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Me permito el título provocador para recordar una frase que hizo fortuna en los pasillos de Bruselas, para resumir que había que repensar lo que producíamos, al decir que la UE no fabricaba una sola pastilla de paracetamol. Era el año uno de pandemia y ... nos cogía sin mascarillas ni vacunas. En 2021 afrontamos las oleadas del virus más equipados y la economía crece, aunque menos de lo previsto, porque hay problemas en la cadena de suministros y lo que ahora se añora es el chip, omnipresente en la industria y cuya producción está focalizada en Asia y más concretamente en Taiwán, ese medio país que recibe incursiones chinas y que, como suele decirse, huele a pólvora.
En realidad 2020 y 2021 parecen dos años en uno, un año de 600 días, en los que la memoria anda confusa y cuesta situar las cosas; todo un carrusel de emociones, porque en febrero vemos la luz con las vacunas, en abril sentimos el fracaso de la gestión de compra europea, en junio se dispara la moral con la vacunación, en septiembre nos faltan los chips, en noviembre llega ómicron y cerramos diciembre con la sensación de que esto va para largo, mirando de reojo una inflación que anuncia el fin de la era del dinero gratis.
Cuesta ubicar la llegada de Biden, que se inicia en enero con el follón del Capitolio, al que siguen una triunfal visita a Europa y unos meses intachables, emborronados con el fiasco de Kabul y el poco elegante anuncio de una alianza defensiva con Australia y Reino Unido. Cierra el año sentándose con Irán, logrando la extradición de Assange y amagando con el boicot a los Juegos de Pekín.
Por su parte, China se pone en modo espera, activando internamente el control a los nuevos poderosos al margen del partido. Desaparece de escena Jack Ma y pincha Evergrande. Desde Rusia, Putin administra la oferta de gas a Europa para recordar quién tiene las cartas y rememora a Catalina la Grande, cerrando el Estrecho de Kerch a la flota ucraniana. Todo un reto para una Europa comprimida en Ucrania por el este y por Marruecos en el sur. Un vecino crecido por el apoyo americano que inaugura, en justo pago, el grupo de amigos árabes de Israel.
En Europa, destaca el aplauso general a Merkel en su despedida, que deja al frente al dúo Scholz-Macron, con el apoyo de Italia, país del año para 'The Economist', que gana enteros con Draghi al timón. Pueden ser complementarios y sacar Europa hacia adelante, porque a Macron le sobra grandeur y voluntad, pero el país no acaba de dar la talla, mientras Alemania es una potencia a su pesar, con un nuevo líder que debe afianzarse. Por las islas, mal final de año para Johnson, al que se le pueden atragantar las uvas.
Además de sobrevivir, que no es poco, las empresas perciben en el año que acaba tres retos para el futuro: medio ambiente, digitalización e inclusión. Se podrá discutir de los ritmos, pero parece un rumbo compartido. A pesar de la irrelevancia de Glasgow, el primero es ya una realidad cuya transición habrá que ordenar o sufrir. Las otras dos están ya en marcha y cambiarán, ya lo hacen, nuestra forma de vida.
Pero quizás, en el escenario internacional, el partido del futuro se juega en otros frentes, donde otros retos se avecinan. El más significativo: la democracia versus el autoritarismo, porque una creciente corriente de pensamiento cree ver en el éxito chino un germen para el futuro de nuestras sociedades, a lo que no ayuda ni la mirada cortoplacista ni la falta de ejemplaridad de los gobernantes occidentales, escasos de crédito para el ciudadano. Un debate abierto, que la pandemia tampoco ha contribuido a aclarar, porque nadie sale fortalecido de ella. En segundo lugar, la tensión entre las grandes tecnológicas y los Estados que recelan de su poder, porque las dos potencias andan enzarzadas, cada una a su manera, en limitar el enorme poder de estas compañías, los nuevos cárteles, que tienen el nuevo petróleo, los datos, y cuya influencia crece, limitando la soberanía de los Estados y la libertad de los ciudadanos.
Finalmente, un reto más convencional pero terrible, el riesgo de que las tensiones militares se nos vayan de las manos y acaben en algo más serio, con muchos boletos para Ucrania y para la bronca del Pacífico, que se viene anunciado a gritos con las incursiones militares en Taiwán o las iniciativas de Pekín para dominar el mar del sur de China, por donde transita una parte importante del tráfico marítimo mundial. No será fácil afrontar estos retos sin un orden multilateral acordado, porque ni los acuerdos para impulsar el medio ambiente, ni el control de los gigantes tecnológicos, ni otros asuntos críticos como la emigración pueden abordarse desde un solo lado. Pero es ese precisamente el quid de la cuestión, porque durante un tiempo parece que nos toca asistir a una pelea por ser el primero de la clase.
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