Morir en tiempos de Covid-19
Nuestras sociedades deben cambiar a un modo más solidario. No es una opción
Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto
Jueves, 15 de octubre 2020, 23:44
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Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Deusto
Jueves, 15 de octubre 2020, 23:44
El Covid-19 está mostrando con crudeza la fragilidad humana. Frente a quienes pronostican que se podrá, gracias a la ciencia y a la tecnología, alcanzar en un plazo de cincuenta o cien años la «longevidad indefinida» o la «extensión indefinida de la vida», este ... virus diminuto muestra lo débil y vulnerable que es el ser humano, de modo que parece que seguirá siendo tan mortal como lo ha sido siempre.
Probablemente, lo más trágico de la actual pandemia haya sido el hecho de que muchos de los fallecidos en hospitales y residencias por Covid-19 estuvieron solos en ese trance único, intransferible y exclusivamente personal que es la muerte. El doctor Sherwin Nuland, fallecido hace unos años, sostenía en su libro 'Cómo morimos. Reflexiones sobre el último capítulo de la vida', publicado en 1995, que la muerte digna consiste en el aprecio de los demás por lo que se ha sido en la vida. En su opinión, quien ha vivido con dignidad muere con dignidad. Pero, por muy personal que sea este momento, por mucha dignidad con la que se haya vivido, parece incuestionable que la mejor forma de morir es hacerlo en paz y en compañía de las personas queridas con las que se ha convivido y crecido como persona.
Algunos moribundos de Covid-19 pudieron contar con el gesto humanitario, digno y lleno de amor de alguna enfermera que, aun no siendo familiar ni amiga, los cogía de la mano, les dirigía algunas palabras de consuelo o, incluso, musitaba una oración. Pero muchos murieron totalmente solos. Sus familiares no pudieron despedirse de ellos ni acompañarlos en ese trance. Menos aún tuvieron tiempo de resolver asuntos pendientes en sus vidas. Todo esto puede generar sentimientos de culpa en los familiares, difíciles de superar. Se está calculando el ingente coste sanitario y económico que la pandemia está causando, pero todavía falta evaluar su daño psicológico. El seguro médico alemán apunta que el número de registros de trastornos mentales ha aumentado en un 80% el último año. Un estudio realizado durante la primera fase del brote de Covid-19 sobre los niveles de estrés, ansiedad y depresión en una muestra realizada en el País Vasco concluyó, entre otros aspectos, que «llama la atención que los jóvenes manifiestan mayor estrés que las personas mayores». Todo esto obliga a seguir investigando cómo la pandemia está afectando a la psicología de las personas. Y también a su espiritualidad, religiosidad y forma de afrontar el sentido de la vida y la muerte.
Pero no debemos olvidar que, pese a lo dramático de estas muertes por Covid-19, sigue habiendo otras formas de morir mucho más inhumanas, sin cuidados médicos, y en muchas ocasiones envueltas en una soledad total: las de los inmigrantes que, víctimas del tráfico de seres humanos, mueren ahogados en nuestras costas; las de miles de seres humanos en todo el mundo a causa del hambre y de las guerras; y, entre nosotros, hasta hace bien poco, las de quienes fueron aniquilados cruelmente por el totalitarismo nacionalista de ETA, muchos de cuyos asesinatos siguen sin resolverse, aumentando así el dolor de los familiares. Lamentablemente, siempre existirán formas terribles de morir, aunque nuestro estilo de vida acomodado e individualista, o nuestros intereses partidistas, nos hagan mirar para otro lado.
La fe cristiana cree que nadie muere enteramente solo, y que Dios acompaña y acoge amorosamente al difunto por muy sufriente que haya sido su proceso de morir. Se comparta o no esta perspectiva, numerosos estudios muestran que las creencias espirituales y religiosas ayudan a un mejor afrontamiento de la muerte. Qué duda cabe de que una vida vivida con sentido, que no es lo mismo que una vida consentida, y con esperanza, facilita la aceptación de la propia muerte. Pero el ser humano necesita morir como ha vivido: acompañado, arropado, querido. Necesitamos sociedades abiertas que integren a todos, como dice el Papa Francisco en su última y reciente encíclica 'Fratelli tutti', que pongan la dignidad humana en su centro. En sociedades así, un objetivo fundamental sería facilitar el acceso universal a los cuidados paliativos y la asistencia integral de las personas cuya vida llega a su fin; sociedades en las que morir no sea una batalla personal con el miedo, el dolor y la soledad, que muchas veces empujan a la petición de la eutanasia.
En 1964 Bob Dylan publicó la ya mítica canción 'The times they are a-changing' (Los tiempos están cambiando). Muy probablemente en todo este tiempo transcurrido no hayan cambiado tanto como habría deseado su compositor, pero parece evidente que, en el actual contexto de pandemia, nuestras sociedades y formas de vivir deben cambiar a un modo más fraterno y solidario. No es una opción. O lo hacemos así o no seremos capaces de afrontar futuras crisis humanitarias de carácter mundial. Depende de nosotros y de lo que exijamos a nuestros políticos. Pero ¿tenemos claro en qué dirección queremos ir?
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