La curva de Keeling es una de las gráficas más célebres en la historia de la ciencia. En 1958, un joven científico, Charles David Keeling, emprendió la tarea de medir de forma periódica la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera desde la ... cima del volcán Mauna Loa en Hawai. Esas primeras mediciones reflejaron unos niveles de concentración de CO2 en la atmósfera de 315 partes por millón (ppm) que tendían a incrementarse con el paso del tiempo. La curva ascendente de Keeling es un icono de la emergencia climática y su observación nos recuerda que la concentración de CO2 y otros gases de efecto invernadero (GEI) causados por la actividad humana, principalmente por la quema de combustibles fósiles, aumenta inexorablemente, a un ritmo frenético.
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Para limitar los efectos catastróficos que generaría el cambio climático, la comunidad científica ha colocado una línea roja en torno a las 450 ppm. En 2015, cuando tomé posesión como Ararteko, la concentración de partículas alcanzaba la cifra de las 400 ppm. Nueve años después, su concentración continúa en constante crecimiento y hoy llega, de manera preocupante, a las 425 ppm.
En respuesta a esta crisis climática, la comunidad internacional ha dado algunos pasos relevantes. En 2015, la ONU, conforme a la Convención Marco sobre el Cambio Climático, adoptó el Acuerdo de París para que los Estados firmantes asumieran compromisos para limitar las emisiones de GEI que provocan el calentamiento global. A pesar de estos acuerdos, existe un amplio debate social e institucional a escala mundial sobre si los gobiernos de todo el mundo están haciendo lo suficiente para abordar a tiempo la emergencia climática. Ese debate ha empezado a emerger también en los tribunales con la litigación climática ejercida por la ciudadanía.
Recientemente, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha dictado una sentencia histórica. El 'caso Verein KlimaSeniorinnen Schweiz contra Suiza' fue planteado por una asociación de mujeres que, preocupadas por las consecuencias del calentamiento global en sus condiciones de vida y salud, presentaron una demanda contra el Gobierno suizo. Tras agotar la vía jurisdiccional interna, la asociación denunció ante el Tribunal de Estrasburgo una posible vulneración de sus derechos fundamentales. El 9 de abril, la Gran Sala del TEDH dictaminó que la Confederación Suiza había violado el derecho fundamental de las mujeres demandantes a no sufrir menoscabo de su derecho a la vida privada y familiar, recogido en el artículo 8 del Convenio Europeo de Derechos Humanos.
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La alta jurisdicción europea consideró que Suiza había vulnerado esta disposición por no haber tomado medidas positivas suficientemente ambiciosas para reducir las emisiones de GEI. Esta sentencia representa un hito importante en la lucha contra el cambio climático. Es la primera vez que un tribunal internacional reconoce que es una amenaza para los derechos humanos y que los Estados tienen la obligación de tomar las medidas pertinentes para abordarlo a tiempo. El TEDH ha venido a destacar una verdad incómoda. La obligación de los gobiernos de ejercer una acción climática contundente no es una cuestión a debate. No cabe retardar la implantación de medidas de reducción con argumentos de oportunidad. En definitiva, la procrastinación de la acción climática puede tener como consecuencia una vulneración de los derechos fundamentales.
Durante mis dos mandatos como Ararteko, la defensa del derecho de las personas a un medio ambiente adecuado ha sido una prioridad. Fruto de ese trabajo fue el informe extraordinario sobre la transición energética, presentado en el Parlamento vasco en 2018, en el que proponía en Euskadi un pacto social para lograr una transición a una sociedad descarbonizada. Recientemente la Cámara autonómica aprobó la Ley de cambio climático. Esta norma recoge el papel del Gobierno vasco en la adopción de un pacto social sobre transición energética y cambio climático que, a través de un proceso participativo y una asamblea ciudadana, contribuya al desarrollo de los objetivos en Euskadi.
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Mi compromiso firme es que la institución del Ararteko siga contribuyendo al impulso de ese pacto social que, en nuestro ámbito más cercano, allane la ascendente curva de Keeling. La complejidad del reto no debe llevarnos a caer en una suerte de derrotismo climático y, menos aún, en la apatía que genera la angustia de un futuro incierto. No hay más remedio que actuar con urgencia a escala global, local e individual, para evitar los peores impactos del cambio climático. El futuro de la biodiversidad del planeta y de los derechos humanos depende de ello. El respeto irrenunciable de los derechos fundamentales de las personas y de las generaciones venideras así lo exige. También los de los vascos y las vascas de hoy y de mañana.
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