El Euromillones del viernes: comprobar resultados del 31 de enero

Con el espectáculo berlanguiano de la apisonadora asistimos por enésima vez a la escenificación de una particular desmemoria con respecto a la realidad del pasado terrorista vasco, consistente en confundir dos planos de la causalidad histórica no idénticos en absoluto. El que se nos pregona ... oficialmente y que repite sin cesar que ETA no consiguió nada, que ninguno de sus objetivos fue alcanzado, que fue derrotada. Lo cual es obviamente cierto. Y el que se nos oculta detrás de esa fanfarria, el plano histórico que muestra lo que la realidad actual le debe al terrorismo etarra. Que es mucho.

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El relato políticamente correcto, sea en Madrid o en Vitoria, pretende de forma idéntica (y aunque sea por razones muy distintas) esconder un hecho: que la Euskadi que tenemos es sólo una más de las que podríamos haber tenido, y que el terrorismo ha sido un factor causal de primer orden para hacerla tal como es. Diría para entendernos rápido que para hacerla tan nacionalista como es. ¡Claro que ETA fue derrotada y no logró ninguno de sus objetivos explícitos! Indiscutible. Pero su existencia durante más de cuarenta años produjo de manera inevitable sus efectos; efectos tanto sociales como políticos, tanto morales como cívicos. ¿O vamos a ser tan ingenuos como para ignorarlo? Y resulta por ello que el País Vasco actual no es tanto fruto de la libre determinación de sus ciudadanos en una competición equitativa e igualitaria de sus proyectos y deseos, cuanto consecuencia de una peculiar determinación que nunca llegó a ser libre, una determinación siempre condicionada por el terrorismo. Y es que en nuestro próximo pasado todo tenía interrelación con ETA: para acabar con ella de una u otra forma, para contentarla, para combatirla, para aplacarla, para facilitar su desistimiento, para… lo que fuera, pero siempre algo conectado al terrorismo.

No se trata en absoluto de acusar al nacionalismo no violento de haberse aprovechado de la situación (lo que sólo muy parcialmente sería cierto), sino de constatar que todas las grandes decisiones políticas adoptadas por los partidos regionales o nacionales en relación a Vasconia -incluidos PSOE, UCD y PP- se tomaron mirando y sopesando su efecto sobre el terrorismo, y que por ello se fue mucho más lejos -en la dirección 'vasquista'- de lo que en una Euskadi sin terrorismo se hubiera ido. Esa relevancia causativa del terrorismo es lo que no se quiere reconocer ni analizar ahora porque podría empañar la legitimidad de origen de tantas y tantas instituciones que nos rodean.

Vayamos, por ejemplo, al ámbito de la construcción institucional y constitucional del país. José M. Portillo Valdés lo analizó muy bien en 'Entre tiros e historia. La constitución de la autonomía vasca (1976-1979)'. Situémonos en el verano en que se discute el Estatuto de Gernika en 1979 entre Suárez y Garaikoetxea, el auténtico momento constitucional para el futuro País Vasco. El momento en que se va a definir por vez primera un sujeto político vasco distinto de las provincias forales ('el pueblo vasco'), y se van a desarrollar unos en principio borrosos derechos históricos en concretas y potentes estructuras como el Concierto Económico, la Policía propia, la política lingüística, la educación, la construcción nacional. ¿Con qué se encuentra el Gobierno español en ese momento tanto en la opinión publicada más influyente como en los partidos de peso (UCD, PSOE, PCE)? Con una creencia axiomática: hay que ceder ante el nacionalismo todo lo posible y un poco de lo imposible para ver así de llevar la paz a Euskadi. Fue en verdad paradójico: ETA mataba todo lo que podía para intentar hacer naufragar la naciente autonomía y, sin embargo, esa autonomía nacía más y más fuerte y más cargada de contenidos nacionalistas porque se creía de buena fe que sólo ceder al nacionalismo no violento podía acabar con el violento. El Estatuto nunca habría sido como fue ni ido tan lejos como lo hizo si no hubiera sido porque 'Madrid' había interiorizado que ceder era la única vía para pacificar Euskadi y para atraer a ETA a la política. Tiren de hemeroteca para comprobarlo.

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Vayamos a otro ámbito, el de la interacción política en Euskadi desde 1968 en adelante. Manuel Montero lo estudió a fondo con titulación muy expresiva: 'El actor secundario: los constitucionalistas en el País Vasco del nacionalismo'. Y allí explicó cómo ETA se convirtió en la Transición en la principal representación de la lucha antifranquista y vino a legitimar a un nacionalismo que había permanecido políticamente inerte bajo el régimen. 'Nacionalismo o franquismo', esa fue la disyuntiva que el fenómeno terrorista impuso argumentativa y simbólicamente a la política vasca (¡qué diversa de la alternativa en el resto de España entre franquismo o democracia!) y de la cual la política de los no nacionalistas no fue capaz de escapar. La que les llevó para siempre (hasta hoy) a convertirse en un 'paciente' de la política, un actor secundario, un subordinado que se limita a moderar pero que no cuestionará nunca los hitos basilares de la construcción nacional del nacionalismo hegemónico.

Ernest Renan escribió que una nación es un conjunto de personas que tienen recuerdos en común pero que, sobre todo, han olvidado en común parte de su pasado. La nuestra ha decidido olvidar que ETA marcó indeleblemente lo que somos como comunidad. Ya solo por eso somos una nación. ¿No?

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