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En cualquier enciclopedia de arqueología uno puede comprobar que la pornografía -entendida como representación del sexo que busca producir excitación- existe desde que existe el hombre. Nuestros antepasados del Paleolítico han dejado pruebas de ello: pinturas y esculturas con escenas eróticas, prácticas masturbatorias y hombres ... de grandes falos que ya conocían la postura del misionero. Miles de años más tarde los hermanos Lumière patentaron el cinematógrafo (1895) y un año después ya se filmaba cine erótico en Francia. 'Le Coucher de la Mariée' es un cortometraje de siete minutos -solo se conservan dos- que contó con la presencia de Louise Willy, una 'stripper' de la época, a la que pagaron para que se desnudara ante la cámara.
Investigando en la historia del porno en el cine, hallo 'El Sartorio' (el sátiro), rodada probablemente en Argentina hacia 1907. Verla es toda una experiencia por su arquitectura, su narrativa ayudada de carteles, el lenguaje corporal de los actores, características propias del cine mudo de la época. Se cree que es una de las primeras filmaciones porno y la más antigua conservada, un corto de cuatro minutos y medio en donde se muestra sexo explícito en diversas posturas, y los genitales masculinos y femeninos aparecen en primeros planos. Se había abierto la veda. Acababa de aparecer un filón y la América de los 'business' no se iba a quedar indiferente.
Y no lo hizo, pero en los años 30 surge en Estados Unidos el moralista Código Hays que censuraba todo tipo de cine inadecuado o violento o de temáticas perversas o que incitara al alcoholismo y las drogas. Esto generó una ola de conservadurismo en la producción hollywoodiense, de la que el porno no salió indemne. Duró hasta los años 60 cuando, finalmente, el Código Hays fue demolido por la aparición del llamado Cine Independiente Norteamericano que, como sabemos, hunde sus raíces en los movimientos europeos de vanguardia.
También el cine porno tuvo que adaptarse. Era inconcebible mostrar solo escenas; además de sexo tenía que haber arte. Andy Warhol, tan obsesionado por lo uno como por lo otro, fue quizás el pionero de este nuevo cine erótico que, aun mostrando sexo explícito, gozó de gran difusión en salas comerciales durante los años 60 y 70, época dorada del cine porno. Luego, en los 80, el auge del vídeo casero lo eliminó de los cines, salvo de alguna sala decadente que resistió el empuje del VHS y el DVD.
Años 90. El porno es una industria boyante. El porno paga impuestos. El porno mueve millones. Surgen titanes de la producción -Larry Flynt, Spiegler...- que construyen verdaderos emporios alrededor del porno. Si quieres llegar a lo más alto, intenta ser chica Spiegler, era la máxima de entonces entre las actrices del género.
Hoy el porno es digital. Escondido el internauta -como un voyeur- en el anonimato que proporciona la red, es abrumadoramente fácil acceder a él. Webs con millones de visitas han hecho el retrato del consumidor a través del 'big data' y saben darle lo que pide. No importa la edad. No hay depuración de contenidos. Muchos de esos contenidos favorecen estereotipos de género, fomentan actitudes agresivas y cosifican a la mujer, muy rara vez al hombre. Esto, visionado en una etapa evolutiva temprana, produce ese galope interior fuera de sitio que impide el desarrollo de una sexualidad sana. Sexteo -envío de vídeos o mensajes sexuales por WhatsApp-, 'revenge porn' -lo mismo, pero sin el consentimiento de la víctima- y últimamente las 'deepfakes' -creación de falsos desnudos con Inteligencia Artificial- robustecen una nueva forma de violencia machista, un pozo de aguas turbias en el que las generaciones jóvenes no deben caer. Nunca. En ningún caso.
Todas hemos estado ahí de alguna forma, solo que mi porno de juventud fue leer al Marqués de Sade o ver películas de Pasolini. Lecturas y cine que presentaban, en muchos casos, la impiedad y el despotismo de la dominación. No, a las chicas no nos gustaba el porno. Pero tampoco nos gustaba el patriarcado. Ni que nuestra promiscuidad fuera tratada mucho más duramente que la de ellos. Ni que los hombres nos controlaran. Ni el sexo por obligación. Ni pensar en el placer ajeno antes que en el propio. Ni haber aprendido a disimular. Por favor, que el porno de ahora no recupere esos patrones ni haga que la libertad sexual de las mujeres retroceda. Por favor.
Aunque no sé qué hago escribiendo sobre el porno. Yo quería -necesitaba- escribir algo bonito, algo que me apartara, siquiera el rato que dura la escritura, de la fealdad y brutalidad que, no muy lejos de aquí, arrasa el mundo.
Tendrá que ser otro día. Ojalá pueda.
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