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Al recibir la Cruz de la Orden Dos de Mayo, el conocido músico Nacho Cano, casi con lágrimas en los ojos, dijo a Isabel Díaz Ayuso lo siguiente: «Creo que la medalla al arte y la cultura este año, por haber mantenido los teatros abiertos, ... por ser tan valiente y ser tan buena presidenta, te la mereces tú». La izquierda, en especial el socialismo, se unió al abrumador coro de mofas y escarnio hacia quien fue integrante de Mecano.
Decía en su día mi profesor de Estadística, abnegado docente sin duda, que las cifras y porcentajes, las variables, las medias, medianas y desviaciones típicas no son nada si no sabemos interpretar y trasladar esos datos a la vida real. Así, después de la jornada electoral del 4-M, las cifras nos ofrecen una fotografía objetiva, pero demasiado aséptica si no la confrontamos con las realidades cotidianas, con las percepciones de la ciudadanía, esas que anidan en territorios cotidianos, tras los que late todo un país.
Isabel Díaz Ayuso, en quien muy pocos, yo incluido, veían ni inteligencia política, ni autoridad carismática, ni capacidad de gestión ha obtenido unos resultados más que brillantes. No se puede utilizar otra palabra para definir lo ocurrido a un partido como el PP que ha duplicado sus escaños en la Comunidad de Madrid pasando de 30 a 65 en la actualidad.
¿Qué puede haber influido en esta victoria? Sin duda son varios los factores. Para empezar, unas elecciones convocadas coincidiendo con extrañas mociones de censura en Murcia, en mi opinión de forma absolutamente irresponsable en plena cuarta ola de la pandemia, no podían presagiar demasiadas bondades. Y así ha sido. La campaña saltó por los aires en aquel famoso, por efímero, debate en la Ser. Después de las provocaciones inaceptables de una extrema derecha envalentonada, lo que un amigo denomina la «derecha macarra», y la sobreactuación de un vicepresidente 'ofendidito', la campaña madrileña se vio convertida en un espectáculo lamentable en el que la agresividad, infectada más aún por los envíos postales del calibre 7,72 mm, llegó a unos niveles de bajeza que la clase política no debiera haber tolerado nunca, por peligrosos.
La polarización estaba servida y hablar de propuestas y de programa se ha demostrado tan estéril como innecesario en un escenario trasmutado en ring. La mitad de los candidatos eran monstruos fascistas y la otra mitad, alimañas comunistas. Como decía hace pocos días Antonio Rivera, se estaba rompiendo una de las leyes sagradas de la democracia: la posibilidad de llegar a consensos. Azuzar a la ciudadanía por parte de unos y echar gasolina al fuego para apagarlo por parte de los contrarios suele traer votos elegidos más con las entrañas que con el cerebro, más con las emociones que con la razón, más con deseos de eliminar al contrario que de pactar con él. Y en ese terrible contexto, unas simples elecciones autonómicas, pero planteadas en clave nacional, han sido refrendadas por una participación récord del 76%, casi once puntos más que en las anteriores y con la incontestable victoria de la 'imprudente' presidenta convocante.
La desaparición de Ciudadanos era esperable, aunque no tan rápidamente, desde que Albert Rivera abandonó la arena catalana para ser seguido posteriormente por Inés Arrimadas. En una 'política líquida' en la que no importan la preparación, la formación o la capacidad del candidato, sino cómo dé en cámara y maneje su cuenta de Twiter prometiendo el paraíso en 280 caracteres, eran esperables unos malos resultados para el PSOE, y lo digo con gran tristeza pues creo que Gabilondo representa esa izquierda de la que muchos votantes se han sentido en los últimos años huérfanos.
La otra izquierda, la 'auténtica', la del antifascismo de pasamontañas, no ha logrado unos resultados que justificaran a su candidato dejar la vicepresidencia del Gobierno. La consecuencia: su abandono de la política, sin haber aportado nada real al país salvo eslóganes y titulares de prensa. Lo mismo diría de esa ultraderecha que se cree portadora de las esencias patrias, mientras utiliza un discurso basado en la construcción de enemigos foráneos. Vox tan sólo consigue un escaño más. Las formaciones en los extremos de sus respectivas ideologías han experimentado un estancamiento, y eso me resulta una buena noticia. Y, por el contrario, Más Madrid, con una candidata currante, creíble y que ha evitado el insulto y las soflamas incendiarias, ha conseguido cuatro escaños más, tuteando al socialismo de un desaparecido Sánchez.
IDA ha ganado. Rasguémonos las vestiduras todo lo que queramos -una de las mejores formas de evitar la autocrítica-, pero ello no impedirá constatar que a la hora de la verdad el voto del hostelero, del comerciante, del transportista, del pequeño autónomo, del artista que lleva más de un año sin actuar y del joven que quiere tomar una caña con sus amigos en una terraza han pesado más que las soflamas, las arengas a las barricadas, los discursos, las discursas y les discurses.
Ahí ha estado el efecto Nacho Cano. Y lo banalizamos.
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