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Hace ya años que escribí un artículo con este mismo título, un texto que incomodó mucho a la entonces consejera de Educación Isabel Celaá porque ponía de manifiesto que la Comunidad de Madrid, presidida por la acérrima conservadora Esperanza Aguirre, dedicaba a pesar de ello ... muchísimo más dinero a la solidaridad interterritorial con las regiones más pobres que lo que dedicaba nuestra progresista Euskadi. Como sigue sucediendo, por cierto.
Hoy las elecciones de Madrid se han convertido en un referente nacional que nos interpela de alguna forma a todos. Es agradable constatar que, a Dios gracias, no me toca votar allí, así que puedo pasar de una decisión incómoda. Es también fácil, en el fondo lo es, escribir como hice hace algunas semanas que mi opción sería la de «bajarme» de esa España enloquecida que escenifica como farsa miserable los argumentos de la Guerra Civil de hace ochenta años. Y es que, aunque la opción de abstenerse es válida en democracia, que lo es, también implica a veces optar por la comodidad con la propia conciencia antes que mancharse las manos en la poco apetecible tarea de elegir uno u otro gobierno. Así que, a pesar de mi reluctancia, me he sentido obligado a razonar cómo votaría 'si yo fuera madrileño' y a contárselo a ustedes. Y lo hago sin trampas, a sabiendas de que debo elegir entre un futuro gobierno de derechas o de izquierdas, que no vale el voto bonito a alguien sin posibilidades de obtener representación.
Pondría por delante, para explicar mi voto, un hecho patente: que la elección no lo es entre la derecha y la izquierda así en general y abstracto, sino que lo es aquí y ahora, en esta España nuestra, entre esa derecha y esa izquierda que se nos presentan en la realidad. Ambas caricaturizadas hasta la náusea por sus contrincantes y, además, plasmadas en unas personas que se han convertido voluntariamente en estereotipos exagerados de sus propias carencias. La candidata de la derecha, dicho sea sin acritud, suscita serias dudas sobre su capacidad intelectual y política; pero los de la izquierda, que son todos inteligentes y capaces, las generan también, aunque en su caso sea sobre su coherencia y honestidad discursiva. Ahora bien, si nos alejamos un poco de personas y discursos y vamos al contenido real, es fácil deducir cuáles son los modelos políticos en liza: por un lado, el de una región abierta y tendente a la desregulación y el crecimiento económico explosivo, con sus riesgos de desigualdad y de cierta dudosa suficiencia de servicios públicos; y por otro un territorio homogeneizado con los demás españoles en una política igualitarista pero de escaso vuelo reformista y más que mediocre futuro.
Se vota para una región, pero se vota dentro de un país más grande. Esto es importante para mí. Primero, porque no parece un sinsentido preferir una Madrid que ensaye limitadamente un modelo distinto de hacer las cosas, por mucho que sea neoliberal en parte de su inspiración. El poder central se sobra para corregir sus excesos. Y, desde luego, un Madrid exitoso aporta mucho más a la solidaridad interregional que uno mediocre. Segundo, porque en la competencia entre modelos diversos está la clave del progreso del conjunto nacional. ¿Recuerdan cómo nos derretíamos todos ensalzando la diversidad? Pues de eso va, de pluralidad de modelos socioeconómicos.
La izquierda madrileña critica sin piedad a Diaz Ayuso, como es lógico, pero lo hace más por sus virtudes que por sus defectos, ha escrito Fernando Savater. Interpreta torcidamente todo lo que ha hecho bien en la gestión de la pandemia (desde montar hospitales rápidos hasta mantener abiertas las terrazas), con lo cual en el fondo la encumbra. Y, sobre todo, recurre al 'Madrid será la tumba del fascismo' de manera un tanto obscena y patética. Un manifiesto de respetables intelectuales asevera que, durante los últimos 26 años, la derecha y la ultraderecha desde el poder han cometido «infernales atentados contra los derechos y la dignidad de la mayoría ciudadana». Sobreactuado.
A despecho del clima mediático y emocional que la izquierda hegemoniza, creo que las mayores amenazas para la democracia liberal aquí y ahora no provienen tanto de la calificada como ultraderecha de Vox (irónico, es a ella a quien se apedrea y amedrenta en el espacio público o a la que se hace objeto de cordones sanitarios poco democráticos) como del ejercicio autoritario de los poderes gubernamentales en la represión (virtuosa siempre, cómo no) de ideas incómodas, así como en el desmantelamiento práctico de poderes y contrapesos esenciales al Estado de Derecho. La pandemia ha provocado un fenómeno de reestatalización de la política y, más en concreto, de auge del autoritarismo gubernamental. Parlotear sobre el fascismo emergente en esta situación no es sino una forma de desviar la atención de lo relevante, que es el creciente apoderamiento del Estado todo por la mayoría gubernamental.
Así que, sí, lo escribo estremecido, prefiero un Gobierno de esta derecha en Madrid. Para compensar un poco.
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