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Llevo tiempo prometiéndome cambiar este hábito, pero hoy también me despierto con la alarma de mi móvil. Mientras pongo el café consulto los mensajes de ... los infinitos grupos de WhatsApp en los que no puedo dejar de estar para ver si hay alguna incidencia mañanera que afecte a mis hijos. Desayuno, ducha y despedidas varias, llego al metro y observo cómo numerosas pantallas publicitarias pretenden informarme constantemente de algo.
La mayoría de los pasajeros están inmersos en su mundo virtual, muchos incluso con los cascos puestos en pleno aislamiento acústico. No se oye hablar a nadie. Algún viajero en peligro de extinción se atreve a leer en un libro de papel y me doy cuenta de que tengo que hacer un esfuerzo por no coger mi propio teléfono y aprovechar para hacer algo que tenga pendiente. Me siento al lado de la ventana y en contra del sentido de la marcha. Siempre me ha gustado viajar así, observando el paisaje que va quedando atrás.
Llego a la consulta. Allí también me esperan las pantallas encendidas por todo el centro de salud, incluso en la sala de espera de pediatría. La apago, aunque sé que la volverán a encender no sé todavía muy bien cómo. Hemos colocado libros en la sala de espera para ver si así conseguimos que los tiempos no se llenen de pantallas. Es habitual ver a niños y progenitores con el teléfono hasta que son atendidos. En ocasiones algún niño muy pequeño también espera en su carrito viendo videos en el teléfono de su madre.
Paso consulta y hoy acude otro adolescente que se siente mal, triste, ansioso… No ha tenido una vida fácil pero probablemente la media de cinco horas al día con su 'smartphone' no le esté ayudando a sentirse mejor. Intento entender y dar pautas sin juzgar. Veo que ya no me sorprende que los progenitores consulten sus teléfonos por motivos ajenos a la consulta mientras exploro o hablo con su hijo o hija. Parece ser que el cartel de la puerta no es lo suficientemente visible o que hay algo más importante que atender.
Cuando llego a casa comienza una segunda jornada de trabajo con deberes y extraescolares. Aprovecho los momentos en los que no están mis hijos para responder mensajes o trabajar un rato en el ordenador, pero con tres niños resulta complicado. Al final del día cenamos juntos y nos sentamos a ver una serie en una plataforma de 'streaming'. Observo la impaciencia de mis hijos cuando aparecen los títulos del final y la necesidad de que comience el siguiente capítulo sin pausa. Llega la hora de acostarse.
A las 22.00 es el momento de dejar el teléfono en el párking digital, pero veo que aún me queda algún mensaje por responder y me pongo a ello. De paso busco un artículo científico y sin darme cuenta me distraigo con una noticia que Google ha seleccionado para mí. A pesar del 'modo noche' de mi teléfono me veo perdida en la red durante otros 30 minutos y me prometo nuevamente cambiar mis hábitos.
Aunque existe una creciente sensibilización social sobre el impacto negativo del excesivo uso de pantallas, cada día veo a niños, niñas y adolescentes que consumen muchas horas de pantalla sin supervisión ni acompañamiento y con una gran pérdida de oportunidades. Observo el protagonismo que el 'smartphone' tiene en mi propia vida y lo difícil que me resulta cumplir con los límites que me he autoimpuesto. También el resto del mundo adulto vive inmerso en una vida 'empantallada' desde donde es difícil enseñar a nuestros hijos e hijas otras formas de estar en el mundo. No es de extrañar que ellos también se queden atrapados y no podemos pedirles que se autorregulen a determinadas edades. Recordemos que están en pleno desarrollo y necesitan que sus progenitores estemos presentes y atentos a sus necesidades y relacionarse con sus iguales. Así podrán sentirse queridos y aprenderán a desarrollar la empatía y sus habilidades sociales. También necesitan experimentar en la vida real, aprender a través de todos los sentidos para desarrollar sus habilidades cognitivas y motoras. Todo ello, además, favorecerá el aprendizaje de la capacidad de esperar, de aburrirse y de tolerar la frustración. Porque la vida real no va tan rápido, ni es tan intensa, ni responde siempre a las necesidades de uno mismo como espera.
Me gustaría acabar infundiendo algo de esperanza. Podemos hacer que nuestros hijos e hijas crezcan de forma más saludable. Para ello es imprescindible que seamos un buen ejemplo y cambiemos nuestros propios hábitos de consumo digital. Aunque no es fácil, es el camino y nuestros hijos e hijas lo merecen. Yo estoy en ello y creo que, juntos, en esto, como en otras muchas luchas, podemos cambiar las cosas. Por mi parte, de hoy no pasa, cuando salga de la consulta me compraré un despertador.
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