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Don Juan Carlos visitó España después de su larga ausencia motivada por la investigación judicial sobre su fortuna oculta. La investigación se archivó, es cierto; pero ese archivo no se ha fundamentado en que no existieran hechos incriminatorios en materia de delito fiscal. Muy al ... contrario, los supuestos de defraudación fiscal están documentados y a la vista, pero, en virtud del extraordinario privilegio de la inviolabilidad de la persona del exrey Juan Carlos, dichas conductas cometidas durante su mandato no son perseguibles. Pero los hechos de la defraudación están ahí y no podemos hacer como si no existieran. Quizá no sean perseguibles penalmente, por razón del privilegio de inviolabilidad, pero desde luego tienen consecuencias sobre la consideración personal y política de Juan Carlos de Borbón y sobre la pérdida de toda representatividad institucional.
Allá por el año 1994, el entonces jefe del Estado, en su discurso de Nochebuena, hacía alusión a la necesidad de ejemplaridad por parte de las personas con responsabilidades públicas, condenando los «comportamientos de corrupción» que lastran la vida pública y privada española, acompañado de un llamamiento a las «referencias éticas imprescindibles» tanto en la vida individual como en la colectiva.
Volvió el entonces rey Juan Carlos a apelar al principio de ejemplaridad cuando en 2011 fue juzgado su yerno Iñaki Urdangarin por el 'caso Nóos' en Palma de Mallorca, señalando la especial obligación de ejemplaridad que obliga a los miembros de la Familia Real, sin la cual no pueden cumplir su función representativa.
Gracias a la obra filosófica de Javier Gomá, el valor de la ejemplaridad ha tenido y tiene en nuestra conversación pública una relevante presencia ('Las razones de la ejemplaridad', El País, 26 de mayo de 2012). La ejemplaridad es una idea fuerza, que Javier Gomá ha articulado intelectual y filosóficamente a partir de sus fuentes clásicas y cristianas, pero que tiene además en nuestra tradición patria una variante popular de gran arraigo que se llama 'vergüenza torera'.
Según ese principio de «ejemplaridad», «en una sociedad justa cumplir la ley no es suficiente» para ser digno de ciertos honores. Lo ejemplar incluye no solo cumplir la ley, sino que añade una exigencia de cierta excelencia moral, que va más allá de lo meramente legal.
Es doloroso para cualquier ciudadano tener que reconocer que don Juan Carlos, siendo rey de España, recibió una donación injustificada de un Estado extranjero, que la ocultó y que defraudó al fisco español, aunque por causa del privilegio de inviolabilidad no pueda producirse su procesamiento.
Cuando fue otra persona de la Familia Real la que se vio en entredicho, don Juan Carlos hizo pública una severa declaración -que puede, hoy, aplicarse a sí mismo- en la que literalmente decía que el comportamiento de Iñaki Urdangarin no había sido «ejemplar» y eso justificaba su apartamiento de la lista de la Familia Real y la pérdida de sus títulos nobiliarios: nobleza obliga.
Es público y notorio que la Corona representada por el rey Juan Carlos tuvo un papel protagonista en la Transición democrática y aumentó su capital político en su actuación contra el intento de golpe de Estado del 23-F. Nadie podrá borrar de los libros de historia que su papel en la Transición democrática fue crucial, y que sin su empeño no habría sido posible culminarla, pero a cambio de eso ha gozado de un privilegio extraordinario y los privilegios extraordinarios implican una exigencia extraordinaria según el lema clásico 'Noblesse oblige' y don Juan Carlos no ha estado, en el final de su reinado, a la altura de su cargo. Por eso, no merece hoy el honor de pertenecer a la lista de la Familia Real, ni siquiera el de recibir el tratamiento de emérito, que se otorgaba en tiempos de Roma al buen soldado que se había retirado con una hoja de servicios intachable.
Felizmente la Corona está, hoy, encarnada por el Rey Felipe VI, a quien nada puede reprochársele respecto de la conducta de su padre.
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