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Se acercan fechas de grandes eventos competitivos, dos finales de Copa este mes, final de la Champions en mayo, Juegos Olímpicos en verano y, en medio, final del curso lectivo de los estudiantes.
Es una fuente de eterna infelicidad pensar que, para tener éxito en ... la vida, siempre debo ganar. Al utilizar el término 'ganar' como sinónimo de tener éxito corremos el riesgo de vivir en una infinita insatisfacción con nuestras vidas. Nos han inculcado que para tener éxito en la vida hay que ganar. Pero no es cierto. Ganar y tener éxito son cosas diferentes.
Ni siquiera las definiciones de ambos conceptos significan lo mismo. La propia Real Academia entiende por 'ganar' conseguir algo compitiendo con otro, mientras que 'tener éxito' lo define como el resultado feliz de una acción. Es decir, para ganar hay que competir contra otro, mientras que para tener éxito no es necesario. Permítame comentar dos cuestiones que creo que ayudan mucho a aclararlo.
Por un lado, ser conscientes de que cada uno de nosotros somos diferentes. De hecho, nuestro comportamiento es fruto, básicamente, de dos cuestiones: nuestro genoma y nuestras experiencias de vida. Nacimos con un cociente intelectual distinto, una belleza física diferente, una habilidad para el deporte mayor o menor e incluso un nivel de extroversión o introversión determinado. Por otro lado, las experiencias de vida que hemos tenido también han sido distintas. Hemos nacido en un entorno emocionalmente unido o no, en una familia con más o menos recursos, hemos tenido mayores o menores desgracias cercanas o incluso algunos hemos tenido oportunidad de viajar y abrir nuestra mente más que otros. Y todo ello ha conformado el ser único e incomparable en el que nos hemos convertido.
Por otra parte, desde pequeñitos nos han hecho competir en todos los ámbitos de nuestra vida. Siempre nos han comparado con el de al lado. Nuestros compañeros de clase, nuestros hermanos, nuestros amigos del barrio… Sin embargo, usted es diferente de ellos. Mejor que ellos en algunas facetas y peor en otras. Pero, sin duda alguna, único. No hay dos personas iguales sobre la faz de la Tierra. Podrá parecerse más o menos a otros, pero a la postre, hay 7.500 millones de formas de ser diferentes en este mundo. Todas ellas, fruto de las características con las que nacieron y de las circunstancias vividas durante su desarrollo como persona.
El problema es, por tanto, que vivimos en una sociedad en la que continuamente estamos comparándonos los unos con los otros y quien vence en esa competencia es ganador. A esto hay que sumarle una dificultad añadida: la globalización. Hasta hace unas décadas, usted incluso podía ser ganador en alguna de esas competiciones en las que se metía, ya que esas batallas las lidiábamos exclusivamente con nuestro entorno conocido. Eventualmente, podía llegar a ser el mejor del barrio con el skate, el mejor del pueblo haciendo surf o incluso el mejor guitarrista de su ciudad o el mejor ejecutivo de su sector.
Sin embargo, ese punto de referencia ha cambiado. Usted ya no se compara con su entorno más cercano, sino con todo el planeta. Ha pasado de competir contra unas centenas de personas a competir contra miles de millones de personas. Basta con poner en Youtube «niño chino tocando la guitarra» para darse cuenta de su mediocridad. Usted no está ni en la mitad de la tabla. Acaba de caer en la cuenta de que no es tan fuera de serie como creía. Siempre habrá uno por encima. Más listo, más hábil o más reconocido que usted.
¿Significa esto que no hay que competir y luchar por mejorar? Nada más lejos de la realidad. Tenemos que tratar de ser nuestra mejor versión, de hacerlo mejor cada día. El problema es que tenemos mal tomado nuestro punto de referencia. Creer que ganar a otros nos va a dar una eterna felicidad es vivir en la cuerda floja. Está bien hacerlo, y sin duda nos puede dar un extra de motivación en el día a día y una cierta felicidad momentánea. Pero vivir pensando sólo en ganar no es tener éxito en la vida. Es vivir en arenas movedizas. Antes o más tarde vamos a caer. Nadie gana eternamente, y en el momento en que deje de ocurrir nuestra infelicidad será tremenda. Pensar exclusivamente en ganar es fuente de eterno resentimiento y resignación. Antes o más tarde vamos a caer, y el golpe puede ser muy grande si no estamos preparados.
¿Qué hacemos entonces? Cambiar el punto de referencia. Debemos dejar de compararnos tanto con el prójimo y aprender a compararnos con nosotros mismos, con aquel que yo era hace un tiempo. Tratar de mejorar en mi día a día poniendo todos mis valores y empeño. Porque esa es la verdadera felicidad interior. Estar contento conmigo mismo por saber que estoy dando lo mejor de mí. Eso es tener éxito en la vida.
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