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Inaudito. Asombroso. No doy crédito. Aún con el cuerpo caliente y el mundo parece haber olvidado a la joven iraní muerta en las dependencias policiales de Teherán tras haber sido detenida por la Policía de la moral por no llevar bien puesto el velo islámico. ... Hay que decirlo cuanto antes: la opresión iraní sobre las protestas que el hecho ha originado -que se ha cobrado, según Iran Human Rights, decenas de muertes- no ha tenido la repercusión exigible. Esto se contradice con la amplia cobertura mediática que consiguen las políticas de turno abriendo las manifestaciones del 8 de Marzo, donde muestran sus pancartas con mensajes electoralistas en forma de reivindicaciones para los derechos de la mujer, derechos que, en su mayoría, ya están contemplados en la Constitución española. Vaya por delante que defiendo a ultranza el feminismo y valoro todas sus acciones, aunque advierto que el término 'feminista' nos confunde, pues ha pasado a designar un 'totum revolutum' semántico que está degradando el concepto. Por ello procuro no alardear de feminista, aunque lo sea.
Pero, en fin, diatribas aparte, en lo que quiero insistir es en que la respuesta popular, informativa, internacional en el asunto que nos ocupa no ha sido la deseada. Obviamente la noticia no puede competir en jerarquía con las que aluden a la guerra -«el horror, el horror», que decía Kurtz-, pero sí, a mi entender, con aquellas que exponen a doble página los últimos proyectos de la NASA. O los funerales de Isabel II. O el desengaño amoroso de Tamara, sucesos con los que nos han bombardeado todos los nanosegundos del día desde prensa, televisión y redes.
Como tantas veces, han tenido que ser los artistas y los intelectuales, con la visibilidad que les confiere el prestigio de su obra, los encargados de hacer fuerza. Asghar Farhadi, el cineasta iraní incluido en la lista de las 100 personas más influyentes del mundo, es un ejemplo. Sus películas -'Nader y Simin, una separación' estrenada en 2011, es quizás la más premiada y conocida- son un chute de adrenalina para las mentalidades atascadas en el 'mainstream'. Cine de tesis, social, crítico, virtuoso, cine humano y humanista, pero no es cine machista porque Farhadi, como tantos hombres iraníes, no es propiamente machista aunque sí lo sea, y mucho, la forma de gobierno de su país.
No es fácil ser mujer en Irán. Ni en Afganistán. Ni en Arabia Saudí. Pero algo puede estar cambiando y el mundo tiene que apoyarlo y pregonarlo, eso también es globalización. Que el punto de arranque haya sido la muerte de la joven Mahsa Amini es simplemente lamentable. Por mucho que morir por una idea tenga mucho más de orgullo que morir en una guerra por reclutamiento obligatorio.
Irán se rige por un estricto reglamento moral desde la Revolución islámica de 1979 que derrocó la monarquía absolutista y despótica del último Pahlevi, el sha que quiso para su país la grandiosidad y el esplendor del antiguo Imperio persa. Pese a ello, la modernización de Irán fue evidente. Con el final de la monarquía el retroceso de esa modernidad no se hizo esperar. Más de 100.000 mujeres se manifestaron el 8 de marzo de 1979 contra el nuevo código de vestimenta por el que debían renunciar a la minifalda, a los escotes, a los vestidos sin mangas, y que las obligaba a usar el hiyab, una prenda opcional antes de que Jomeini estableciera la República islámica.
La decencia en la ropa se aplicó tanto a la indumentaria femenina como a la masculina, aunque afectó -y afecta- sin duda infinitamente más a las mujeres que vieron reducidos sus derechos tras el avance de la islamización. Las leyes más opresivas recayeron sobre ellas sin tener en cuenta su lugar de origen o su religión -hay minorías zoroastristas, judías, cristianas- y siguen vigentes hasta el día de hoy en el que se las persigue, castiga y encarcela por mostrarse en público sin el hiyab. Esta orientación moral equivocada fomenta la mojigatería, la peor lacra que tiene una sociedad para desarrollar un pensamiento progresista y evolucionado.
Vestir de forma recatada no es la única imposición que tienen las mujeres en Irán. También afecta al ocio, a los estudios y a la vida laboral. Ellas desafían esas normas como buenamente pueden. Las estéticas, por ejemplo, dejando que mechones de pelo escapen del hiyab o con maquillajes excesivos, una clara forma de rebeldía cuando el rostro y las manos es lo único que pueden enseñar. A veces, como Mahsa Amini, pagan el atrevimiento con la vida, pero todo sometido debe estar dispuesto a rebelarse, no posee otra libertad.
Queda en manos del futuro descubrir hasta dónde llegarán los cambios. Mientras, el mundo capitalista, preocupado por la debacle económica que se avecina, se mantiene al margen.
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