes entiendan lo que nunca debió pasar y lo que nunca debe repetirse.
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