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Ley de Memoria Democrática
La norma salda la deuda con las víctimas del franquismo
txema oleaga zalvidea
Lunes, 19 de diciembre 2022, 00:03
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txema oleaga zalvidea
Lunes, 19 de diciembre 2022, 00:03
La Ley de Memoria Democrática recientemente aprobada por las Cortes Generales ha suscitado un bronco debate sobre el espíritu de la Transición. En síntesis, los detractores de este texto legal argumentan que la Transición fue un pacto entre las dos Españas.
A mi juicio, se ... trata de una visión falseada y que pretende obviar que la Transición fue un logro colectivo que consagró la victoria de la democracia frente al fascismo. Es más, fue un generoso proceso de restaurar la convivencia y los derechos humanos en un país que había sufrido un régimen ominoso, cruel y asesino durante casi cuarenta largos años.
La experiencia democrática de la II República supuso un intento de propiciar un modelo de convivencia basado en los principios constitucionales más avanzados. Hubo un reconocimiento del pluralismo político y social, de los partidos políticos, las organizaciones sindicales y toda clase de entidades surgidas del deseo de participación ciudadana. Fueron aprobados los primeros estatutos de autonomía para reconocer y regular la diversidad del país. Se fomentó la cultura y se fueron aprobando las leyes que reconocían los derechos civiles, como el divorcio.
Pero, por encima de todo, hubo un decidido intento de establecer un modelo de convivencia entre diferentes y la normalización política, con la alternancia ideológica consustancial a los sistemas democráticos. Un verdadero esquema de equilibrio parlamentario y división de poderes.
Tras el golpe de Estado liderado por Franco, todo quedó arrumbado. Se ilegalizaron los partidos y sindicatos, sustituidos por el partido único y el sindicato vertical. Se anularon los derechos civiles más básicos. Se persiguió con saña la cultura y el pensamiento libre y se sometió a la población a un régimen de terror a las órdenes de un 'caudillo' ávido de sangre, engreído y fundamentalista.
Tras la muerte del dictador y ante la ausencia de un sucesor claro que pudiera continuar con el régimen fascista, los propios jerarcas llegaron a la conclusión de que su tiempo se había agotado. La ciudadanía ansiaba libertad y democracia y miraba con admiración los avances de los pueblos de Europa y el grado de bienestar y respeto a la convivencia que se respiraba en nuestro entorno. Solo había un obstáculo: el fascismo. Y decidieron rendirse y abrazar la democracia, con algunas excepciones. En suma, no hubo un pacto entre fascismo y democracia, sino la victoria sin paliativos de esta última. Volvería España a un sistema constitucional con desconcentración del poder, el reconocimiento del pluralismo político y social y de las realidades territoriales del Estado. Y, por supuesto, el comienzo de una etapa de profundización en los derechos civiles y las libertades públicas que continúa hoy.
Y comenzó un camino de feminismo y reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres que ha cambiado de manera notable la fisonomía humana en nuestro país. Y lo que sí existió fue la generosidad inmensa de los represaliados y exiliados: de las víctimas del fascismo, de quienes sufrieron las humillaciones y la persecución de aquellos secuaces crueles del franquismo. En efecto, no se perseguiría a nadie, siempre y cuando todos aceptaran la democracia. Fuera los símbolos del régimen y aprobación de una Constitución como norma fundamental del Estado.
Manuel Fraga había formado parte de los gobiernos criminales de Franco desde 1962. Adolfo Suárez fue secretario general del partido único y fascista del régimen. Y, sin embargo, la democracia les permitió fundar organizaciones políticas que ellos habían impedido a los ciudadanos y ciudadanas de bien durante décadas. La única condición fue que abrazaran la democracia y la libertad.
Y comenzó un amplio cambio legislativo que volvió a situar a España en el seno del concierto de las naciones democráticas (Constitución, ley del divorcio, despenalización del aborto, matrimonio igualitario, libertad para constituir partidos y sindicatos, aprobación de los estatutos de autonomía, igualdad de derechos entre hombres y mujeres...)
Pero quedaba una deuda pendiente con las víctimas del atroz fascismo de Franco y su régimen. El reconocimiento al dolor causado a asesinados, torturados, exiliados, bebés robados y sus madres y familias, masones y masonas, presos de conciencia... Esta ley reconoce la condición de víctimas de todos esos colectivos y propone fórmulas de reparación. La democracia repara a las víctimas del franquismo. Y establece con toda claridad que los símbolos de la dictadura desaparezcan de nuestras calles, monumentos y toda clase de espacios públicos. Lo mismo que hizo la Transición con el águila de la bandera española o con otros símbolos semejantes.
En definitiva, la Ley de Memoria Democrática, como lo fue antes la Ley de Memoria Histórica, supone profundizar en la victoria de la democracia frente al fanatismo y la intolerancia. ¡Sea bienvenida!
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