Durante siglos, las medidas han sido muy diferentes de un lugar a otro. Pero llegó la Ilustración y el racionalismo y eso cambió. La Ilustración planteó la necesidad de crear un sistema de pesos y medidas universal. Y en la Revolución Francesa encontraron la ocasión ... para llevarlo a cabo. Como dijo Condorcet: «Una sola medida para todos los pueblos y para todos los tiempos». Llegaron al acuerdo de que la medida debía ser racional y que fuera la propia naturaleza la que propusiera el modelo. La conclusión fue la siguiente: la medida se llamaría metro (del griego 'medida') y se correspondería con la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano de la Tierra. Definido lo que sería el metro, se planteó el problema de cómo medir el cuadrante del meridiano. Decidieron medir un trozo de meridiano lo suficientemente grande para evitar errores y, además, el espacio a medir debía comenzar y terminar a la altura del mar.
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El fragmento seleccionado fue el meridiano que va de Dunquerque a Barcelona, que, casualmente, pasaba por París. Y así surge una aventura increíble para medir la Tierra. La Academia nombra a dos reputados matemáticos y astrónomos: Jean-Baptiste Delambre y Pierre Méchain. El equipo liderado por Delambre mediría el norte, de Rodez a Dunquerque, y el de Méchain la parte del sur, de Rodez a Barcelona. Era reciente el nuevo invento de Borda para medir los ángulos de los astros, un doble círculo giratorio que, con sucesivas mediciones, lograba una exactitud nunca antes lograda.
El 10 de agosto de 1792, Delambre se sube a la torre de la iglesia de la Colegiata de Dammartin y manda a su ayudante a que suba a Montmartre, para que a la noche encienda una farola en la estación de observación. Pero al anochecer Delambre no pudo ver la farola de Montmartre, sino un enorme incendio en las Tullerías que la turba había asaltado esa tarde; fue el día en el que cayó la monarquía francesa.
Una vez que Delambre hacía sus mediciones en la torre de un castillo llegaron una docena de guardias armados y, al ver tanto instrumento raro, lo detuvieron. Se defendió diciendo que representaba a la Academia Francesa, a lo que uno de los guardias le respondió: «Ya no hay 'Cademia', ahora todos 'semos' iguales, tú te vienes con nosotros».
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A Méchain no le fue mejor. Comenzó sus trabajos por el sur, desde Barcelona. Para ello necesitaba la autorización de la Corona española, que se sumó al proyecto y añadió dos tenientes al equipo francés. En un terreno muy montañoso, el equipo se encontró con muchas dificultades y Méchain tuvo un accidente con una bomba de agua que casi le inutiliza totalmente un brazo. El año siguiente, cuando el grupo de medición estaba en Barcelona, Francia declaró la guerra a España. Pero Laplace, desde la Academia de París, afirmó que las ciencias no estaban en guerra y ordenó continuar. A Méchain le prohibieron volver a Francia hasta que terminara el conflicto, pero el general Bernardos le autorizó, bajo juramento de no huir, a seguir con sus mediciones.
Siempre que podía remitía sus datos y planos a París. Terminados los trabajos en la frontera, al volver a Barcelona, el francés efectuó nuevos cálculos y, aterrado, se dio cuenta de que había cometido un error de dos segundos en las mediciones iniciales. Error que repercutió en todos los cálculos siguientes. Méchain intentó desesperadamente efectuar nuevas mediciones desde Montjuic (primer punto geodésico), pero el sitio se había convertido en cárcel de los prisioneros franceses y solo le dejaron seguir con su trabajo un único día y durante pocas horas. Desde el hospedaje que tenía en Barcelona, el matemático hizo más de diez mil nuevas mediciones, que solo confirmaban el error.
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Mucha documentación remitida por Méchain estaba ya en manos de la Academia francesa, y no se podían modificar las mediciones sin reconocer el error inicial. Méchain no lo hizo público, pero tuvo el valor de contarlo a su colega del norte, Delambre. Más tarde le pediría que destruyera toda la correspondencia que le había mandado. Pero Delambre hizo otra cosa inesperada. No dijo nada a nadie, pero metió la correspondencia de Méchain en una caja, la cerró con sello lacrado y la dejó en el Observatorio de París.
Y allí estuvo hasta que Ken Alder la encontró en 2005. Por culpa de ese error inicial de Méchain, el metro adoptado como patrón tiene en realidad 0,2 milímetros menos que lo que debiera tener. Hoy sabemos por los satélites que el meridiano de la Tierra tiene 10.002.290 metros. Leyendo a Michelet me enteré de que la Revolución Francesa había colocado más de una docena de metros en sitios públicos para que la gente pudiera hacer réplicas, y que uno de estos patrones de metro se conservaba en la Plaza Vendôme. Lo primero que hice en el siguiente viaje a París, con mi mujer, fue ir directo a la plaza Vendôme y buscar el metro. Y sí, allí estaba, en la parte izquierda de la entrada de un edificio público custodiado por un gendarme que nos miró con cara de asombro.
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Si usted, lector, va a la plaza Vendôme, aproveche la oportunidad de contemplar el metro de la Revolución.
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