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Las últimas declaraciones del presidente del PP sobre los indultos y la amnistía, que han planeado sobre las elecciones autonómicas de ayer en Galicia, así ... como las revelaciones sobre los movimientos del partido durante las semanas previas a la investidura proporcionan a propios y extraños oportunidades de muy diversa índole.
Para Vox suponen una oportunidad de reivindicarse como el último abanderado fiable de las posiciones más intransigentes. No parece recomendable que el PP quiera disputarle ese discurso, por muy rentable que parezca, dado que al no aspirar a altas responsabilidades Vox goza de amplio margen para aceptar y superar cualquier órdago populista. No recomendaría yo correr detrás de semejante liebre a ningún partido con posibilidades de gobernar en algún momento de los próximos años.
El Gobierno y los partidos que lo sustentan, por su lado, seguramente perciben este escenario como una oportunidad para girar el foco. Aprovechar la picia del rival para denunciar sus supuestas o reales contradicciones está en el manual de primer curso de estrategia política. El Gobierno busca así rebajar la enorme presión a la que está sometido por todos los flancos, incluidos los supuestamente aliados de Junts, empeñados estos en hacer la vida más difícil a quienes tratan de acordar con ellos que a quienes evitan todo contacto. En ese contexto se entiende que el Gobierno y su partido insistan en el argumentario más previsible: la hipocresía de la oposición, su doble rasero, su falsedad, su irresponsabilidad, su empeño por presentarse a la investidura... No seré yo quien cuestione las razones de ese discurso de trinchera basado en el principio de que, si hay munición disponible en el arsenal, se dispara y luego se apunta. Pero sí siento que habría sido posible apuntar hacia otro lado quizá más fructífero en el largo plazo.
Si se ha reconocido que se han considerado diversas medidas de gracia, si se ha admitido que el indulto u otras medidas de similar naturaleza podrían ser aún planteados cuando las circunstancias lo permitan, si se ha demostrado que dialogar con quienes tanto se ha disputado es posible e incluso recomendable, si los términos de la familia semántica de la reconciliación son aplicables al caso, si todo esto aparece de pronto como legítimo en un escenario político que tan necesitado estaba de mesura, la oportunidad no se debía dilapidar con reproches de corto alcance. La ocasión la pintaban calva para imaginar un espacio de debate donde todo esto se pudiera considerar en un marco deliberativo de racionalidad superado el momento en que se ocupaban la calle, las cabezas, las tripas y los corazones con crispantes eslóganes.
No dudo de que las iniciativas del Gobierno presentan muy discutibles aristas en materia de pertinencia, oportunidad, legalidad y otras. Por eso mismo el país merecía un discurso de la oposición que no estuviera centrado en sobreactuados argumentarios esencialistas un tanto desquiciados que le hacen perder toda sensatez: el Estado de Derecho ha muerto, la democracia. Si denunciamos este lenguaje tramposo, la respuesta del Gobierno no debería ahora consistir en devolver la bofetada, sino en cambiar su lógica más profunda.
Acabo de leer una investigación firmada por tres profesores neozelandeses que analiza los sentimientos y emociones que despiertan 23 millones de titulares publicados por los grupos de noticias más importantes de Estados Unidos entre los años 2000 y 2019. El análisis cronológico de la emotividad de los titulares muestra un aumento de los que denotan ira, miedo, asco y tristeza y una disminución de los emocionalmente neutros.
Los titulares que llevan a la rabia han aumentado un 104%; los que producen miedo, un 150%; los que empujan a la tristeza, un 54%; los que mueven alegría, sin embargo, han crecido solo un 14%. Los titulares que aportan la información sin carga emocional añadida han bajado un 30%. No parece que el fenómeno Trump pueda explicarse sin ese inquietante contexto informativo. Algo parecido estará seguramente pasando entre nosotros.
Las novedades conocidas en los últimos días podrían haber dado al Gobierno una oportunidad para revertir este sobrecalentado horno de pasiones de ira, miedo y rabia. Podría haber sido una oportunidad para dar ejemplo y pelear por la creación de un espacio de debate inteligente sin hacernos trampas cruzadas, sin criminalizar al discrepante ni llamar siempre a la emoción más confrontativa. Ni el Gobierno ha sido capaz de ese giro de guion ni, para ser sinceros, es creíble que la oposición le habría seguido el juego. Quedamos a la espera de que los neozelandeses nos estudien.
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