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La reelección de Andoni Ortuzar como presidente del Euskadi buru batzar parece la decisión lógica de las bases de un partido que han visto cómo, ... en estos ocho años, el PNV ha recuperado, si no los votos, sí el poder político en muchos lugares en los que había quedado rezagado. Aunque en 2012 acababa de recuperar la Lehendakaritza, aún estaba en la oposición en las diputaciones guipuzcoana y alavesa y en los ayuntamientos de San Sebastián y Vitoria.
Las legislaturas de Ibarretexe habían hecho daño electoral al PNV y también a su política de alianzas. Sus pactos, entonces, se orientaron hacia Ezker Batua y las formaciones de la izquierda abertzale, recordemos que los votos del PNV hicieron a 'Josu Ternera' presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco.
La radicalidad nunca ha sentado bien al PNV. De hecho, desde sus orígenes, las posiciones más extremas del partido jeltzale, las promovidas por su fundador, Sabino Arana, y su hermano, Luis, no tuvieron sino fracasos sucesivos. Fue su distanciamiento del dogmatismo el que rindió los primeros éxitos electorales al PNV vizcaíno en 1918.
Andoni Ortuzar ha seguido también el camino pragmático, revirtiendo la política de enfrentamiento social que alentaron Ibarretxe desde la Lehendakaritza y Xabier Arzalluz en Sabin Etxea. Con ello ha logrado unos buenos resultados para la formación nacionalista, que en las elecciones municipales y forales de 2019 fue la fuerza más votada en Álava y Vitoria, donde no lo lograba desde 1995.
La reedición del mandato es también una reedición de la responsabilidad que, a buen seguro, a Andoni Ortuzar no se le escapa. Si en los últimos ocho años ha tenido como principal reto el fortalecimiento interno y la recomposición de los puentes con su aliado tradicional, el PSE-PSOE, el rival que se encuentra ahora es otro distinto, inédito en la historia del nacionalismo, como es la presencia de un adversario, también nacionalista, que gana representación en la sociedad vasca.
Euskadi, históricamente tradicionalista, es, hoy, una sociedad mayoritariamente de izquierdas. No sólo por el resultado de la suma de formaciones como Bildu, PSE y Podemos, también por la orientación que ha seguido el PNV en las últimas décadas. El propio Andoni Ortuzar se preguntaba en un artículo sobre esta cuestión y expresaba lo siguiente: «¿Es ser de derechas haber impulsado el sistema de acción social más profundo del Estado español, el que más dedica a Renta de Garantía de Ingresos, a ayudas a la conciliación, a acogida de inmigrantes, a vivienda social, a educación, a sanidad pública, a la igualdad de género?». Más recientemente decía: «Tenemos fama de vivir muy bien y tener unos servicios públicos y unas instituciones competentes, pero no se suele recordar que pagamos más impuestos que otros».
Si a eso sumamos su apoyo a leyes como la del aborto de Zapatero o su posicionamiento favorable a la ley de eutanasia que promueve el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, solo cabe pensar que el PNV, sí, fue de derechas, pero ya no lo es.
Alguien dirá que pactó con Aznar y negoció los Presupuestos con Rajoy. Es verdad, pero también es cierto que ambos acuerdos se hicieron en momentos de extrema debilidad del PSOE y que se dejó seducir por la llamada de Pedro Sánchez a la moción de censura antes aún de que los Presupuestos de Montoro completaran su tramitación parlamentaria.
Más allá de que el pragmatismo nacionalista haya logrado acuerdos con formaciones como UCD o PP, creo que es fácil de observar que su principal adversario ideológico desde 1978 han sido el centro y la derecha española. Algo muy semejante a lo que ha ocurrido en estas décadas en Cataluña, donde el centro derecha catalán se ha desdibujado en su vertiente social y económica y sus alianzas, sus gestos y su política de pactos han mirado tan solo a su izquierda. El esfuerzo por estigmatizar a la derecha ha tenido su efecto en la sociedad de Cataluña y se verá aún más claramente tras las elecciones al Parlament que se celebrarán el próximo febrero.
En esta situación, la concentración del voto de izquierdas para constituir una alternativa creíble en el País Vasco es algo que ya ha empezado. Los elementos que la hacen más difícil, como son el independentismo de la izquierda abertzale, del que no participa una mayoría social, y su vinculación con ETA, que resulta tóxica, los ha allanado el PSOE con la integración de Bildu en la nueva mayoría de legislatura. El apoyo de Bildu a los Presupuestos que financian la Casa Real y el cuartel de Intxaurrondo no resta votos a la formación nacionalista, más bien, le aporta el pragmatismo que necesita cualquier formación política que aspira a la transversalidad y, con ello, al Gobierno.
Solo queda sustituir a Arnaldo Otegi como líder espiritual; se hará en el momento oportuno. El objetivo inmediato de Bildu ya no es la independencia, su objetivo inmediato es el Gobierno vasco. Este es el reto que aborda el PNV en este nuevo ciclo del Euskadi buru batzar, un desafío al que no se había enfrentado nunca y en el que su principal socio, el PSE, no le está ayudando mucho.
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