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Durante las fiestas, cuando se despiden por la noche para volver cada una a su casa, Leire y sus amigas mandan siempre un mensaje al grupo de Whatsapp: «Heldu naiz». Así, cuando comprueban que todas han llegado bien, pueden dormir tranquilas. Que Leire y sus ... amigas sientan la necesidad de cuidarse mutuamente y utilicen diferentes métodos para ello es un claro síntoma de que la amenaza de sufrir una agresión sexual por parte de un hombre o de un grupo de hombres está presente en sus vidas, no siempre de manera consciente, pero sí constante.
No es algo nuevo porque las mujeres de distintas generaciones nos hemos cuidado también unas a otras, nos hemos acompañado por las noches, hemos buscado siempre la mejor estrategia para huir del miedo que hemos sentido justo en esos espacios en los que, paradójicamente, la máxima es pasarlo bien y divertirse en libertad. No es nuevo, pero es una realidad que es difícil de ver: no se recoge ni en las fotografías, ni en las noticias, ni en las estadísticas. Y constituye un ingrediente esencial para entender la crudeza de la violencia contra las mujeres en toda su complejidad.
A veces creemos que las estadísticas son suficientes para poder calibrar la gravedad de la violencia machista, pero los fríos datos no siempre nos muestran su dimensión real, porque por encima de los casos está la violencia simbólica, esa que no se puede contar en números, pero que limita la libertad de las mujeres. Se trata de una amenaza constante que advierte a las mujeres de que hay una hora en la que es mejor retirarse a casa, que es mejor no entrar en ese local en el que quedan pocas mujeres, que es más prudente cruzar de acera cuando delante aparece un grupo de hombres, o que deben acelerar el paso hacia su casa, como intentando huir de su propio miedo.
Detrás de los datos fríos se esconden muchos miedos y emociones. Temores que hemos sufrido todas las mujeres, al margen de nuestra edad o condición. Son las fiestas que no se ven, pero que las mujeres sienten. Ese lado oscuro que debemos insistir en hacer cada día más visible.
Porque todos esos temores y amenazas que sobrevuelan alrededor de una mujer suponen una limitación de su libertad. Lo hemos aprendido desde bien jóvenes. Nos han dicho que tengamos cuidado tantas veces antes de salir de casa… Hemos aprendido que siempre debemos estar alerta. Incluso, en muchos casos, lo hemos normalizado. Y ya es hora de desprendernos de ese lastre. Pero, para ello, necesitamos crear conjuntamente como sociedad unos espacios festivos en los que todas y todos nos sintamos libres.
En las últimas décadas se han dado avances importantes en esta dirección, con la creciente implicación de los ayuntamientos, de las comisiones de fiestas, de la hostelería, con el empuje del movimiento feminista y de las instituciones. Hoy encontramos mensajes de prevención de la violencia en los programas y carteles de fiestas, contamos con campañas de sensibilización, protocolos de actuación, materiales y talleres de formación, espacios de coordinación entre administraciones y agentes sociales… Hoy, quien organiza las fiestas sabe que debe tener presente la aspiración y el derecho de las mujeres a vivirlas en libertad; la ciudadanía reacciona y sale a la calle de inmediato ante un caso de agresión; hay también una creciente sensibilidad en muchos hombres... Sin duda, estamos en el camino de evitar que, en las fiestas, junto con la alegría y las emociones, exploten también actitudes machistas.
Hacerlas desaparecer no es solo cuestión de tiempo. Es necesario el trabajo, la implicación, y, muy especialmente en este momento, hacer frente a la amenaza real de retroceso en el avance de la igualdad impulsada por la ultraderecha, que está poniendo en cuestión muchas de las conquistas del feminismo, empezando por reconocer la especificidad y el carácter estructural de la violencia contra las mujeres.
No debemos bajar la guardia porque los estudios nos hablan de un antifeminismo y un negacionismo de la violencia de género que se estaría empezando a instalar en los chicos más jóvenes. Unas ideas que combinan peligrosamente con una transmisión de modelos de relaciones sexuales cada vez más desprovistos de empatía y que cosifican los cuerpos de las mujeres, aprendidos en muchos casos de una pornografía violenta contra las mujeres que se adelanta peligrosamente a la educación sexual.
El trabajo es de fondo. El objetivo, conquistar espacios de igualdad y libertad para todos y todas en todos los ámbitos. Lo habremos logrado el día en que Leire y sus amigas, cuando lleguen a casa, en lugar de tener que informar de que han llegado sanas y salvas, puedan escribir en su grupo de Whatsapp: «Ze ondo pasatu dugun».
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