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El 23 de abril se celebra todos los años el Día Internacional del Libro, es una jornada simbólica para la literatura mundial. Ahí, lógicamente, está ... incluida la poesía, aunque desde 1999 el 21 de marzo se dedica también al Día Internacional de la Poesía. La poesía ha evolucionado igual que tantas otras cosas en el mundo. Hoy la poesía pocas veces se reviste del ropaje formal de la métrica, como hacía antes, ahora es más libre e, incluso, no es raro que se disfrace de prosa y se convierta en prosa poética. Ya en el siglo XIX 'El Spleen de París', de Charles Baudelaire, que influyó tanto en las Iluminaciones de Arthur Rimbaud, es un ejemplo.
Pero da igual el formato que utilice, la poesía es siempre poesía. ¿Y qué es esa cosa misteriosa que llamamos poesía? Pues ha sido y es, por encima de todo, conocimiento, sabiduría de carga profunda, un fino microscopio que nos ayuda a conocer y a entender la realidad que habitamos y que nos habita, una voz íntima, menuda, ágil, un rayo láser alfabético capaz de llegar al misterio del yo cotidiano, a lo más escondido, que tantas veces no sabemos describir con palabras hasta que el poeta nos las presta.
«La poesía es un espacio de libertad», dice el poeta sirio Adonis. Una singularidad de la poesía es capturar a través de metáforas y sinestesias el alma de las cosas. El poeta, gracias a la magia que nadie sabe de dónde viene, jugando, haciendo malabarismos con palabras manoseadas de todos los días, es capaz de transformarlas en nuevas y entonces su significado se vuelve tan sorprendente, a pesar del caparazón de cotidianidad, que nos descubren el misterio de muchas cosas.
Así, de la mano de la poesía buceamos por lo que antes era inexplicable y somos capaces de poner palabras al amor misterioso, podemos descubrir el alma de nuestra cafetera, que guarda tantos momentos de nuestra propia alma, volvemos a enredarnos en la cortina aquella, como cuando éramos niños, para hacernos invisibles, recuperamos el sabor y el olor de las mandarinas, que nos transportan a la merienda del cole y a nuestro primer encuentro con el aburrimiento.
La poesía, en fin, nos habla de todo eso que se suele escapar volando hacia las estrellas sin dejar rastro. Gustavo Adolfo Bécquer dijo en su Rima IV: «No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira; podrá no haber poetas; pero siempre habrá poesía (…)». Y tenía razón, «siempre habrá poesía», ocurra lo que ocurra, pase lo que pase, incluso como ahora que nos rodean guerras, muertes, sufrimiento salvaje, asesinatos, corrupción y miserias.
Es verdad que vivimos tiempos en los que no tenemos la cabeza para leer, poema tras poema, un libro entero de poesía, como ocurría antes, porque la poesía se saborea despacio, dejando que nos atrape la sutileza de cada palabra, de cada metáfora, paladeándola y, después, abandonándonos al milagro que esconde el instante, la belleza, la tristeza, la vida vista desde dentro. Y para eso necesitamos tiempo y sosiego, cosas que nos faltan.
Sin embargo, ella se las ingenia para seguir con nosotros y trepa por las paredes de las casas, cubre las puertas de los váteres más inmundos, navega por internet, se viste de música y llega a millones de personas (hay quien piensa que los poemas de Antonio Machado son de Joan Manuel Serrat, que no sabe que Sabina fue premiado por los poemas de sus canciones y que Bob Dylan es Premio Nobel de Literatura). Y es que la poesía está viva.
Escribe Pedro Salinas refiriéndose al amor en 'Si me llamaras, sí' de 'La voz a ti debida': «telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre (…)». Pues esos versos sirven también para hablar de la poesía. Al fin y al cabo, qué es el amor sino poesía, «Poesía… eres tú», dijo Bécquer, y poesía somos todos, aunque también es verdad que no siempre, solo a veces, otras veces se nos escapa el alma y nos convertimos en «virojo, virojo, diablo trampantojo», que dice Alberti mirando 'El Jardín de las Delicias' de El Bosco.
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