Es la conclusión que se puede obtener después de la decisión tomada la semana pasada por el Consejo de Ministros de Pesca de la UE. Entre otras barbaridades, ha decidido reducir los días de pesca de nuestros compañeros del Mediterráneo, que solo tendrán 27 días ... al año. Salvo que salgan a faenar con un tipo de red con malla más grande de 45 o 50 milímetros, es decir, con la que no se puede pescar casi nada. ¿Alguien se puede imaginar que sea posible dar de comer a su familia y pagar la hipoteca trabajando solo 27 días al año? Y lo grave es que dicen haberse basado en datos científicos. Cierto, pero se han basado en datos de 2023, y no de 2024, año en el que ya se han recortado drásticamente las jornadas en la mar.
Por otro lado, nuestra flota del Atlántico norte que pesca entre el Golfo de Vizcaya, costa de Francia, Gran Sol, Irlanda y Escocia ha visto recortada un 20% la cuota de merluza. Esto supone un descenso de 13.600 toneladas de las 68.130 toneladas actuales de TAC (Total Admisible de Capturas). Significa que dejarán de llegar a las pescaderías de Europa 13.600 toneladas de merluza capturada en aguas europeas.
Significa que los hogares tendrán un acceso más reducido a esta especie tan popular, que verá además incrementado su precio. Esto impacta de lleno en el consumo de pescado, que sufre un descenso per cápita del 30% en los últimos 18 años, cuando su encarecimiento es uno de los principales motivos alegados para frenar su compra. Si tenemos en cuenta que la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición recomienda consumir entre 3 y 4 raciones de pescado a la semana, una disminución en la oferta y un aumento del precio hacen muy complicado el cumplimiento de tal recomendación.
El recorte anunciado por Bruselas conlleva una reducción de ingresos de los armadores de 61 millones de euros, una merma económica para los tripulantes que trabajan 'a la parte' (en función de capturas). Esta pérdida de la rentabilidad desincentiva a los propietarios de los barcos para continuar con el oficio de la pesca y ahuyenta a la gente joven de trabajar en un buque pesquero.
Además, la pérdida de capturas de merluza europea será sustituida por la de importación o, peor aún, reemplazada por otras proteínas menos saludables. El 70% del pescado consumido en Europa procede de la importación a terceros países, principalmente China y otros del cono asiático. Por tanto, con estas medidas, acumuladas a anteriores restricciones, Bruselas parece haberse propuesto acabar con su flota pesquera, para apostar por el pescado de Asia, desmantelando todo el tejido económico derivado de la pesca: comercializadores, suministros navales, fabricantes de cajas, hielo, redes, mecánicos navales... Necesitamos reducir nuestra dependencia de terceros países y ser soberanos y dueños de nuestra propia capacidad para producir alimentos. La famosa soberanía alimentaria.
Supone un incumplimiento de la Política Pesquera Común, que establece claramente en su primer reglamento fundacional que esa actividad debe perseguir la sostenibilidad medioambiental, la social y la económica. Sin embargo, esta Comisión lleva demasiados años estableciendo medidas restrictivas basadas únicamente en el primer objetivo, el medioambiental; y no se está mirando el impacto social (soberanía alimentaria, seguridad alimentaria) y el económico que supone la actividad pesquera en Europa.
Es un ataque a la identidad de nuestro pueblo porque la gastronomía es parte de nuestra identidad, de nuestra cultura, de nuestro ADN. Y especialmente en las ciudades y pueblos costeros, donde su cultura gastronómica se ha basado en el pescado, haciendo bandera por todo el mundo, siendo reclamo turístico para los que visitan nuestro país. No se puede entender una celebración en la mesa, sea comida en familia, de empresa o entre amigos, y más en fechas navideñas, sin el plato estrella: la joya del mar, nuestros pescados. Se puede comprobar fácilmente con una ruta por el litoral de nuestro país; desde el tronco de merluza a la ondarresa en Euskadi, un pixín (rape) en Asturias, unas anchoas en salazón en Cantabria, merluza a la gallega, una caldeirada mariñeira, una centolla, cazón en adobo en Andalucía, tortillita de camarones, pescaíto frito, langostinos de Sanlúcar, gambas de Huelva o de Almería, en Valencia arroz a banda (marisco), en Catalunya suquet de peix, gambas de Palamós.
En definitiva, es muy difícil entender la identidad y cultura de nuestro país sin el pescado; el pescado capturado por nuestros pescadores cada día; un oficio duro y ancestral que no podemos permitir que Bruselas nos expropie. Defender nuestros pescados y mariscos es hacerlo con nuestros pescadores.
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