En el Congreso hemos aprobado recientemente la ley orgánica de representación paritaria y presencia equilibrada de mujeres y hombres, la Ley de Paridad, de la ... que he tenido el honor de ser una de las ponentes. Una norma que hace historia y sitúa a España a la vanguardia europea en la defensa de la igualdad de género.
El objetivo de la ley parece obvio, pero en realidad es una verdadera revolución feminista. Busca garantizar la representación efectiva de las mujeres en los ámbitos de decisión política, económica y social: en las listas electorales, en los consejos de administración de las empresas, en los órganos de la Administración del Estado, en los sindicatos, en el deporte, en las organizaciones sociales o en los colegios profesionales.
Nuestra invisibilidad histórica en el ámbito del poder público y la división del trabajo en ámbitos masculinos y femeninos han sido una de las herramientas más potentes de las que se ha servido el patriarcado para mantener la desigualdad histórica entre mujeres y hombres también en los espacios de poder. Si lo pensamos con objetividad es imposible que no encontremos a mujeres lo suficientemente válidas para desempeñar como mínimo el 40% de la dirección de las empresas de este país, de los consejos de gobierno, de los órganos judiciales o de los sindicatos, cuando la incorporación de las mujeres al mundo universitario y al mercado laboral es prácticamente plena.
¿No es cuando menos extraño que las alcaldesas sigan siendo una minoría, las presidentas de comunidad autónoma una anécdota o las presidentas de consejos de administración una excepción, cuando las mujeres somos la mitad de la población?
¿Será que algunos criterios de promoción interna tienen un sesgo machista y poco transparente? ¿Será que los hombres machistas se sienten más cómodos decidiendo con otros varones que no cuestionan sus esquemas mentales? ¿Será que en muchas situaciones sociales, en esas sobremesas eminentemente masculinas, donde se deciden tantas cosas, algunos hombres machistas se sienten más libres sin la presencia de mujeres?
La paridad no es un ejercicio de condescendencia, generosidad o representatividad. Es un mínimo básico democrático del que partir. Un medio válido y temporal, en cualquier espacio, también en los de poder, para conseguir que mujeres capaces y preparadas puedan acceder a puestos que de otra manera no alcanzarían por esa cultura machista de promoción.
Ni siquiera hablamos de cuotas. Estamos removiendo un sistema que hace que muchos hombres copen injustamente posiciones que, sin el machismo campando a sus anchas, ellos no ocuparían. Los dirigentes machistas son quienes no están preparados para ceder sus privilegios masculinos.
Y también es cierto que el hecho de que las mujeres estemos en espacios de poder no asegura las mejores decisiones ni siquiera las más progresistas pero es lo justo y lo democrático. Desde ese suelo democrático deberemos plantearnos cómo ejerceremos el poder.
Los detractores de esta ley recurren una y otra vez a la cuestión de la meritocracia. Muy cansina, por cierto. No se puede volver sobre el argumento de los méritos demostrados para llegar al poder porque casualmente siempre se exige a las mujeres y no siempre a los hombres.
Y en esto de la paridad también asumimos el maldito 'síndrome de la impostora'. Esa imposición ideológica de la cultura machista que consigue que las mujeres interioricemos que la paridad desvirtúa nuestros logros o que no estamos suficientemente preparadas para esos puestos, cosa que no les ocurre normalmente a los hombres. Pues no puede ni debe ser así. La meritocracia sin paridad no es posible. No hay democracia si tiene a la mitad de su población fuera del campo de juego.
Ninguna sociedad puede renunciar a la mitad de su potencial y la paridad es una herramienta de aceleración de un proceso con el que la mayoría de la sociedad está conforme. Porque el tiempo para sustantivar nuestros derechos debe acelerarse. Son siglos de espera. Y no. No vamos a asumir esos síndromes de la impostora ni estamos dispuestas a esperar. Las mujeres tenemos que estar representadas en pie de igualdad en puestos de poder y liderazgo. No hay vuelta atrás.
Porque las mujeres somos más de la mitad de la población, así que la mitad del poder político y económico tiene que ser de las mujeres. Las mujeres no estamos dispuestas a quedarnos fuera de ningún espacio, tampoco de los espacios donde se toman las decisiones. Queremos y debemos estar dentro del campo. Queremos jugar de titulares y no solo en el banquillo. Jugar en igualdad de oportunidades y que como árbitro actúe la poderosa herramienta que es el Boletín Oficial del Estado. Porque somos la mitad y, sin complejos ni culpas, queremos la mitad de todo.
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