La muerte de Napoleón Bonaparte
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La Mirada ·
Las notas personales del médico corso que le atendió en sus últimos momentos y realizó la autopsia relatan un momento históricoHoy me he ido volando al 5 de mayo de 1821 para olvidarme de pandemias, crisis económicas, elecciones crispadas, en fin, de las cosas malas que nos están pasando. Pues bien, el 5 de mayo de 1821, a los 51 años de edad, murió en ... la isla de Santa Helena, aquella «roca miserable», como él la llamaba, Napoleone (Nabulione, en corso y en casa) di Buonaparte. La causa de la muerte fue un cáncer de estómago, el mismo cáncer que padecieron su padre y dos de sus hermanas. No hubo envenenamiento de arsénico, como a veces se dice. Llevaba enfermo desde finales de octubre de 1816 y los médicos ya sospechaban que se trataba de un esquirro, de un tumor en el píloro.
Se ha especulado mucho sobre la muerte de Napoleón, así que dejo atrás los bulos y voy a basarme en las notas personales de Francesco Carlo Antommarchi, el médico corso enviado por su madre que le atendió en sus últimos momentos y realizó la autopsia.
Cuenta Antommarchi: «El 29 de abril estuvo delirando casi toda la noche. De madrugada, sufrió un hipo violento y luego volvieron los delirios. También volvieron otra vez los vómitos, tenía mucha sed, así que le dejé beber agua fresca y se repuso, estaba convencido de que el agua le había curado. El 30 de abril su salud mejoró, pero estaba triste y abatido».
«Al mediodía -prosigue su relato-, tomó algunas cucharadas de fideos, pero sintió un calor abrasador en la garganta y le atacó el hipo, que duró más de dos horas. Por la noche empeoró. A las 9:30, le subió la fiebre, volvió el hipo, la respiración era penosa, tenía opresión abdominal, alzamiento arqueado y espasmódico del epigastrio y el estómago, sofocación, salivación abundante, frío helado en todas partes del cuerpo, y, de rato en rato, dejaba de sentirse el pulso. El 1 de mayo tuvo un respiro y los síntomas cedieron. Pero el día 2 volvieron los delirios, se creía en una batalla y gritó: ¡A la victoria! De pronto se llenó de fuerza, saltó de la cama y gritó que quería ir al jardín. No me dio tiempo a sujetarle y cayó hacia atrás. Le levantamos como pudimos, se revolvía, no conocía a nadie, estaba indignado, quería salir. Por fin conseguimos meterle en la cama».
Antommarchi continúa: «Poco después volvieron los vómitos, los movimientos espasmódicos y la risa sardónica. Le di algunas gotas de tintura de opio y éter, y se calmó. Comió dos bizcochos y vino clarete. No podía soportar la luz. Marchand, Ali el mameluco y yo tuvimos que atenderle y cambiarle en total oscuridad. La noche del 3 de mayo fue mejor, aunque de madrugada tuvo fiebre, angustia y delirios. A las 8:45, tomó con gusto dos pequeños bizcochos, una yema de huevo y un poco de vino. Pero estaba muy débil. Aquel día el gobernador Hudson, su carcelero, como él le llamaba, a través del doctor Arnolt, ofreció traernos leche de vaca. Me negué, la leche de vaca es muy indigesta, bebió mucha agua de flor de naranja, suavizada con agua común y azúcar, decía que le aliviaba. A las dos el padre Vignale le dio el Viático. El doctor Arnolt propuso administrarle un purgante de 10 gramos de calomelanoso o mercurio dulce. Me negué, pero tuve que ceder; a las 11:30 de la noche, con mucha congoja, sudores fríos y borborigmos (sonidos de gases), tuvo una evacuación abundante».
«La noche del 4 al 5 de mayo fue terrible», añade. «A las cinco de la mañana empezó a delirar y sufrió trismus (espasmo de la mandíbula). Ya no sentía el pulso en las carótidas ni en la vena axilar. Pensé que había llegado el final, pero de pronto se recuperó. El 5 de mayo la mejora de su estado duró muy poco. A las 11 de la mañana, le apliqué un vejigatorio (cataplasma) en el pecho y las piernas, dos anchos sinapismos (polvo de mostaza) en las plantas de los pies y le refresqué la boca con agua de flor de naranja. Todo era inútil. Los ojos se volvieron hacia los párpados superiores y el pulso caía, luego se reanimaba. A las seis menos once minutos de la tarde de aquel 5 de mayo, sus labios se cubrieron de una ligera espuma… y falleció».
Pues en aquel lejano mayo de 1821 así fue el final de Le Grand Empereur.
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