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Las catástrofes tienen gran impacto cultural. Se interpretan socialmente. La erupción del Vesubio que acabó con Pompeya (unas 20.000 víctimas) o el terremoto de Lisboa (1755, más de 60.000 personas) se entendieron como una evidencia de que las sociedades están en manos de ... fuerzas que escapan a su control. La evocación del diluvio universal tiene diversas versiones (sumeria, judeocristiana, china, hindú, amerindia…), asociándolo al desastre total y la representación prototípica del apocalipsis.
Las catástrofes puramente humanas suscitan también grandes conmociones, mayores según mejoraron los medios de comunicación y la transmisión de noticias. Hoy la catástrofe por antonomasia es el hundimiento del 'Titanic', cuyo conocimiento lo actualiza la atención mediática. Sirve también para interpretar actitudes sociales.
Ocurrió en 1912, en vísperas de la gran quiebra humanitaria que fue la Primera Guerra Mundial, pero ocupa un lugar propio en la memoria colectiva. En su momento, venía a representar los límites del desarrollo tecnológico: un barco de dimensiones hasta entonces desconocidas, con los últimos adelantos, caía abatido por la naturaleza en su primer viaje. Contribuían a la leyenda la destrucción súbita del lujo con que se identificaba al vapor y algunos comportamientos que buscaron la salvación personal a toda costa.
Las visiones actuales hacen hincapié en los distintos destinos según la clase de los viajeros, pero en la época estas diferencias no se consideraron tan graves, quizás por considerarlo el orden natural de las cosas. Por el contrario, la evacuación del 'Titanic' se tuvo como ejemplo de caballerosidad en el mar. Faltaron salvavidas, pero no se produjo el 'sálvese quien pueda' y predominó el modelo de 'las mujeres y los niños primero': el 70% de estos grupos se salvaron, mientras que solo lo logró el 20% de los hombres. Hubo alguna actitud insolidaria, pero podía la imagen de altruismo, incluyendo el de personas adineradas, que no aprovecharon sus privilegios para salvarse. La conclusión era que la tecnología no terminaba con los riegos, pero también que se imponían normas solidarias en las situaciones más críticas.
Esta visión tenía importancia, porque por entonces la imagen más reciente era la contraria. La catástrofe marítima más próxima era la del hundimiento del vapor 'La Bourgogne', hoy olvidado pese a su dramatismo. Este naufragio fue muy difundido por la prensa y considerado como la representación de la insolidaridad. Inicialmente apenas se conoció en España, porque la tragedia coincidió con el desastre de Santiago de Cuba, cuando fue destruida la armada española. Aun así, los periódicos españoles acabaron recogiendo las noticias de 'La Bourgogne,' que sirvieron para retratar la crueldad humana.
«El naufragio de 'La Bourgogne' ha sido terrible», sintetizaba la prensa, que sacaba su lección moral: «Aquí patentízase una vez más el salvaje furor con que el más fuerte aplasta siempre al más débil». Las noticias hablaban de «esas pobres mujeres y esos niños indefensos incapaces de luchar contra los puñales de aquellos que se habían posesionado de las embarcaciones de salvamento».
'La Bourgogne' era un trasatlántico construido en 1886. También resultó un logro técnico, pues fue el primero en hacer el trayecto Le Havre-Nueva York en una semana. Se dedicó al transporte de viajeros entre Francia y EE UU. Su naufragio se produjo en la madrugada del 4 de julio de 1898, cerca de Nueva Escocia, Canadá. El vapor chocó con un velero, por la niebla y porque su velocidad era excesiva. Murieron 549 personas y hubo solo 173 supervivientes. Impresionó la lucha que se entabló durante la media hora que tardó el barco en hundirse. Hubo una suerte de combate por salvarse, por ocupar los salvavidas y para impedir el sobrepeso en las barcas. Corrieron los puñales y los tiros. Fue una pelea colectiva en la que se impusieron los más fuertes, fundamentalmente la tripulación. A los niños y mujeres les impidieron acceder a los botes o fueron arrojados por la borda. No se salvó ningún menor y solo sobrevivió una mujer de las 300 que iban en el barco.
«Algunos de los pasajeros salvados refieren pormenores horrendos de la lucha por la existencia». Se escribió que los marineros cortaban a hachazos las manos de náufragos que se agarraban a los barcos salvavidas, además de echar al mar a alguna persona para evitar la sobrecarga. Todos hablaban de ferocidad humana, elevando a categoría universal los sucesos del trasatlántico. El saldo fue contundente. Se salvó casi la mitad de la tripulación y pereció el 86% de los pasajeros, en escenas de brutalidad desenfrenada. No llegaron a juzgarse los sucesos. Las autoridades francesas lograron que se olvidase el asunto, culpando a un grupo de extranjeros que viajaban en tercera clase.
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