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19 de enero de 2022. París, la ciudad de la luz, del glamour, del chic francés… y de muchos 'sin techo' que cada año mueren en las gélidas noches de invierno. Un hombre yace en la acera en un distrito céntrico de la capital. Parece ... que duerme, quizás esté muerto, o quizás está borracho, es lo que pensaron los que durante las nueve horas que permaneció quieto e inconsciente a la intemperie lo vieron allí. Finalmente, una persona sin hogar dio la voz de alarma, y cuando los servicios de emergencia acudieron sólo pudieron certificar su muerte. Había fallecido de frío durante la heladora noche.
Pronto vino la sorpresa al conocerse quién era: René Robert, un famoso fotógrafo que había inmortalizado a muchas leyendas vivas del flamenco, entre otros muchos trabajos. No era, por tanto, ningún 'sin techo', sino una persona de reconocido prestigio. Y es precisamente por ello que se ha conocido su historia, pues ha sido su círculo de amistades el que ha revelado las funestas casualidades que llevaron a Robert a la muerte. Y de todas ellas resalta la indiferencia y el rechazo que los mendigos, con los que le confundieron, padecen cada día.
A nadie se le escapa que en nuestras sociedades de la abundancia viven muchas personas que duermen en las aceras o en las estaciones de metro porque no tienen una casa, que comen en comedores sociales que si los cerraran sería una catástrofe, y que todos los días luchan por sobrevivir, tanto física como psicológicamente. Son personas que poco a poco se han convertido en invisibles, aunque todos las hemos visto en algún momento, con el platillo delante y algún cartón donde exponen su situación.
La mayoría de las veces vamos corriendo de un lado a otro y no reparamos en ellos. Como en Robert: mientras yacía congelándose en la acera, suelas de zapato pasaron apresuradas a su lado y estas personas ni pensaron siquiera que quizás podría necesitar ayuda. De hecho, la indiferencia es quizás una de las reacciones que más pesa a estas personas. El no mirarles a la cara, el no hablar con ellos, el no saludarles incluso cuando ellos lo hacen mientras piden algo para comer. Son todos estos gestos que van deshumanizándolas y sumiéndolas en una invisibilización social de la que se hace difícil salir.
Esa indiferencia está íntimamente ligada a la aporofobia, un neologismo acuñado por la filósofa Adela Cortina que nos remite a la fobia hacia personas sin recursos. Una patología social que suele estar permeada de emociones excluyentes, como es el asco o el miedo. El cuerpo pobre puede generar asco por su falta de aseo si no tratamos de activar la empatía y comprendemos el porqué de esa carencia, que no es otra que la falta de un lugar donde llevar a cabo el ritual diario de la higiene. También el miedo puede dar forma a esa aporofobia, toda vez que se puede llegar a pensar que el pobre, con su falta de recursos, puede poner en peligro todo el sistema de convivencia ya que, a priori, y en palabras de Cortina, no parece que puedan dar nada al propio sistema.
Esta culpabilización del pobre por su condición de tal forma parte del ADN del liberalismo y ya durante la Revolución Industrial dio forma a leyes contra gente sin recursos o mendigos -ahí están las leyes de pobres en la Gran Bretaña del XIX y cuyas consecuencias tan bien retrató George Orwell en su libro 'Sin blanca en París y Londres', donde describió las condiciones inhumanas que padecían los mendigos a los que se internaba en las llamadas manganeras, una especie de cárceles donde se les privaba hasta de su dignidad-.
Cuando la aporofobia se instala y las sociedades tienden a culpabilizar al pobre por su situación, para justificar que no se le ayude, éstas pierden algo de su humanidad. La filósofa Martha Nussbaum afirma que «una de las condiciones de vida más estigmatizadas en todas las sociedades es la pobreza. Los pobres son a menudo evitados, avergonzados, tratados como gente ociosa, viciosa, de poco valor». Y, efectivamente, las agresiones, tanto verbales como físicas, a personas 'sin techo' dan fe de una realidad que nos muestra la cara más incivilizada de nuestra sociedad.
Seguramente si René Robert no fuera un famoso fotógrafo no se estaría hablando de este asunto. Si hubiera sido un 'sin techo', habría pasado a engrosar la lista de personas que cada año mueren de frío en las calles de París o de cualquier otra gran ciudad europea. Pero este caso nos recuerda, de manera cruda y descarnada, que la indiferencia también mata. Y que puede hacerlo durante una gélida noche parisina. Para combatirla hay que tener empatía, tratar de comprender la situación de esas personas y, sobre todo, pensar en ellas como personas. Solo así podremos ser una sociedad humanizada.
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