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Hace unos días me fui a la cama rumiando las noticias y, con tanto darles vueltas, tuve una terrorífica pesadilla que hizo que me despertara sobresaltado. Había soñado que Donald Trump había sido elegido de nuevo presidente de EE UU y al día siguiente todos ... los dictadorcetes del mundo habían comenzado a asaltar sus parlamentos. Si los presidentes de los tres países más importantes del mundo eran dictadores, por qué no lo iban a ser los cabecitas de ratón en sus Galias.
Tengo miedo de que aquellas ideas que alentaron el Mayo del 68 se hayan evaporado del todo. Aquel momento en que se discutía de marxismo y cristianismo, democracia y dictadura, había movimientos de liberación, corrientes ideológicas variadas, sindicatos de distintas tendencias, se acudía a sesiones de arte y ensayo, los intelectuales contaban y las universidades eran un hervidero de inquietudes.
Tengo miedo de que con tanto Netflix, series y demás redes, con tanto dominio de lo audiovisual, nos olvidemos de las lecturas de fondo, de los grandes libros, de los grandes pensadores, y nos quedemos con intereses donde impera lo efímero, lo intranscendente. ¿O estaré equivocado?
Tengo miedo al triunfo de mentes planas, dañinas, negacionistas y con poder. Son varios, pero me quedo con el ejemplo arquetípico, Donald Trump: mentiroso, negacionista, insensible, bravucón, antidemócrata, ultraliberal, que siendo presidente puso en duda y atacó el sistema democrático; que sobre mentiras y demagogia apadrinó y alentó el asalto violento al Capitolio. Sería un golpe durísimo para la democracia mundial que un delincuente de tal calibre no fuera a la cárcel, porque se lo merece y por el ejemplo que expande al mundo creando seguidores envalentonados. Es muy posible que sea reelegido, y entonces vendrá el acabóse. Y ahora no estoy dentro de una pesadilla.
Tengo miedo a que triunfe (que ya ha triunfado) un capitalismo salvaje en el que los pobres sean cada día más pobres y los ricos, más ricos cada día. Millones que trabajen de sol a sol con el convencimiento de que no podrán salir de la pobreza, de que están condenados a vivir sin un mañana de feliz alborear. Vivir sin esperanza es no-vivir. Mientras, otros arrasan el planeta.
Tengo miedo a que llegue un momento en el que no podamos diferenciar lo que es verdad de lo que es mentira porque vemos que la mentira no se desenmascara, queda impune. En que periodistas vendidos a partidos políticos pierdan la conciencia de lo que son, de lo que es informar en objetividad, verdad y libertad. Que no podamos, o no sepamos, distinguir certezas y nos conformemos con canales de televisión embrutecedores al servicio único del dios dinero, formando telenecios donde el mínimo espíritu crítico o elegancia estética quedan ausentes, donde ya de la razón no hay uso. Donde logran que cualquier estupidillo sea más famoso que un prestigioso médico, escritor, artista, filósofo.
Esta es la realidad, pero es triste que así sea. Masas adictas a cadenas televisivas castradoras del más mínimo gusto mental o estético donde emiten programas en los que no se juzga, no hay análisis. Hay grandes programas de opinión en las redes, pero son para minorías.
Tengo miedo a que llegue el día en que no sepamos valorar una buena película, una buena ópera, un buen libro, una buena obra de teatro, una conversación con fundamento, visitar un museo, acercarnos al conocimiento de un hecho histórico... y lo sustituyamos satisfechos por el conocimiento profundo de belenes, paquirrines, orteguillas, pantojería y demás patria cañí, personajillos creados para sacar dinero, para abotagar, para alimentar espíritus necios que se tienen que nutrir de algo, aunque sea bazofia.
Tengo miedo de que la Tierra la arrasemos, la destruyamos, o la hayamos destruido ya, mientras cuatro falsos profetas endiosados, y sin ninguna preparación específica, sigan diciendo que el calentamiento climático es una invención de las izquierdas. El «alarmismo climático» destroza las sociedades libres y condena «a millones de personas a la pobreza y a la desesperación» ('magister humilis' Aznar 'dixit'). Y los acólitos de Trump y Aznar los aplauden.
Tengo miedo a que llegue un día en el que los quijotes dejen de ser Quijote para hacerse cuerdos Alonsos. Entonces, sí, seremos cuerdos, juiciosos, tendremos 'cosas', pero habremos perdido 'ideas' y el poder de soñar, que es la mayor de las desgracias. Eso sí, hablaremos de fútbol.
No quisiera inventar peligros futuros, que bastante tenemos con el quehacer de cada día. Es un miedo relativo, pienso, quiero pensar, que el futuro será mejor. Con todo, tengo miedo a tener miedo, y no quiero tenerlo, en especial pensando con Shakespeare: «De lo que tengo miedo es de tu miedo».
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