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Estamos asistiendo a un aumento a nivel global de noticias y estudios relacionados con el impacto del mundo digital en nuestra sociedad y, en particular, en la salud de los más jóvenes. Es sorprendente, y al mismo tiempo desalentador, que esta cuestión haya recibido tan poca atención por parte de los principales partidos que se presentaron recientemente las elecciones autonómicas vascas.
Aunque las tecnologías, bien utilizadas, nos ofrecen importantes oportunidades para compartir información, relacionarnos o aprender, el tsunami de la transformación digital ha llegado tan rápido que ha inundado todos los aspectos de nuestras vidas antes de poder hacer una reflexión sobre sus impactos y sobre cómo gestionarlos. Esta ola digital, acelerada ahora con el desarrollo de la inteligencia artificial, avanza sin que los propios adultos sepamos muchas veces cómo navegar en ella. Y en este mar digital están sumergidos nuestros niños-as y adolescentes, cuya exposición excesiva a las pantallas y a los teléfonos móviles constituye ya un problema emergente de salud pública.
La evidencia científica en relación a los efectos perjudiciales del uso excesivo y en edades tempranas de las pantallas es numerosa. Sabemos que afecta al desarrollo del lenguaje, a la capacidad de mantener la atención y a la de socializar y autorregularse. Además, se asocia a efectos sobre la salud física como la obesidad, los trastornos músculo-esqueléticos y del sueño, las cefaleas y los problemas visuales. También impacta sobre la salud mental generando o acentuando problemas como la ansiedad, depresión, adicciones, trastornos de la conducta alimentaria o los relacionados con la imagen corporal y genera dificultades en las relaciones interpersonales.
El uso excesivo que los propios adultos hacemos de los smartphones afecta al desarrollo de nuestros pequeños, ya que pierden oportunidades de hablar, jugar y relacionarse con nosotros. Estamos dejando de mirarnos, un acto sencillo pero muy importante para aprender a interpretar las expresiones y las habilidades sociales imprescindibles para desarrollar la empatía.
El teléfono móvil con conexión a internet es una de las herramientas que más expone a nuestros hijos-as a todos estos riesgos. En ocasiones se los facilitamos los adultos que les cuidamos mientras van en el carrito, comen o cuando nosotros estamos «ocupados». Después, se lo «regalamos» bajo la necesidad de saber dónde están o porque todos sus amigos lo tienen.
Según un reciente estudio de Unicef (2021), la edad media de adquisición del primer smartphone en la comunidad autónoma vasca es de 11 años y hasta un 64% del alumnado de la ESO lo lleva a su centro educativo. El 31% de los menores pasa más de cinco horas diarias conectados a internet entre semana y el 45% refiere que utilizan internet y las redes sociales para no sentirse solos. Con todo ello, un 32% de los adolescentes tendría ya un uso problemático de internet que se asocia a niveles más bajos de bienestar emocional, integración social y satisfacción con la vida. Además, uno de cada diez adolescentes recibió una proposición sexual por parte de un adulto a través de la red y alrededor de 3.000 estudiantes de la ESO han empezado a apostar o jugar dinero online.
Otro estudio a nivel global (Sapien Labs 2023), realizado sobre 27.969 jóvenes de entre 18-24 años, muestra una tendencia bien documentada de un progresivo deterioro en el bienestar mental de cada generación más joven. Este efecto comenzó entre los años 2010 y 2014 y coincide con la llegada del smartphone. El informe también muestra que el bienestar de los jóvenes mejoraba drásticamente cuando la adquisición del móvil se producía a una edad más tardía. Esto nos debería hacer reflexionar.
Ante esta nueva realidad, muchas familias comenzamos a unirnos para ayudarnos en la difícil tarea de proteger, educar y acompañar a nuestros hijos-as. Así ha nacido en distintos centros educativos y municipios el movimiento Altxa Burua, que auna cada vez a más familias. Pero necesitamos la implicación de las instituciones. Es imprescindible que desde sus distintos ámbitos de acción (educativo, social, sanitario y legislativo) se promuevan medidas de sensibilización, educación y regulación con el objetivo de proteger a nuestros niños-as y adolescentes. Es prioritario impulsar campañas de concienciación dirigidas a adultos y a menores y también revalorar el uso de los dispositivos digitales en los centros educativos y regularlo desde las instituciones. Además, es importante abordar la difícil pero necesaria tarea de regular el acceso de menores a contenidos para adultos.
Debemos actuar ya. Algunas consecuencias son evidentes hoy y hay otras que iremos viendo en los adultos del futuro. Trabajemos para que la infancia no quede sumergida en este mar virtual. No olvidemos que ellos, los niños, son nuestro futuro.
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