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No quiero pensar, solo voy a imaginar utopías maravillosas, lo necesito, porque cuando oigo la radio, leo la prensa, miro la televisión, no veo ni ... oigo ni leo más que noticias que hacen daño. Y no son distopías, ensoñaciones feas que desaparecen al abrir los ojos, no, son reales como la vida misma. Y esas distopías reales, que llevan a la alienación humana, me roen el corazón.
Trump habla con Putin para poner fin a la guerra en Ucrania, 250.000 muertos, exilio, dolor. Así, de primeras, la noticia no deja de alegrarme. Luego recapacito, tengo la impresión de que esos dos se van a repartir mano a mano una parte del mundo. Y ¿qué piensan ahora los muertos ucranianos y los muertos rusos? ¿Qué piensan ahora las familias de esos muertos? Zelenski pide ayuda, levanta un dedo asustado y dice: «Yo también quiero negociar». Entretanto una Europa inoperante sonríe con la sonrisa idiota de los últimos años.
Bueno, pues he decidido soñar que todos se ponen de acuerdo, la guerra se acaba, las familias vuelven a sus casas y los muertos están muy felices en el cielo. Sin embargo, por más que me esfuerzo, no hay manera de que me crea esa utopía. Ya sé que no se lleva la imagen del Maligno reinando en majestad con sus enormes alas de murciélago desplegadas por el mundo, tirándose pedos nauseabundos y escondiéndose bajo sofisticados disfraces, pero es lo que me sugiere la situación que estamos viviendo, Lucifer riéndose a carcajadas, mientras se hace dueño del mundo, mientras nos asusta, nos confunde, nos pringa de tal manera que perdemos la capacidad de distinguir el bien del mal. Las distopías cabalgan a buen paso, como Los Jinetes del Apocalipsis, y se están cumpliendo ante nuestra mirada pasmada.
Y hay más. He oído decir a Trump, junto a un complaciente Netanyahu, que tiene el proyecto de desalojar Gaza y convertir la tierra palestina en la Riviera de Oriente Próximo. El reclamo, un vídeo musical de 33 segundos utilizando IA, en el que se muestra a hombres, mujeres y niños andando sobre las ruinas de Gaza, luego paseamos por la paradisiaca 'Trump Gaza' y vemos, entre otras cosas, una gigantesca estatua de oro de cuerpo entero del propio Donald Trump. Me da igual que el objetivo sea una broma para acobardarnos o, como algunos dicen, para conseguir que los países árabes muevan el culo y den una solución al problema palestino. La propuesta y el vídeo son crueles, perversos, inmorales, aunque no se realicen nunca.
Y es que sacan la lengua, humillan, escupen en la cara a gente machacada y con muchos muertos a la espalda. Solamente imaginar las columnas de palestinos obligados a dejar su tierra para hacer sitio a una Riviera exclusiva nos retrotrae a épocas pasadas que nunca deberían volver. Y aún sorprende más que la propuesta de tamaño despropósito le parezca bien a un pueblo que sufrió ese mismo trato.
Cuando los Reyes Católicos en 1492 firmaron el decreto de expulsión de los judíos en Granada, se hizo popular esta canción de la que se conservan los dos primeros versos: «Ea, judíos, a enfardelar/ que mandan los reyes que passeys la mar». La imagen de la Riviera de Oriente Próximo, levantada sobre charcos de sangre, apartando cadáveres a manotazos, aplastando vidas, arrasando hogares, es la representación que se corresponde con tanto dolor y tanto horror, tanto horror y tanto dolor.
Pero además, aliñando esta distopía, ahí están también los rehenes israelíes de Hamás salidos de Auschwitz, desnutridos, torturados, rotos, y los ataúdes negros de la madre de la familia Bibas y sus dos niños, ahí están las guerras de África facilitando el expolio de las naciones ricas, la vida sin historia de las mujeres en Oriente, la estupidez de tantos gobernantes que juegan a guardias y ladrones, una Europa vieja que pone sonrisas complacientes ocurra lo que ocurra, y ahí está nuestro silencio, nuestro gran silencio.
Por eso voy a imaginar, porque me da la gana y no me quiero hundir en tanta miseria, que llegará un día en que todo esto acabe, aunque sea una ingenua utopía.
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