Apuntó bien Walter Benjamin al señalar que la mayor parte de los artefactos sociales son de doble uso. A veces esa dualidad se expresa de forma paradójica; así ocurre con la observancia de las normas. En el plano teórico, cuando se afirma la centralidad del ... Derecho, del respeto a las reglas, del cuidado de las formas, se acepta implícitamente la vigencia de un zócalo normativo sin el cual volveríamos a la ley de la jungla hobbesiana.
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En el plano práctico, la consideración de las reglas no es tan evidente. Cabe señalar cuatro campos diferenciados como ejemplo. El primero procede del ámbito de la publicidad y de su correlato como consumismo competitivo. Se encomia el carácter exclusivo de ciertos productos, la osadía de no ser del montón, aunque nos encontremos multitudinarios en autovías y centros comerciales. Es el valor de lo selecto, superior, especial, VIP, elitista o distinguido. El aspiracionalismo, la mentalidad de nuevo rico, responde a ese intento de alejarse de las mayorías, de pertenecer a círculos restrictivos. En última instancia, tales trayectorias encuentran su justificación en el darwinismo social.
Este empeño tiene a veces una expresión chocante; así cuando (todas) las comunidades autónomas pretenden situarse por encima de la media en algún registro comparativo, algo técnicamente imposible. Por definición, no caben todas en la cabeza. Se pasa a un estadio superior cuando se alegan méritos particulares para una discriminación positiva: son los 'hechos diferenciales' que dan derecho a un trato deferencial. La elección étnica (pueblos elegidos o especiales) es la forma clásica que proclama la existencia de un bien superior al bien común. El romanticismo suministró la materia prima para estos modelos de pertenencia que resumen la gramática de los nacionalismos: somos diferentes, somos superiores, tenemos más (o todos los) derechos. Hay un hilo directo entre los seres superiores ('herrenrasse'), el destino especial ('sonderweg') y la posesión imperial ('lebensraum'), que traduce la pertenencia en propiedad. Conocemos hoy una versión en Oriente Próximo por parte de las víctimas de ayer. Nativismo, supremacismo y exclusión van de la mano.
La tercera categoría de impugnación normativa viene representada por la oposición a verdades generalmente aceptadas; son las diferentes formas de negacionismo: respecto a las cámaras de gas nazis, la pandemia de covid, el cambio climático o la forma esférica de la Tierra. Este campo ha utilizado a menudo argumentos de la contraparte crítica, por ejemplo, para denunciar el pensamiento único o políticamente correcto, dando cabida a sectores extremos del espectro ideológico y aprovechando el disolvente epistémico del relativismo para reclamar la legitimidad de 'verdades propias' (como instituciones 'propias').
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La última formulación es la que mejor ejemplifica el desapego normativo por cuanto hace del 'antismo' o del 'contrismo', de la oposición pura, el punto determinante de su propia definición. La invocación de la contestación, la heterodoxia, la disidencia, la insumisión o el alternativismo pueden tener sentido en contextos autoritarios, pero son poco menos que pose radical en sistemas liberales, donde es gratis presumir de 'anti'. Hay algún parecido entre el asalto a los cielos y el asalto al Capitolio, o a Bruselas, como querían los ultras en campaña: la mentalidad adversarial. La Constitución norteamericana da un peso notable a instituciones contramayoritarias que permiten el gobierno de sectores extremos, una dictadura de las minorías (Steven Levitsky y Daniel Ziblatt).
Es llamativo que esta posición hipercrítica sea blandida hoy por la derecha habiendo sido emblema de una izquierda que monopolizó el uso de la crítica. Ha olvidado esta que la tarea de la emancipación tiene dos palancas, una es liberadora y camina hacia delante, otra limitadora y se ocupa de consolidar los logros adquiridos para evitar el retroceso, porque sabemos que los ídolos caídos pueden resurgir. Con el abandono de la última, la reacción ha visto despejado el campo. La jerga posmoderna ha propiciado una extraña coalición de narcisismo diferencialista, conciencia de superioridad y desentendimiento del cuidado de las instituciones y las prácticas que aseguran el bien común. Ninguna sociedad es sostenible si las fuerzas destructivas sojuzgan a las constructivas; precisamente el suelo normativo del mundo humano es el que hace posible la dialéctica sutil de construcción y destrucción, de continuidad y cambio. No es posible una crítica al colonialismo y al patriarcalismo sin las premisas universalistas y el imperativo categórico ilustrado.
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Hay una motivación para el cambio mientras persistan prácticas discriminatorias, pero debe haberla igualmente para reforzar y defender aquellos logros costosamente conquistados en la dirección de la universalización de los derechos y de la cultura democrática; ambos hoy peligrosamente cuestionados. La crítica es fácil, pero el arte es difícil. La mentalidad puramente adversarial es suicida. Aunque un sutil narcisismo victimista la torne atractiva. La diversidad de coloraciones partidistas no debería obviar esta premisa cívica fundamental.
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